Por Maximiliano Tomas
**** En julio de 1963, ya alejado de la Argentina donde había vivido, un escritor polaco provocaba, a través de una carta, a sus ex compañeros de tertulia literaria que a la distancia le censuraban ciertos aspectos de su vida privada: “Sus vociferaciones de inmundicia me suenan archiburgesas. Ustedes en general son unos pitucos y también, creo yo, unos reprimidos e hipócritas, y les aconsejaría a todos que, en vez de dedicarse a interminables discusiones acerca de mi homo (el tema les interesa, según parece) se acostasen entre sí un día de estos para ver cómo es esto. Qué triste país, tan puto y tan torcido, donde nadie se atreve a darse el gusto”. La firma al pie de la página –que destila un fino desprecio por cualquier intento de estigmatización sexual– es de Witold Gombrowicz, por entonces un incomprendido y hoy considerado uno de los escritores más importantes de la literatura nacional del siglo XX. El espíritu de la carta respondía al pensamiento profundo de Gombrowicz, que tiempo antes había escrito: “¿Quieres saber quién eres? No preguntes. Actúa. La acción te definirá y determinará. Sólo una acción directa es auto creación. El resto es retórica, cumplimiento de esquemas, bagatela”.
Como propulsado por esta sentencia –muy similar, por cierto, a la “moral de acción” propuesta por Sartre– el escritor y periodista Osvaldo Bazán encaró una obra, en muchos sentidos, monumental: una historia de la homosexualidad en la Argentina, desde la Conquista de América y hasta nuestros días. El resultado es este libro, necesario en un país donde la bibliografía sobre sexualidad pocas veces escapa de lo previsible o lo académico. Más allá del título, que puede sonar un poco decimonónico (¿se puede contar la historia, cualquier gran historia, después del declamado fin de la modernidad?) Bazán asume un desafío al que nadie antes se había animado, y construye un relato que con el correr de las páginas gana en ritmo e interés. Y en rigor de verdad, más que la historia de la homosexualidad, lo que cuenta es una “historia de las persecuciones” que sufrió el ejercicio de la sexualidad a través de los siglos, por parte del poder establecido. Una crónica aterradoramente entretenida, que no pretende iluminar a los entendidos –que son tan pocos– sino dirigirse al público en general. Así, en capítulos cortos de prosa ágil, el lector se encontrará, por ejemplo, con el marcado tinte sexual que asumían los métodos de tortura de la Mazorca en los tiempos de Rosas; con anécdotas poco conocidas del mundo del tango, los compadritos y el gran prostíbulo que era –incluso a metros de la Casa Rosada– la Buenos Aires de principios del siglo pasado. O se topará con la vida de Gabriel Iturri, un joven tucumano que sería amante de un conde francés en París, despertaría los celos de Paul Groussac, y a quien Marcel Proust convertiría en uno de los personajes de “En busca del tiempo perdido”.
Tal vez muchos vean en la intención totalizadora de Bazán uno de los pocos defectos del libro, y no estarán errados: esta pretensión lo lleva a dedicarle un tratamiento similar a tópicos dispares, cuando ciertos temas habrían exigido un mayor análisis y desarrollo. Y otros, inevitablemente, se le escaparán. Aunque nada de esto invalide su importancia. Porque, si como señalara Sartre, los actos de los hombres deben tener como última significación la búsqueda de la libertad (y escribir es, a la vez, “un modo de querer esa libertad”) Bazán ha dado, desde su doble condición de escritor y militante gay, un gran paso en esa dirección.