Por Silvina Herrera
La trama del caso Candela comenzó con la difusión de fotos sonrientes de una niña, una madre buscándola, una campaña espontánea en los medios y la Bonaerense desplegando el circo ficticio de preocupación y movimiento. Después de diez días de divulgar hipótesis mezcladas, el cuerpo de la nena fue hallado sin vida en un basural, en el medio de una puesta en escena que ponía a las redes del narcotráfico en el centro de las sospechas. Entre palabras oportunistas, voces de dolor y suposiciones de silencio, Candela quedó atrapada en una máquina de venganza y violencia, sin ningún tipo de protección. El día del entierro en Hurlingham, la gente del barrio se acercó para ver pasar el coche fúnebre, una vecina murmuró: “Es un cordero de Dios”.
La periodista Candelaria Schamun cuenta la vida y la muerte de Candela Rodríguez y se mete en lo más profundo de la investigación del caso para escribir Cordero de Dios. Una mujer indaga dentro de un mundo de hombres, donde hay mafias, misterio y crímenes, para intentar descubrir qué pasó con una niña que habría sido asesinada como venganza de traiciones de adultos. El cuerpo femenino, en este caso de una niña en la transición hacia la adolescencia, fue utilizado como objeto para vengarse de un enemigo. La cuestión de género aparece desde la historia que se cuenta y también en el lugar del sujeto que narra, un paralelismo relatado con diferentes protagonismos pero con la misma intención de encontrar justicia donde hay corrupción y oscuridad.
El texto tiene dos puntos fuertes, valientes y también disfrutables, un relato atrapante que genera la imposibilidad de dejar de leer y la investigación del tejido de mentiras y encubrimientos. “Un ex comisario dice: ‘En este caso falló una cosa: eligieron mal a los culpables’”, se afirma en un pasaje del libro para dar cuenta de la ficción en la que se convirtió la investigación. “No hay peor cosa que la Bonaerense presionada”, se dice poco después, en un relato que retoma el imaginario de la maldita policía, pero con detalles y conjeturas que dan miedo por lo reales. Cordero de Dios presenta tal vez cierto desorden a la hora de intentar revelar quiénes habrían sido los asesinos, y quizá se deba a que se trata de una causa reciente, sucedida en agosto de 2011, que todavía está lejos de resolverse en la Justicia y que sigue siendo noticia en los medios, lo que pudo haber impedido delinear una hipótesis final y contundente. La primera persona aparece en forma más nítida en el principio y en el final, en el nudo argumentativo se cuenta la historia desde la niña y también desde el dolor de la familia, y se logra humanizar a personas que la frialdad de la investigación y la inmediatez mediática habían presentado con características tergiversadas. Hacia el final del libro aparece una entrevista a la madre de Candela, Carola Labrador. Dice que no le importa que ensucien su nombre, pero que no permitirá que manchen a Candela.
El relato es simple y fluido, “un cuento peligrosamente idéntico a la vida real”, con herramientas que provienen del periodismo, que está dentro de una colección llamada “Ficciones reales”, dirigida por Cristian Alarcón. Es él quien firma la contratapa en la que inscribe al libro de Schamun “en la tradición walshiana de un periodismo comprometido”. Una sentencia que remite a la narrativa policial, que tiene que ver con el tono de denuncia sobre el poder, la investigación periodística y un cronista que narra con cierta distancia. De todas formas, no hace falta colocar a Cordero de Dios dentro de una tradición, porque las tradiciones suelen limitar la creación periodística o artística y anular la experimentación.