En La Plata, René Favaloro fue declarado ciudadano ilustre dos veces. La primera en 1998; la segunda post mortem, en 2016. No hay registros de un caso igual en el resto del país. Esa duplicidad de honores entraña algo más curioso aún que su excepcionalidad: no describe un vínculo de amor entre la ciudad y su hijo pródigo, como parecería a primera vista, sino más bien lo contrario. Es el síntoma de una relación fluctuante, trabajosa que el escritor Pablo Morosi, su último biógrafo, no duda en calificar como “amor no correspondido”. “No está claro si la primera vez no estaban todos los papeles en orden o qué. Salió en los diarios y todo, pero lo cierto es que la documentación no existe. Por eso vuelve a hacerse post mortem, ¡en el año 2016! Ya se había muerto hacía 16 años y hacía cerca de 50 que era Gardel en el mundo. Y era platense. ¿Tanto tiempo tardamos en darnos cuenta el valor que tenía?”, se pregunta el periodista Morosi, autor del libro “Favaloro. El gran operador”, editado por Marea al cumplirse dos décadas desde que el mítico cirujano, creador del bypass coronario, se mató de un tiro de calibre 38 en el corazón.
– ¿Creés que no se lo reconoce lo suficiente por lo que hizo?
-Por distintos motivos, a La Plata le costó muchísimo abrazar la figura de Favaloro. En la Universidad, por ejemplo, tardaron mucho en reconocerlo porque no fue docente, porque estuvo muchos años afuera. Además, cuando alguien se destaca en algo siempre hay un poco de envidia o celos. La frialdad del dato parece darle la razón a Morosi, también oriundo de la capital provincial. Favaloro nunca fue distinguido con el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad en la que se formó; sólo fue nombrado profesor honorario, un galardón honorífico inferior, en 1979, plena dictadura militar. En cambio, sí lo hicieron las Universidades Católica de Córdoba (1974); de Tel Aviv, Israel (1980); Rosario (1980); Cuyo (1986); Tucumán (1989); Santo Domingo, República Dominicana (1993); Río Cuarto (1996); y Nacional del Litoral (1997). Favaloro fue, durante mucho tiempo –un tiempo en el que trabajaba en la corresponsalía de La Plata de La Nación y escribía otras biografías de personalidades platenses-, un archivo en la computadora de Morosi. Le parecía un personaje inabarcable. “Cuando leí lo que había escrito sobre su vida, incluyendo sus tres libros autobiográficos, me di cuenta que lo contado era como aquello que se dice del periodismo: un gran océano de dos centímetros de profundidad”, dice Morosi a Entre Diagonales. Esa bruma que rodeaba decisiones drásticas y muy audaces en la vida del médico -irse de La Plata a Jacinto Arauz, un pueblito de La Pampa, de allí a Estados Unidos-, lo empujó a bucear un poco más hondo en su vida. -Da la sensación que el personaje de Favaloro te generó mucha estima y que ciertos claroscuros que circulan alrededor suyo quedaron en un segundo plano, ¿me equivoco? -Algo de eso hay, sí. A mí, después de hacer este trabajo, no me queda ninguna duda de que Favaloro es la personalidad de mayor envergadura que dio La Plata en el siglo XX, y hasta me animaría a discutir cuántos más hay en el país que tengan esa relevancia. Eso no anula sus contradicciones, sus cuestiones criticables, que de hecho están incluidas en el libro: la postura de la gente de la salud estadista, por ejemplo, que dicen que Favaloro vino a hablar de la Universidad pública, pero fundó una privada, o que su planteo de tirar abajo las obras sociales le hacía el negocio a los privados. Cronológico y potente Con el cúmulo de información obtenida en documentos históricos, legajos universitarios, un vasto archivo periodístico y más de 140 entrevistados en La Plata, Ciudad de Buenos Aires, Nueva York y Jacinto Arauz, Morosi compone un relato cronológico que logra ser potente. No se trata de un relato coral, donde las voces consultadas se transcriben directamente, sino que se funden en una narración interpretada casi exclusivamente por el autor/narrador, donde las entrevistas son fuente de información para pintar aspectos desconocidos no sólo sobre la vida del médico platense, sino sobre un lugar y una época. “Éramos osados, idealistas, rebeldes’, solía contar René cuando evocaba aquellos días febriles de juventud”, escribe Morosi refiriéndose a una entusiasta militancia universitaria. A través del ex presidente de Gimnasia Héctor Delmar –hermano de un compañero de facultad de Favaloro-, recrea detalles inéditos de la tarde en que “tres hombres vestidos de civil” se lo llevaron preso. “Mientras estuvo privado de su libertad, Favaloro soportó varios interrogatorios a los que lo llevaban esposado por la espalda”, escribió. El libro recorre también sus hojas más oscuras, como es su acercamiento a la dictadura militar. “María Antonieta Lebed, esposa del director del colegio, aseguró haber llamado a Favaloro para averiguar la suerte corrida por su marido. Según dijo, Favaloro le respondió que ‘no quería saber nada’ y ‘no lo molestáramos con esas cosas’”.
-¿Pensás que su cercanía con algunos militares fue instrumental o ideológica?
-Para mí fue un vínculo instrumental. Favaloro estuvo estratégicamente cerca de todos los establishments porque iba por su proyecto, que era mucho más ambicioso que la Fundación: instaurar un sistema sanitario parecido al canadiense, donde todos los pacientes aportan proporcionalmente a una bolsa y se atienden en el lugar que eligen. Ese sistema no cuajó. Yo creo que él usó a la dictadura como la dictadura lo usó a él, del mismo modo que Alfonsín lo usó para invitarlo a la Conadep y él para obtener los créditos y terminar el edificio de su Fundación. Menem fue el gobierno que más plata le dio. Entonces hay que decir que fue pro dictadura, pro Alfonsín, pro Menem.
-¿Quién fue Favaloro? ¿Podés definirlo con cuatro adjetivos?
-El primero, sin lugar a dudas, es visionario. Miraba más adelante que cualquiera de nosotros. Un tipo muy audaz, jugado, se fue a Estados Unidos con un papelito, casi sin saber hablar inglés, y terminó siendo el Gardel de la cirugía cardiovascular. Un tipo persistente. Todos te repiten lo mismo: el tipo iba a la mañana y eran las diez, once de la noche, y todavía estaba ahí. Y al mismo tiempo, quizás por su lucidez, era un tipo al cual el país –o el mundo- le dolía. No le daba lo mismo, por más que su situación estuviera resuelta. Le interesaba mucho la educación, estaba convencido de que era un vehículo de desarrollo para los países.
-¿Te parece que su decisión del suicidio habla también de nosotros?
-Después de tanto tiempo, que los argentinos sigamos preguntándonos sobre las causas, es no querer vernos en el espejo que nos dejó Favaloro en sus cartas. Porque en esas cartas dan motivos. Uno podrá decir que no dice todo, ¿pero no eran ciertas las cosas que denunciaba, que en la Argentina casi nada funcionaba sin una coima? Favaloro nos dijo: ‘Hasta que yo me fui ésto era así, y la Fundación no iba para más. Se terminaba. Hoy tenemos que la Fundación sigue, y el sistema de salud sigue igual. ¿Qué pasó? La pregunta queda flotando en los segundos de silencio que deja el último biógrafo de Favaloro. Luego ensaya una respuesta: “La Fundación ya no atiende gratis a los pobres y las cuentas se recompusieron. Para la vidriera, la Fundación sigue queriendo parecer lo mismo, pidiendo solidariamente. Pero el esquema financiero es totalmente otro”.