José A. Muñoz
Gabriela Wiener (Lima, 1975) no deja de sorprender. Después de introducirnos en el mundo del erotismo con sus reportajes gonzo y de un libro, Sexografías, en el que condensaba buena parte de sus experiencias, nos invita a acompañarla durante sus nueve meses de embarazo con su libro Nueve lunas (Mondadori). Con una literatura desgarrada, sin tapujos ni pelos en la lengua, la Wiener se mueve bordeando las fronteras de la narrativa, el reportaje, el texto experiencial y el ensayo, en un insólito viaje por un mar de líquido omniótico.
A la gente que te sigue le puede chocar que hayas escrito un libro sobre el embarazo en el que abordas todo lo que ocurre durante esos nueve meses.
Muchos me preguntan sobre eso, porque creen que he pasado del infierno al cielo, que estaba escribiendo una serie de historias muy bordes para ahora dedicarme a escribir sobre ropitas para bebés, baberos… Hay una línea directa entre Sexografías y este libro, sobre todo en el tema de la exposición de mi propia intimidad, si bien en todos los reportajes que hice de gonzo y de crónica de investigación en ciertos mundos en los que me involucraba, acabando sobre el escenario o sobre la cama, al final siempre era yo misma quien aparecía retratada. Nueve lunas comparte con mis otros trabajos la desinhibición para hablar de cosas que resultan incómodas. El embarazo, en realidad, ha sido la experiencia más gonzo de mi vida, aunque el libro representa más bien el proceso inverso: Si antes iba como una periodista que se metía en historias de otra gente para acabar hablando de mi, ahora soy yo misma ante mi reflejo, aunque finalmente he acabado escribiendo también sobre otras maternidades.
Es un libro muy corporal.
Sí, hay mucha descripción fisiológica. El embarazo es como una especie de metamorfosis. Pero no sólo escribo sobre vómitos, incordios y sexo incómodo. Me empezó a interesar cómo puede ser la maldad maternal hacia los hijos, no es que quieran hacerte mal, sino que quieren demostrarte su poder. Sentía atracción por eso del acoso y derribo que tiene una madre hacia su hija. Me obsesionaba que yo me estuviera transformando en algo así. Y también por exponer problemas sin tapujos, utilizando un tono irónico. A diferencia de Sexografías, en el que hablaba de lo extraordinario, aquí me dedico a algo tan ordinario como el embarazo. Pensé: ¿Cómo algo tan increíble es, a la vez, tan democrático y lo podemos hacer casi todos?”. Y al final se convierte en una ordinariez repleta de lugares comunes. De algo tan tópico quise hacer un libro diferente, buscar la originalidad.
Es cierto que Nueve lunas no tiene nada de manual y, a la vez, lo es. Muchas mujeres se sentirán más identificadas con tu libro que con otros que explican lo maravilloso que es el proceso. Expones lo que el resto se calla.
Sí, me interesaba todo lo que rodea al pasado, por ejemplo. Las experiencias adolescentes y los simulacros o rollos simbólicos que se puedan tener en ese momento, los abortos, la relación con la madre… Esa perspectiva oscura de la maternidad que incluye la maldad, los miedos (a la muerte, al instinto de destrucción, los falsos embarazos…), el eros y el tánatos en permanente lucha en tu interior. Quise perseguir ese conocimiento de una manera fría, quizás distante, pero llegando al fondo de la cuestión.
¿Tu opinión sobre el aborto cambió después de esta experiencia?
Creo que sí. Ahora mismo, igual… no sé. Cuando mi hija era más pequeña, lo tenía más claro, me preguntaba cómo había sido capaz de abortar, estaba muy metida en la sensación de tener algo que de pronto se había convertido en una niña. Cada aborto tiene que ver con su circunstancia y su contexto. No me atrevería a juzgar ni siquiera las mías, cuando decidí hacerlo. Es algo absolutamente individual que trae su cuota de decisión de dolor. Tampoco creo que se deba tomar ni tan a la dramática ni tan a la ligera. Personalmente, el primero que tuve no me importaba, con el segundo mi madre me pidió que no lo tuviera, lloré y sufrí porque quería ser madre y estaba convencida de poder formar una familia con un drogadicto. En la tercera ocasión tenía una relación fatal con mi chico y, sin embargo, creía que podría tenerlo, pero la fatalidad nos envolvía y no se pudo. Son historias distintas y únicas. Me resulta imposible ponerme a favor o en contra.
“En la primera imagen que tengo con mi madre, ella me está apuntando con un fusil”.
Es el análisis de una foto auténtica. Primero escribí un poema de esa fotografía. Me parecía graciosa mi madre, vestidita de domingo con su padre enseñándole a disparar como algo maravilloso. Lo usé metafóricamente, obvio, lo comparo con otras cosas que no sirven para nada. Pero ahí está, mi madre siempre me ha disparado. Te aman demasiado y a veces disparan en tus seguridades. Tengo un lado adolescente, algo que no ha debido madurar bien, pero eso lo compartimos muchas mujeres. Gracias a este libro descubrí una red de mujeres que tienen esta sensación de amor de madre opresivo, asfixiante. Hay mucha literatura al respecto, salen muchos demonios de ahí.
Se ha hablado mucho sobre la falta de sensibilidad que se percibe en los hospitales y del abuso que se hace de la epidural, más que para hacer más cómodo el parto a las madres, para hacérselo cómodo a los que las asisten…
Si bien hay avances en ese sentido, aún falta mucho para mejorar la manera en que se lleva el parto para que la mujer esté cómoda y no hacerla sentir una paciente, esa sensación de que estás enferma, de querer dar de mamar a tu hijo y no poder hacerlo por estar enganchada al suero. El sistema hospitalario todavía está en pelotas, muy poco preparado para ofrecer la armonía que se necesita en un momento tan importante. Todo es estresante. Si hubiera conocido a gente que me ofreciera apoyo en mi idea de tener un parto natural, la experiencia hubiera sido diferente. Pero todos me insistían en que, al final, acabaría pidiendo la anestesia. Y claro, así fue. Es un diálogo de sordos, no hay ninguna comprensión.
¿El exceso de información puede provocar más depresiones durante el embarazo?
Si estás bien informada estarás mejor. Lo malo es el bombardeo que hay, desde el consejero a la comadrona, la madre, la amiga, la suegra… La cantidad de voces que tienes que oír. Todo el mundo te pide que te posiciones, que elijas una cosa o la otra y para una embarazada es psicótico. Acabas sintiéndote muy sola.