Veinticinco de Mayo es un pueblo bonaerense de veredas limpias parecido a muchos, salvo por los murales subversivos que Santiago pintó a contramano de los vecinos, y que ahora cuidan su hermano Germán y su cuñada Carolina. Los Maldonado de Veinticinco de Mayo, donde Santiago nació y pasó su adolescencia, son la parte oculta del mecanismo de seguimiento de la investigación judicial y del resguardo de su memoria. Caro abre la puerta. Germán ceba mate con yuyos en el comedor de su casa, que está pegada a la de Enrique Maldonado y Stella Pelosso, en el Barrio Obrero. “Brujo” en El Bolsón, “Lechuga” con sus amigos, “Ardilla” para su cuñada. “Santi era puro amor, y hay que conocer a Quique y Stellita para entender de dónde salió tanto amor”, dice Carolina en el hogar de los Pelosso-Maldonado.
Entre el nacimiento de Sergio y el de Santiago, con Germán en el medio, pasaron dieciséis años. Stella ya había pedido licencia de su trabajo en la escuela 25. A Santiago su mamá lo tenía siempre impecablemente vestido, pero cuando empezó a crecer no quería zapatillas nuevas, protestaba si le sacaban las viejas. “Era muy inteligente, no le gustaba estudiar, pero igual sabía de todo porque leía”. Dentro de su cuarto está todo intacto, ropa sin estrenar, los libros de Santiago, algunos los tomaba de la biblioteca del hermano, otros los compraba. “Me decía que comiera sano, ‘cuidate, no trabajes tanto y disfrutá más de la vida, viajá, no vayas a cuidar hijos ajenos’, que si quería nietos él me iba a dar uno para que lo cuidara. Se puso muy feliz cuando me jubilé, pero no alcanzó a venir”. La mirada clara se humedece, Stella baja la cabeza y hace una pausa.
Caro y Germán se turnan para armar el rompecabezas de sus amistades. Un grupo de pibes vestidos de negro escuchando música en la plaza no se veía bien. Santiago tendría 16 cuando la policía lo detuvo junto a sus amigos por averiguación de antecedentes. Le recitó todas las leyes y los códigos al oficial a cargo, tanto que le dijo que se fuera.
Pero él no se fue hasta que no liberaron a todos. Santiago había dejado la escuela para trabajar en una fábrica de calzado. Era prolijo y cumplidor, pero el patrón lo mandó a trabajar desde la casa, no lo quería en la fábrica porque “revolucionaba todo”. Con sus amigos de la adolescencia compartió estudios y luego viajes. “De acá son Ema, Purru, Martina y Gastón, que componía las canciones de la banda que nunca llegó a tocar, Koliti$. Santiago ponía las letras. También están el Percha, Santiago el Chimango y Charro”, dice su hermano. El Chimango trabajaba en un matadero y como Santiago estaba en contra de la matanza de animales lo convenció de dejar el trabajo. “El pueblo conservador lo hacía sentir oprimido. No cuajaba, era punk, andaba en patineta, era un personaje divino”, resume la cuñada.
“Él se sacó esa foto, es una selfie y se la mandó a su amor, que es de Buenos Aires, por eso tiene la mirada tan profunda”. Carolina habla con devoción y tristeza de la imagen que se volvió ícono, afiche, esténcil.
L. tiene unos 30 años y es docente. Pensaban ir juntos a los países nórdicos, a Santiago le interesaba la cultura vikinga, terminó yendo ella.
Carolina se levanta para buscar una carpeta enorme de tapas azules con los dibujos, ilustraciones y textos de Santiago. En sus coloridos dibujos satirizaba a policías, políticos, curas y empresarios.
Germán se recibió en 2011 de profesor de Historia. “Empezó a leer mis libros, pero por su cuenta, Dios y el Estado de Bakunin, ¿Qué es la propiedad? de Proudhon, el ideario anarquista. Hasta los 12 o 13 estaba con él, lo cuidaba porque mis papás trabajaban. Lo llevaba a los videojuegos, a la casa de los amigos. Después empezó a callejear. A los 18 se fue a La Plata. Recuerdo mucha rebeldía, ya no coincidíamos tanto. Renegaba de este capitalismo de mierda”. Germán va hacia la cocina y arregla el mate. “Santiago buscó alejarse del consumo, se hizo vegetariano. No usaba tarjeta de crédito ni obra social, vivía del trueque lo más que podía. En La Plata no le gustó el arte institucionalizado y empezó a viajar. Estuvo en Córdoba, Misiones, Mendoza, Jujuy, Uruguay, Brasil y Chile”.
Maldonado llegó a La Plata en 2009 a estudiar Bellas Artes. Al poco tiempo dejó la residencia del Centro de Estudiantes y se puso a limpiar vidrios en un semáforo. Comenzó a contactarse con okupas y anarquistas, con el mundo del fanzine y la contracultura. Convirtieron un lugar para vivir en la biblioteca anarquista Guliay Polie. Santiago participó de las campañas por la liberación de Freddy Fuentevilla Saa y Marcelo Villarroel Sepúlveda, presos por estar acusados de delitos cometidos en Chile.252 También participó de la asamblea por los chicos de Plaza San Martín, trece pibes de la calle perseguidos por la policía, y del apoyo a la huelga de presos de la Unidad 9, en marzo de 2010. En Punta Lara tomaron otra casa y armaron una huerta, con la idea de la autosustentación. Santiago –que por esa época ya llevaba su barba tupida, su pelo ondulado despeinado, una visera con parche, borcegos y una mochila llena de pinturas, revistas y escritos suyos y ajenos– había aprendido a tatuar y las largas sesiones se volvían el espacio donde germinaban vínculos. Su arte quedó para siempre en la piel de muchos de sus “clientes”, las personas que se tatuaron a cambio de un cajón de verduras o una campera. Facundo Parodi fue uno de los jóvenes tatuados por Maldonado, en su casa mientras escuchaban a los chilenos anarco rap de Ocho Nueve Puñaladas:
Saqueando y quemando esta noche terminamos en fuego cruzado con la policía, prisioneros de este mundo carcelero
quizá la llave de esta celda sea un fusil de asalto, moriremos como indios desnudos contra el dominio con las armas de la tierra aullando tu nombre.
La mamá de Facundo, María Eva Barabini Parodi, fue una de las primeras personas que se animó públicamente a ubicar a Santiago en Chubut, cuando aún estaba desaparecido. Y pagó caro tal audacia, fue vapuleada por trolls y amenazada, pero jamás se desdijo.
Para los medios, Maldonado era el mochilero, el tatuador o el artesano, y sin información precisa sobre su vida armaron el personaje de un hippie que cayó de casualidad en la zona más caliente del conflicto mapuche en la Patagonia.
A.G.254 nació en Neuquén, no terminó la secundaria porque trabaja desde los 14 años. Viajó por la comarca andina hasta que llegó a El Bolsón y se quedó siete años. Vendía en la feria arcos, flechas y ballestas de madera de ciprés. “El Brujo no tenía un puesto fijo, ponía su paño cerca mío, con sus dibujos y sus semillas. El día que marchamos contra [Joe] Lewis la policía nos reprimió dentro del municipio, estaba todo el pueblo, los chicos de FM Alas, de la feria y los vecinos. Luego decidimos acampar un par de días, pero terminaron siendo tres meses, se armó una hermandad, me abrieron la cabeza. Ahí conocí a los chicos de la Lof”. El 9 de enero de 2017 los mapuches de la Lof en Resistencia de Cushamen cortaron las vías de La Trochita. “Esa tarde nos enteramos de que iban a reprimir. Fuimos a pasar la noche en la guardia con los peñi, vimos pasar las camionetas de Gendarmería que venían de El Maitén, éramos apenas seis hombres y diez mujeres. Eran también de la policía federal, del GEOP [Grupo Especial de Operaciones Policiales], del COER [Cuerpos de Operaciones Especiales y Rescate], más de 350 efectivos, camiones hidrantes, y nosotros con la trutruca [instrumento mapuche] que daba la señal de que había problemas”.
Las mujeres se quedaron en la ruca (casa) principal con los niños. Pero las prendieron fuego igual. Esa noche le habían contado a A.G., único no mapuche del grupo, la historia de esa recuperación, que no toman la tierra del desierto por capricho. Ellos eran jóvenes del Alto en Bariloche que dejaron esa marginalidad urbana, con sus tentaciones de escapes con sustancias, para recuperar su identidad como parte de un pueblo originario. “En la Lof no se toma alcohol, porque te lleva a otro estado, creemos en la conexión con los ancestros, he participado de ceremonias y eso se siente, y para eso hay que estar totalmente limpio y consciente, si te tomas una cerveza no es lo mismo. Es un nuevo paradigma, se cultiva la tierra y a uno mismo. Pero con todo lo que pasó después lo único que trascendió era la burla por las boleadoras o el largavista. Comer lo que sembrás te cambia la cabeza, no son tres loquitos, fue muy consciente la recuperación”.
Esa represión de enero, la antesala de la de agosto, fue muy intensa. Hubo balas de goma y de plomo. Aguantaron apenas diez minutos con piedras y luego se replegaron corriendo hacia el río. Al primo de Facundo, Emilio Jones, le volaron la mandíbula de un tiro, y al hermano, Fausto, lo hirieron en el oído derecho, que finalmente perdió. “Ellos habían cortado La Trochita por el tema del agua, les prometieron y no cumplieron. El corte eran dos álamos y dos tablones, pero afectaba el turismo”. La casilla de guardia, donde en julio durmió Santiago, era usada por la policía como tiro al blanco, llegaron a encontrar hasta quince vainas de 9 mm en la ruta.
Dentro de la estancia de Benetton hay un escuadrón de Gendarmería, pero el magnate también tiene su ejército privado. Entre ellos y también en las filas policiales hay mapuches. “Cuando caímos presos, Nico (otro de los hermanos Huala) les empezó a hablar y nos aflojaron las esposas, nos dieron agua. ‘No pueden entregarse así al huinca, reprimir a su gente’, les dijo. Ellos respondieron que les habían dicho que se iban a enfrentar con una guerrilla armada, por eso fueron así. Al llegar se encontraron con cinco pibes tirando piedras, la orden era disparar igual. Ahí Nico empezó a hablar en mapuzungun [lengua mapuche], los milicos se aflojaron. Todos entendían mapuzungun”.
A.G tiene los ojos del mismo color que Santiago. Su identidad debió haber sido protegida como testigo clave, pero Bullrich lo expuso en el Senado al nombrarlo, cuando dio su primer informe sobre el caso. “Santiago iba a tomar wifi de la biblioteca del centro para comunicarse con su familia. Era un loco lindo, siempre estaba feliz, improvisando sus letras y sus chistes, tenía una risa finita. Llevaba en los bolsillos yuyos, y si no tenía te daba la receta. Siempre había querido estar dentro de una comunidad mapuche. Tenía una conciencia bastante clara desde antes. Estuvo en Chile, en el conflicto por las salmoneras. Se había enterado de la represión de enero, no estaba de paso”, dice A.G. Él y Santiago se habían convertido en wenüy (amigo blanco) de los mapuches. Una semana antes de la desaparición de Santiago, A.G. fue secuestrado por la policía, lo pasearon durante horas y le gatillaron en la cabeza. En Bariloche ya había sido hostigado dos veces, lo tenían marcado. “El Brujito decía que nos teníamos que cuidar entre nosotros. No podía ni levantar una garrafa, pero el 1° de agosto tiraba piedras con fuerza de donde uno no imaginaba, era pura paz y luz, pero sacaba su guerrero de adentro”.
Nicasio Luna es un payador chileno que estuvo en la Lof en Resistencia de Cushamen durante la represión del 1° de agosto, cuando Santiago Maldonado fue visto por última vez con vida. “Mientras escapaba veo a Santiago corriendo hacia el río delante de mí con su mochila puesta, y personal de Gendarmería que nos seguía desde atrás, cuando llegamos al río nos insultaban, nos tiraban piedras y uno me apuntó con la escopeta mientras otros gritaban ‘muerte al indio’’’. Esa frase es parte de una declaración espontánea que presentó ante las autoridades de Chile. Decidió hacerla pública porque su familia fue víctima de amedrentamientos por parte de la Policía de Investigaciones chilena, en un contexto de mucha mayor conflictividad y criminalización contra los mapuches. Luna viajaba mucho por Argentina, el 28 de julio participó de una peña por la liberación del lonko Jones Huala que se hizo en El Bolsón. El 30 Claudina Pilquiman lo invitó a ir a la Pu Lof, él llevaba lo recaudado en la peña. “En Bolsón subió Santiago, con otra persona. El corte de la ruta 40 fue a las 11 del 31, se me solicitó cubrirme el rostro para evitar ser reconocido por las fuerzas policiales, ser perseguido y sometido a represalias. Se hicieron barricadas y se entregaba información a los automovilistas, sin incidentes con la policía”. El músico chileno relató que esa noche no pudieron dormir porque “desde camionetas blancas efectuaron disparos hacia la Lof”.
Cerca de las 11 del 1° Gendarmería desplegó un camión y camionetas, y ellos retomaron el corte de la ruta 40. “Solo tenía para mi defensa una onda de revoleo, igual que Santiago, los de Gendarmería disparaban escopetas y pistolas. En ese momento más de cincuenta avanzaron, una camioneta se nos venía encima a toda velocidad, quedé cerca de la guardia donde se refugiaban dos mujeres con niños”. En consonancia con los testimonios de los jóvenes mapuches que declararon judicialmente, Luna dijo que los gendarmes cortaron el candado de la tranquera “y se lanzaron para apresarnos, por eso corrimos hacia el río Chubut. Seguí a uno de los muchachos de la comunidad porque no conocía la zona, y cuando llegamos al río la única opción para no ser capturado por los gendarmes era lanzarme al río y cruzarlo, a pesar de no saber nadar. Me ayudó sostenerme de las ramas de sauce, quedé agarrado hundiéndome a unos cuatro metros de la costa, en ese momento llegaron cuatro efectivos de Gendarmería y me vieron que estaba inmovilizado en el agua. Comenzaron a insultarme y a lanzarme piedras, y uno de ellos me apuntó con la escopeta que portaba, mientras el superior que estaba con los escopeteros le decía ‘fuego libre’, pero quien portaba el arma no lo quiso hacer o simplemente se le trabó”, dijo Luna sobre lo que pasó apenas se separó de Maldonado.255
Luego del intento de fusilamiento, el payador dijo que se atrevió a cruzar el río. “Me dio la mano un joven, nos refugiamos con otros muchachos, y Matías Santana comentó que vio a los gendarmes llevarse al Brujo con sus binoculares”. Desde el cerro, Luna observó que habían quemado las pequeñas construcciones de la Lof. Cerca de las 18, volvió a buscar su mochila, y las mujeres le dijeron que los gendarmes se la habían llevado. Luego salieron a buscar al Brujo, “especulando con que podían habérselo llevado los gendarmes, como vio uno de los muchachos”. Al día siguiente de la represión, “llegó la vocera del Pu Lof Soraya Maicoño, quien nos dijo que un periodista informaba que la persona desaparecida era Santiago Maldonado, siendo que la comunidad solo lo conocía como Brujo, este hecho nos confirmaba que había sido capturado por Gendarmería, no sabíamos de qué otra forma pudo haberlo identificado el periodista, pero así lo posteó en Facebook”, dijo Luna. El autor de la “primicia” fue Ricardo Bustos,256 un locutor vinculado a las fuerzas de seguridad y al macrismo, que fue interrogado tiempo después como testigo, pero nadie le preguntó cómo supo lo que escribió. Luego de cinco días, Luna acudió a buscar sus pertenencias al juzgado federal de Guido Otranto, pero solo le devolvieron la cédula y el dinero. El juez prefirió dejarlo ir sin más en lugar de tomarle declaración testimonial. Era la última persona que vio a Santiago con vida. La maquinaria encubridora ya estaba en marcha.
“Es un tremendo déjà vu, no puedo creer, está pasando de nuevo, pedimos saber la cantidad de gendarmes que intervinieron, nos dijeron siete, cuatro de ellas mujeres, ya sellaron la impunidad”. No había pasado aún una semana y la abogada Verónica Heredia tenía tanta certeza como estupor. Los Maldonado la habían elegido como abogada para encontrar a Santiago e investigar qué le pasó. La gente de la APDH de la comarca andina le había dado el contacto.258 Ella había estado en enero sacando de la cárcel a Nicolás Huala y a A.G.259 La abogada cosechó una pésima opinión de los funcionarios macristas. “Te forreaban, ellos eran los buenos, en medio de nuestra desesperación hacíamos todo mal según ellos, nos acusaban de no colaborar y de juntarnos con las Madres”. Durante uno de los allanamientos al escuadrón de Gendarmería de El Bolsón, el funcionario Daniel Barberis260 se acercó a Heredia. “‘Doctora, hable conmigo, sepa que no soy de tal grupo’, me dijo, se hacía el progre. En eso voy al baño y por el pasillo los gendarmes me dicen ‘acá estamos doctora, meta hacer papelitos’. Estaban escribiendo los libros de guardias que no existían”.
La reconstrucción de los hechos realizada por el periodista Sebastián Premici, en base a los datos de los expedientes judiciales, ubica a más de 200 gendarmes de los escuadrones de El Bolsón, Bariloche y Esquel persiguiendo al grupo mapuche, a Santiago y a Nicasio con apenas catorce segundos de distancia, en un operativo que no duró más de siete minutos, que en teoría debía despejar la ruta 40, pero siguió hacia territorio recuperado de Cushamen. El Gobierno –a través del jefe de gabinete de Bullrich, Pablo Noceti, que ese día estuvo en la zona– ya había amenazado con que quienes cortaran rutas irían presos. El objetivo era la foto con detenidos. A pesar de que Gendarmería borró la mayor parte de las imágenes, la hora en cada foto es inalterable. “Pasaron tan solo siete minutos con ocho segundos entre la última foto con vida de Santiago Maldonado y el final de la cacería, marcado por la presencia de al menos cinco gendarmes sobre el inicio de la barranca y la costa”.261 En este escenario cobra verosimilitud el relato de Luna, como también la hipótesis de que el Brujo pudo haber muerto ahogado, pero de ninguna manera estaba solo en esos instantes en que su cuerpo se congelaba por haberse metido en el río que resultó una trampa. Su cadáver no tenía heridas de bala ni de otro tipo, pero los mismos uniformados que apuntaron a Luna pudieron haberlo dejado morir sin asistirlo. El despliegue de encubrimiento realizado por las autoridades del gobierno de Mauricio Macri, con el apoyo de una campaña de noticias falsas propalada desde los medios afines al oficialismo, lograron enturbiar el esclarecimiento de lo que haya sucedido luego de esos momentos.262
Durante los días en que Santiago estuvo desaparecido las huestes de Bullrich se empeñaron en colocarlo bien lejos de Chubut, en cualquier parte del país e incluso en Chile, con el apoyo de la propaganda en los medios oficialistas. Como la palabra mapuche había sido sistemáticamente desacreditada, Página/12 y algunos medios alternativos publicaron las pruebas de que había estado tatuando en El Bolsón el 27 y 28 de julio, e incluso la foto del Brujo a metros de la casilla de guardia, tomada por la propia Gendarmería en el momento del operativo. La campera azul que llevaba puesta se la había prestado el joven testigo mapuche Matías Santana y es con la que apareció su cadáver. “El otro de negro en esa imagen soy yo”, dijo Luna en una entrevista a la prensa chilena.
El Brujo tenía tres grupos, los feriantes, los mapuches y los anarquistas. Manejaban “la lucha” cada uno a su manera, y él tenía amigos en los tres. Le habían dado el dato de la Biblioteca del Río, y desde que llegó paró ahí. “Dieron vuelta su pieza, encañonaron a los chicos que la cuidaban. Quedó como centro cultural la parte de adelante, en homenaje al Brujo”, cuenta A.G. “Era el sábado 12 de agosto, allanaron la casa de Santiago, la secretaria dejó constancia de que encontraron teléfonos que confirmaron los datos que ya tenían. Ahí mismo ordenaron intervenirlos pero sin avisarnos, ese era el legajo secreto 61”, recuerda la abogada Heredia. Con la “sábana” de contactos de Santiago decidieron hacer el resto de las pinchaduras del espionaje a todo su entorno familiar, amigos, apoyos.
Santiago tenía dos celulares funcionando, y uno más que usaba para sus fotos y tatuajes. El 2 de agosto de 2017 A.G. llamó al celular que tenía el Brujo cuando se fue a la Lof, su teléfono personal. Es la famosa llamada que fue atendida por algunos segundos. “Antes de que revienten la casa, [el defensor oficial Fernando] Machado nos avisó que los gendarmes iban a ir a buscar prendas para la búsqueda con perros. Sabía que vivían compañeros ahí, les avisé para que se fueran. Algunos tienen causas, como la policía es prepotente iba a haber enfrentamiento. Sacaron todo lo que pudieron, un cuchillo de caza, flores de marihuana, algunos escritos anarcos contra el sistema, para que no lo siguieran ensuciando, te encuentran dos gramos de flores y ya sos un narcotraficante. Quemaron todo. Ahí se fue el otro teléfono, pero no era el que usaba. Lo más importante se lo llevó Sergio. Sus compañeros no querían que cayera en manos del enemigo, no nos dio la cabeza para pensar otra cosa”. A.G. se queda meditando algunos segundos.264 “Nunca hicieron nada para encontrar a Santiago, desde el primer día que yo declaré y aporté un buzo de él me hicieron responsable de la muerte de mi amigo en Clarín y en todos los medios. Nadie nos apoyó, no podíamos hacer nada. Éramos diez pibes y el Estado represivo en contra nuestro”.
En el libro Wenüy. Por la memoria rebelde de Santiago Maldonado, del colectivo anarquista Biblioteca y Archivo Histórico-Social Alberto Ghiraldo, fueron publicados los comunicados de diferentes grupos de esa ideología que se atribuyeron los ataques a la Casa de Chubut, al estreno de la película El camino de Santiago, de Tristán Bauer, y algunas de las pintadas del Cabildo tras las marchas por los aniversarios de la desaparición de Maldonado. “El temor del progresismo de ser relacionados con los ‘violentos’ no se debía solo a querer mostrar un rostro amable de cara a la campaña electoral sino principalmente a la ideología de obediencia y sumisión que cultivan”. Allí también rescataron textos del Movimiento Mapuche Autónomo del Puelmapu (MAP) y de la RAM, con quienes mantenían una afinidad previa a la desaparición del Brujo.