Delia Giovanola, una de las fundadoras de Abuelas de Plaza de mayo, falleció el pasado mes de julio a los 96 años. En 2015 logró encontrar a su nieto Martín, nacido durante el cautiverio de su madre, Stella Maris Montesano, secuestrada junto a su marido Jorge Ogando, en octubre de 1976. Estaba embarazada de ocho meses. Los militares dejaron en su cuna a la hija mayor del matrimonio, Virginia. Fueron casi cuarenta años de búsqueda incesante.
La periodista argentina Soledad Iparraguirre recopila las vivencias de esta abuela y «compinche» en el libro que acaba de publicar, “Delia, bastión de la resistencia”. Una de las presentaciones más emotivas y duras tuvo lugar en el que fue centro de detención y tortura de Pozo de Banfield, donde durante la dictadura funcionó una maternidad clandestina y donde nació Martín.
«Delia llegó a leer todo el libro antes de morir y estaba muy conforme. Esa es mi tranquilidad. Fue una Abuela de un perfil muy bajo pero sumamente querida y respetada por su coherencia, por su lucha, por estar siempre con una sonrisa», relata Iparraguirre en entrevista con GARA.
¿Qué le llevó a escribir un libro sobre la vida de Delia Giovanola? ¿Por qué ella?
Siempre me han interesado las historias atravesadas por el terrorismo de Estado. La vida de Delia suma más de un desgarro. Ella fue madre y abuela de Plaza de Mayo. Comenzó buscando a su hijo Jorge y a su nueva Stella Maris, secuestrados y desaparecidos en la Ciudad de La Plata en octubre de 1976. En la noche del secuestro, la patota del Ejército que se los llevó dejó en la cuna a la hija de ambos, Virginia, de tres años. Stella Maris estaba embarazada de ocho meses.
Delia fue una de las primeras madres que se juntaron en ese año dramático de la dictadura. Y a la par tuvo que ocuparse de la crianza de su nieta.
Luego vino la búsqueda inquebrantable de su nieto, Martín, nacido en cautiverio. Virginia se sumó a esa lucha, pero producto de una fuerte depresión, se suicidó en agosto de 2011.
La historia de Delia nos muestra que el terrorismo del Estado afectó a varias generaciones, porque Vicky fue una víctima directa más, igual que sus hijos, que además de a sus abuelos, perdieron a su madre, y Martín, porque si bien la verdad es bienvenida, también conlleva dolor. A los 39 años se encontró con una realidad totalmente inesperada. Es mucho el dolor que sigue generando la dictadura argentina.
¿Qué supuso el suicidio de Vicky para el movimiento de derechos humanos, familiares de desaparecidos...?
Fue un quiebre importante, porque fue tomar conciencia de que quizás no se estaba haciendo lo suficiente. Caló muy hondo. Virginia militó en la organización H.I.J.O.S de La Plata, una agrupación que nació del dolor indecible de no tener a tus seres queridos ni poder enterrarlos y hacer el duelo. Su suicidio fue una señal de alerta para todos.
¿Qué destacaría de Delia?
¡Tengo tanto para destacar de ella! Con ella tuve un vínculo personal muy bonito. Como madre y abuela, destacaría que fue una férrea defensora de los derechos humanos. Siempre evitó mezclar las cuestiones partidarias. Ella consideraba que el trabajo de Abuelas, como el de cualquier otro organismo de derechos humanos, debía de trascender de las cuestiones partidarias, de la vinculación directa con los mandatos presidenciales. No era de participar en actos políticos, en cambio, siempre estaba presente cuando le llamaban, por ejemplo, a dar una charla en una escuela o en cualquier otro foro sobre la búsqueda de los nietos.
Destacaría su entereza y búsqueda en medio de su drama y de recordar a Virginia cada noche.
¿Y de Virginia Ogando?
Hasta los 18 años no quiso tocar el tema de sus padres desaparecidos. A los profesores les decía que no le preguntaran sobre sus padres. Cuando entró a trabajar en el Banco Provincia cambió. Allí había trabajado su padre. Solo en la Ciudad de La Plata, desaparecieron 28 trabajadores del Banco Provincia. Esto llevó a la propia institución a tomar una política de defensa de los derechos humanos. Virginia se involucró de lleno en la búsqueda de su hermano. Le escribió muchas cartas que publicaba en un blog. A veces, recorrió caminos que iban por fuera de la institución de las Abuelas. Una vez se presentó en un programa de televisión. Era buscar desesperadamente. Sufrió algunas decepciones. En una ocasión creyó haber encontrado a Martín, pero el análisis genético dio negativo. Era como caerse y volver a levantarse permanentemente.
¿Cómo ha sido su relación con Martín?
Él sigue en el proceso de reapropiarse de su identidad. Creo que ello conlleva años, o toda la vida. Por suerte, desde el minuto uno tuvo un hermoso vínculo con Delia. Él vive en Estados Unidos, por lo que no podían verse demasiado seguido, pero aun así cada año viajaba varias veces a Argentina. Junto a Delia visitó varias veces el Pozo de Banfield, el centro clandestino de detención donde nació.
En el prólogo se plantea el interrogante sobre si se deben de narrar o no estos hechos.
Coincido con lo que dice la escritora Angela Pradelli, quien es un faro en el rescate de nuestra memoria. Hay que seguir transmitiendo el legado y lucha por la justicia de las madres y abuelas que, por una cuestión biológica, van falleciendo. Estamos en un momento negacionista en muchas partes del mundo, particularmente en Argentina.
¿En qué se traducen esos discursos negacionistas?
Estamos asistiendo a un avance de la derecha que, después de cuatro años de macrismo y de considerar que la defensa de los derechos humanos era un robo, ha ido ganando terreno. Esos mensajes han calado en gran parte de la sociedad argentina. La palabra de las madres, de las abuelas, de los organismos de derechos humanos cobra mayor relevancia en este contexto.
En este contexto, ¿cómo han recibido el éxito de la película “Argentina, 1985”?
La cinta ha generado un debate muy grande. Se cuestiona que las voces de algunos de los supervivientes no están tan plasmadas. Pero, como aporte es sumamente necesaria. Es una película premiada, con actores reconocidos, y vuelve a poner el tema sobre la mesa. Todo lo que genera discusión, sobre todo, de cara a las nuevas generaciones es bienvenido.
La Justicia argentina dio por probada la «práctica sistemática» de robo de hijos de desaparecidos y condenó por ello a Rafael Videla a 50 años. ¿Qué supuso este juicio?
Aquella sentencia fue algo que durante años buscó la institución Abuelas de Plaza de Mayo. Hasta ese momento, no había habido una condena específica sobre el robo de bebés. Ellas lo vivieron como un triunfo. El proceso fue muy doloroso, pero representó darles la razón después de que durante muchos años fueran tildadas de locas y de que tuvieran que escuchar que sus hijos e hijas se habían ido a pasear por Europa. Fue mucho el desprecio que sufrieron. Este juicio fue una especie de reparación. No hay que olvidar que seguimos buscando a más de 300 nietos.
¿Qué mensaje trasladaría a las nuevas generaciones que ni han conocido la dictadura ni han sufrido en sus consecuencias?
Todas las personas que tratamos de aportar nuestro granito de arena a la construcción de la memoria trasladamos el mensaje de que nunca más nos podemos permitir la instauración de un terrorismo de Estado. La democracia se sostiene haciendo memoria. Tenemos que seguir peleando por derechos básicos que aún nos faltan por conseguir.
Delia decía que «estar desaparecidos es imaginárselos en un tiempo paralizado. Todo es imaginario; todo es volátil». ¿Qué implica para usted la figura del desaparecido?
Ni soy víctima directa ni tengo familiares víctimas de la dictadura. Sin embargo, cuando empecé a estudiar fue una realidad que me tocó de cerca y me cambió radicalmente. Terminé la Secundaria sin tener prácticamente idea de lo que había pasado en Argentina. Cuando entré en la Facultad de Periodismo, fue un mundo que se abrió. Esa suspensión de la vida me parece terrible. Es un dolor que, como familiar, te lo llevas hasta la tumba. Es muy perverso lo que hicieron los militares en ese sentido. Y no lo podemos permitir nunca más.