De Claudia Vuelve, de Julián Gorodischer (Marea Editorial), seduce ese vaivén entre el referente –una revista que existió en un contexto real- y la aclaración de que es una novela de ficción: esa vacilación resulta muy seductora; es inquietante, incómoda. Juega con distintos géneros: por momentos estamos ante una novela de enredos, una novela de aventuras, sub-tramas románticas con los estereotipos del género puestos en cuestionamiento con humor y sutileza. También, me resuena a novela de espías: todo el tiempo está presente el rumor y el tráfico de información que va desde lo más banal –cuál va a ser la tapa de la competencia- hasta aquello más atroz, que puede traer consecuencias sociales dramáticas para la Argentina.
El tono es atrapante: dialoga con el de la revista, con ironía pero sin caer en el cinismo, con reverberaciones de un Manuel Puig muy contemporáneo. En cada estrato, están presentes las cuestiones de poder. En medio de una recreación de época, los conflictos son contemporáneos, y cualquiera, trabaje donde trabaje, se va a sentir identificado con las cuestiones que se ponen en juego entre los personajes. Desarrolla las ambiciones laborales, los códigos de convivencia, lo que se dice de frente y en el área de recreo de la redacción, y las ansias de reconocimiento. Y, sin caer en el cinismo, enfoca las distintas maneras en que puede canalizarse la pasión por la escritura, en medio de un sinfín de relaciones de poder entre director de medio, editoras, redactoras y pasantes y, a otro nivel, entre los medios entre sí y, también, el gran drama, la relación con el poder político. Es vertiginosa: tiene un mecanismo que cuenta con gracia, pero también con mucha crueldad. Algunos de estos personajes son nefastos; otros, muy complejos, y terminan resultando entrañables.
Angustia porque todo es muy reconocible: la falta de ética al buscar una historia, esos rincones grises donde aparecen personajes que parecen pusilánimes pero que terminan siendo capaces de realizar grandes proezas. La clave más general es la conciencia de su forma; por eso tiene tantas capas de lectura. Es uno de esos libros que terminamos de leer y nos deja contaminados de una atmósfera muy adherente; no nos podemos salir y volver al mundo de lo cotidiano tan fácilmente. Es muy pregnante: la historia se nos queda pegada en la piel. Pasa de la gravedad al humor, y la conciencia de su liviandad atraviesa toda su prosa como de revista de moda para la mujer moderna, donde la política está demasiado presente por fuera de todo sentido común.