Sibila Camps es casi un sello registrado en el periodismo argentino. Cronista desde hace 40 años, con un largo recorrido en Clarín, donde abrió una brecha para los temas de género, es también una conocedora de Tucumán, la pequeña provincia de 22.524 kilómetros cuadrados. Ella misma cuenta que viajó "incontables" veces hacia allí por distintos motivos. Del amor y el espanto que recogió en ese territorio nacieron tres libros que podrían verse como una trilogía. El último, Tucumantes relatos para vencer el silencio, es una minuciosa -siempre lo son sus trabajos- arqueología de las huellas presentes del terrorismo de Estado. Tucumantes se presenta hoy, a las 19.30, en el Centro Cultural Roberto Fontanarrosa (San Martín 1080), con la presencia de la autora y el periodista Sebastián Riestra.
¿Por qué Tucumán? El Operativo Independencia y los 700 desaparecidos registrados -muchas familias desistieron de denunciar ante el terror y la persistencia de un entramado de poder que permitió a Domingo Bussi ser electo gobernador en 1995- podrían ser elementos suficientes pero Sibila inició su ciclopeo trabajo después de conocer el testimonio de un hombre, Juan Carlos "el perro" Clemente, que había sido secuestrado en 1976, fue ingresado como policía poco tiempo después y renunció a la fuerza en 1984. Pudo llevarse documentación que 33 años después lo convirtió en un testigo clave en la megacausa Jefatura de Policía de Tucumán, donde se juzgaron muertes, torturas y desapariciones. Hubo 37 condenados y cuatro absueltos. Esa historia y una pregunta -¿cómo había hecho Clemente para vivir treinta y tres años durmiento sobre los cadáveres?- fueron el puntapié inicial para un libro que despliega otros interrogantes, ensaya algunas respuestas pero sobre todo, cuenta historias que hilvanan un pasado todavía en carne viva.
Sibila Camps publicó El sheriff, vida y leyenda del Malevo Ferreyra, en 2009 y La red. La trama oculta del caso Marita Verón, en 2013. Su tercer libro sobre Tucumán devela como un grabado las marcas que permanecen en la trama social de esa provincia como heridas abiertas. La historia se despliega en datos, fechas y testimonios que la cronista organiza con precisión milimétrica, con la obsesión de encontrar un documento para cada afirmación, y con una empatía que la lleva a escuchar un poco más allá de lo que dicen las palabras, siempre escasas para nombrar el horror.
El libro es sobre Tucumán, sí, y por eso su nombre Tucumantes. A lo largo de más de 200 páginas se pueden leer las particularidades que tuvo el terrorismo de estado instituido en 1975, con aquel decreto firmado por Isabel Martínez de Perón que autorizaba al Ejército a aniquilar la subversión. Las voces de Esther Toconás y sus hermanas reconstruyen la figura de su padre, Tomás Francisco Toconás, el desaparecido que volvió a su pueblo convertido en leyenda, pero antes fue esperado durante casi 40 años por sus hijas. En esa historia, queda en evidencia cómo las mujeres campesinas, esas que desafiaban al orden social y patriarcal aunque más no fuera acompañando en silencio la militancia de sus esposos, sufrieron doble castigo de la dictadura cívico-militar-eclesiástica. Así queda al descubierto también en la historia de Mirta del Valle Aldeco, una mujer que fue cautiva durante toda una vida de Roberto "El Tuerto" Albornoz, mandamás de la policía tucumana que murió en agosto pasado cumpliendo prisión perpetua en su casa. La historia de Mirta, un compendio de violencias, devela las continuidades de un poder clasista y machista que atrapa en su telaraña desde antes de 1975, y todavía es difícil de desmontar.
Contar Tucumán es también meterse en las heridas abiertas que la represión ilegal dejaron en la Argentina. Especialmente, en aquella historia -la de Clemente- que es hilo conductor de buena parte de la narración: la traición de quienes colaboraron con los genocidas tras ser capturados como miembros de las organizaciones revolucionarias. La apuesta de Sibila Camps es complejizar, matizar, cotejar distintas voces, abrevar en investigaciones académicas y judiciales, escuchar a uno y a otro, sin prejuicio ni ingenuidad y sobre todo, escuchar a quienes fueron protagonistas, para dejar salir al aire las heridas abiertas de ese pasado que todavía no es tal.