Gabriela Parodi es una voz de culto patrimonio de las primeras décadas del rock en nuestro país, que fue quedando desplazada por la primacía de músicos varones y una trayectoria personal que la terminó llevando a Estados Unidos. Eternizada por el legendario festival BA Rock y su documental Hasta que se ponga el sol, y después del trabajo de varias periodistas y artistas por revalorizar el rol de las mujeres arriba y abajo de los escenarios, fue la propia Gabriela la que se encargó de remarcar el hito que significó su irrupción dentro de esa oleada de talento joven con una autobiografía titulada Las mil vidas de Gabriela.
“Yo pasé mucho tiempo escondida. ¿Por qué? Ni idea. Sentía que no tenía nada más que decir o que no tenía sentido porque había otra gente afuera. Hoy en día me doy cuenta que hay lugar en el mundo para todos: para los jóvenes, los viejos y los de mediana edad. Para mí también”, cuenta la artista en diálogo con Indie Hoy sobre el libro publicado por Marea Editorial que llegó a las librerías argentinas hace unas semanas.
Con la narrativa de una autora que encontró su voz más allá de los escenarios, Gabriela reconstruye una infancia rural, “una experiencia de conexión con la naturaleza, desde los animales hasta los elementos, para encontrar un lugar de paz”, en sus palabras. Estos recuerdos fueron la principal influencia estética de su álbum debut homónimo de 1972 que Sony reeditará este año por su 50° aniversario.
Pero su libro también revela una pubertad llena de viajes por todo el mundo que la llevaron al lugar indicado en el momento justo (¡El Mayo francés!) y el encuentro con personalidades de la política y la cultura, desde Julio Cortázar hasta el padre Mugica. “Esa fue una experiencia mucho más agitada y excitante, nada pacífica. Yo era una nena que cambiaba todo el tiempo de colegios y amigos y no llegaba a encontrar mi identidad. En la Gabriela cantante encontré mi identidad”, admite la artista.
Una vez iniciada su carrera artística, el libro expresa el backstage de cada grabación y el proceso creativo que implicaba componer con figuras como León Gieco y Litto Nebia. Su mirada recupera la esencia hippie de una comunidad de artistas que se respaldaba para crecer colectivamente, pero a la vez repone la voracidad arrasadora del pensamiento de las juventudes de ese momento, que se plantaban para cambiar el mundo. Hay, también, un lado B de trabajar en la música: los esfuerzos poco glamourosos cuando el trabajo no aparece o los permanentes verdugueos de las fuerzas de seguridad por ser “melenudos” en los setentas.
Pudiste recuperar nombres de compañeros de trabajo de los sesentas y un montón de recuerdos más. ¿Cómo trabajaste para llegar a esos detalles de tu vida?
La verdad es que no me puse a pensar en cómo hacer y en cómo iba a recuperar mi memoria. Solo me senté a escribir a ver qué pasaba. Antes de escribirlo no me acordaba de todo lo que está en el libro, es una historia muy larga. Cuando empecé a escribir el libro, se empezó a abrir todo y empecé a recordar cosas concretas. Cuando no recordaba algo del todo bien, lo dejaba pasar. Quería que todo sea lo más honesto posible, tanto lo bueno como lo malo, porque conocí la luz del estrellato y también la noche de lo malo, lo cual estuvo bárbaro porque la vida es un poco eso. Para mí fue un aprendizaje.
En este proceso de honestidad con vos misma y con los lectores, ¿qué proceso de maduración tuviste? ¿Hay una especie de legado o mensaje para la gente que es de tu círculo íntimo?
Como todas las personas, yo soy una partícula de este enorme universo y quería dejar registro de mi paso por esta Tierra. Era eso, principalmente.
Hay una gran movida de artistas mujeres que se están destacando, además de los movimientos de mujeres presentes en Argentina y el mundo. ¿Qué peso político y cultural pensás que puede tener tu testimonio en este momento, para las pibas que por ahí no te escucharon antes?
Creo que tiene peso porque ya estoy recibiendo muchas devoluciones en Instagram de pibas más jóvenes, que me agradecen o me dicen que quieren cantar algún tema mío. Tengo muchas más devoluciones que antes de abrirme, que fue algo que logré con el libro: abrir mi vida para largarla al mundo. Y tengo que acompañar ese proceso, no quedarme encerrada y que el libro circule por su cuenta. Sobre el tema que mencionás del feminismo, yo estoy más de acuerdo con la igualdad. No estoy de acuerdo con que las mujeres tengan que ser más fuertes que los hombres o con una competencia, yo creo que va a ser una transición y creo que va a pasar que en algún momento vamos a ser iguales. Es cierto que las mujeres teníamos muchos menos derechos a opinar, a hacer, a estudiar o a lo que fuera en las décadas pasadas, pero esta es una década de transición para que después pueda ser como tiene que ser: igualdad.
En el libro describís situaciones que tuviste que transitar en ámbitos musicales y otros ámbitos laborales. Vos lo remarcás y decís que eso ahora se llamaría acoso, pero en ese momento no pasaba nada porque era distinto. Al mismo tiempo, vos estabas arriba del escenario, en la tapa de un álbum sin ningún hombre al lado ni ningún tipo de sexualización. ¿Había una decisión rupturista en eso?
Sí, fue rupturista. El libro me ayuda a remarcar eso porque hay un pequeño desfasaje al decir que fui la primera mujer que cantó, y no, no fui la primera mujer. Hubo cantantes de jazz y miles de mujeres más antes. Yo fui la primera mujer que perteneció a un movimiento de rock progresivo que después quedó en la historia y que fue aceptada, porque fui la única en subirme en ese tiempo a escenarios y recitales de miles de personas, o la primera en componer mis propias canciones y sacar mi disco. Pero siento que es algo muy fuerte que me digan pionera porque no soy San Martín, no crucé los Andes: soy simplemente una mina a la que le tocó estar ahí. Yo tenía mucha polenta, un espíritu aventurero y mucha inconsciencia.
Otra cosa muy presente en el libro es tu relación con tus padres. A la distancia, ahora que sos madre y sos más grande, ¿esta autobiografía es una instancia de pedirles perdón y perdonarlos al mismo tiempo?
Cuando era más joven, pensaba que mis padres tenían la culpa de todo. Después me fui dando cuenta que habré sido una hija muy difícil de manejar. Así que sí, yo te diría que hubo un pedido de perdón, con mi madre definitivamente, porque en los últimos diez años de su vida se generó una relación de mucho más entendimiento. Ella no esperaba que yo fuera igual a la familia, me aceptó como era… una especie de oveja negra.
Una artista en una familia más tradicional.
Exactamente. Ellos esperaban que yo me case con un hombre de campo, que tenga diez hijos… Yo me rebelé contra eso terriblemente. Con mi padre fue otra historia porque con él no llegué a tener comunicación. Él se suicidó y me dejó muy enojada por mucho tiempo, porque me pareció que fue un egoísmo. Hasta que me di cuenta que él no estaba bien medicado y no lo hizo para dañarme a mí, ni a mis hermanos, ni a nadie. Cuando alguien decide que no quiere más, no quiere más. Él no podía más, eso fue lo que pasó. Me llevó mucho tiempo armar el rompecabezas y decidir no estar más enojada. Fue muy difícil.
Otra etapa de tu vida fueron esos años en los que pasás de ser Gabriela, la que canta en recitales y la del álbum, a ser una indocumentada en Estados Unidos. Es un lado B de los músicos, aunque en tu caso llevado al extremo: cuando uno no entra en un circuito virtuoso y todo empieza a costar más y más. ¿Por qué la decisión de incluir detalles de esos años?
Yo no estuve exiliada, a mí nadie me persiguió ni me amenazó. Pero yo era una joven llena de luz y no quería vivir los tiempos oscuros que estaban pasando en la Argentina en ese momento. Tampoco quería ser puesta contra una pared cada vez que pasaba en mi casa en la provincia con una ametralladora en las costillas. Yo pensaba que tenía que haber un mundo mejor. Lo sabía, porque además veía cosas y todo. Entonces pensaba: “O quedo y me arriesgo a lo que pueda pasar por acá, o me voy a hacer otra vida”. Así que me fui, persiguiendo también a los músicos que yo admiraba en ese momento, que eran de allá: Joni Mitchell; Crosby, Stills & Nash. Yo quería vivir esa época de cerca antes de que terminara. Todo eso que me ocurrió, que no le pasó a cualquier músico, para mí fue un enorme aprendizaje. Aprendí a tener más empatía con todo el mundo, a entender la vida de otra manera y que no todo era cantar “Voy a dejar esta casa, papá”. No me hubiera sentido bien, por mi personalidad, siendo una estrella que envejecía en un lugar y nunca más se animaba a buscar nada porque estaba cómoda.
Las mil vidas de Gabriela es el título del libro. ¿Hay alguna Gabriela que te haya sorprendido?
Sí, la Gabriela que aprendió a no enojarse más con todo. Esa fue la que más me sorprendió. ¿Cómo hice esto? ¡No me enojo más! Me doy cuenta que enojarse es energía perdida. Yo antes me conectaba mucho con la oscuridad y el existencialismo, con cosas que no me hacían bien. Aprendí a conectarme más con las cosas simples que para mí, hoy, son todo. También aprendí a alejarme de toda la gente tóxica que me rodeaba y me dio espacio para conectarme con gente buena, que es lo que más me importa hoy a mí.