Y eso es justo lo que Margarita nos permite vislumbrar en este libro, a través de su prosa minuciosa, afilada, reluciente como un bisturí: los secretos que la componen, los mismos que pueden derrumbarla.
En Primera persona, antología de 10 textos autobiográficos que habían sido publicados previamente en revistas, pero ahora fueron compilados en esta preciosa edición de Antílope, la colombiana Margarita García Robayo nos lleva en un viaje repleto de reflexiones, lucidez, ironía y una extraña sensación de despojo que no cede. Pero tiene sus saludables dosis de ternura; sobre todo en ‘Leche’, texto en el que discute los desafíos y críticas sociales de amamantar a su hijo y el vínculo que van desarrollando entre sí.
Frases que, hiladas, cortan como bisturí
La autora no solamente tiene un buen ojo sino que también una buena voz, auténtica y creativa sin esforzarse de más por ser “especial”. Aunado a esto, su espectacular uso de la puntuación construye frases que fluyen en un ritmo difícil de traducir, pero sí que es fácil de sentir en el pulso. Y combinado con descripciones como esta, la lectura se vuelve todo una experiencia:
“He tenido sueños que imitan la sensación de llegar al trópico, pero cuando me despierto se ha ido y solo queda un revoltijo de palabras inexactas. El primer golpe es más o menos esto: qué una lengua gigante te lama la cara. Después el pelo pegado al cráneo, el olor a transpiración y a fritura y a monte recién cortado qué te entra por la nariz pero se te instala en la garganta, justo donde el gusto activa la memoria y te entregas al paisaje como a un vientre que te alberga.”
Sí, es prodigiosa en descripciones. En “Amar al padre”, ella describe sus complejas relaciones con hombres mucho mayores que ella. En “Mudanza”, habla de, pues, todas sus mudanzas, cuando deja atrás ciudades o hasta países, siempre en busca activa de un destino que la supera incluso a ella. En “Historia general de tu vida’” narra la disonancia de su infancia, la marca irreparable de una distancia entre ella y su familia. Lo comparará con su maternidad activa, de una manera tan sabia como sosegada. En ‘Aullidos sordos en el bosque’, veremos sus amoríos efímeros, llenos de corporalidad, y descubriremos cómo el presente es mucho más que el encandilamiento.
En otros momentos se percibe este despojo del que hablo —esta soledad que permea todos los textos, incluso aquellos donde ella ya formó su propia familia— te hincan los dientes:
“Un día caíste del punto más alto de un árbol de guayaba. Dicen que fueron seis metros […] Fue como nacer. Más adelante, alguien te iría que el golpe expulsó tu alma anterior y le dio paso a una nueva. O vieja pero distinta. De ahí en adelante te acusarían de eso mismo: de tener un alma vieja, viciada, mañosa, impropia de una niña. Tus hermanos y hermanas te acusarían de observarlos con demasiada fijación. Hoy no puedes reproducir un solo rasgo de ellos: todos tus parientes se mezclan en un collage espeso que te excluye. El golpe, piensas, no sólo expulsó tu alma antigua sino que borró tu linaje.”
Tendré que decirlo: brutal.
El núcleo de una puede ser el de todas
En “Apuntes desordenados sobre la condición femenina”, hay de todo, pero más que nada una reflexión de las expectativas supeditadas a ser mujer, una historia impactante de Luz, una mujer de la infancia de Margarita que tras una violación en su juventud debió experimentar su maternidad de forma muy distinta a lo que las tías y primas de la misma Margarita pregonaban. ¿Qué es ser madre, qué es parir, son elecciones u oposiciones? ¿Qué es ser escritora en el panorama actual? Aquí se subraya más la brecha entre Margarita y las mujeres con las que fue criada, la educación que recibió.
Y hablando de educación, el último texto, “Educación sexual”, que también es el más extenso, tenemos un retrato tremendo del colegio para chicas que atendió la autora y su ineficiente y dramática educación sexual. Es una memoria de la adolescencia que ejemplifica muy bien el despertar a las hormonas, a la humedad, al deseo y a la culpa, el despertar a una educación rígida y anticuada que solamente produce ignorancia y víctimas. Claro, Margarita no lo dice así, sino que comprime decenas de experiencias y habla de sus amigas, de las caritas en la playa de Cartagena, de las rencillas y reconciliaciones en esa antesala de la que sería su vida.
En fin, hay mucha tela de donde cortar, y debo confesar que me atoré tras el primer texto, “El mar’” pues me parecía poco hilado, aunque no faltante de inspiración y buenas frases. Pienso que este libro es para la playa, para leer cuando una se sienta sola, pero también para dárselo a leer a cualquier mujer que quiera sentirse interpelada en la intimidad más profunda.
Mariana Enríquez lo dice en la contraportada: “Creo que es la escritora que mejor escribe sobre la intimidad”, y estoy de acuerdo. Es para leerse lento, eso sí. Y con valor, para afrontarse a aquello que nos avergüenza ahora y lo hacía cuando éramos muchachas, que todavía nos da terror discutir con la abuela.