“Estos grupos tienen un modo específico de hacer política que se acrecienta sobre el poder territorial de las iglesias que van expandiéndose, especialmente en los lugares donde el Estado llega de forma fallida, o represiva o ineficiente”. La contundente afirmación de Ariel Goldstein, doctor en Ciencias Sociales e investigador del Conicet en política internacional, refleja las conclusiones a las que arribó tras encarar la elaboración de Poder Evangélico. Cómo los grupos religiosos están copando la política en América, el libro que acaba de publicar de la mano de Marea Editorial.
En él describe la creciente y preocupante expansión de los grupos evangélicos en todo el continente, donde Estados Unidos y Brasil son los casos que esgrimen como los “más exitosos”.
Pragmatismo y plasticidad
“Tienen una ideología conservadora en términos sociales pero les permite una plasticidad para acomodarse a distintos gobiernos de distintas visiones políticas. Son muy pragmáticos –explica Goldstein, en diálogo con Canal Abierto-. Pueden aliarse con Donald Trump, que en teoría no cumple con los valores puritanos, pero que les ha dado mucho espacio en el gobierno. Y los pastores se benefician, por ejemplo, con la creación de la Oficina de la Fe en la Casa Blanca”.
Allí, en el centro económico occidental, su principal referente es el propio Mike Pence, vicepresidente de Estados Unidos. Pero también tienen vínculos con Jair Bolsonaro, en Brasil, Janine Añez, en Bolivia, y hasta con Andrés López Obrador en México.
Y agrega: “Es una tentación para los políticos progresistas establecer alianzas con pastores evangélicos porque a corto plazo puede ser un beneficio. Pero a largo plazo, para una fuerza política que pretende expandir la democracia y el debate público democrático, no lo es, como le pasó a Lula en Brasil y como podría pasarle a López Obrador”.
Autoayuda y neoliberalismo
Son “evangélicos” en sentido amplio: cristianos conservadores, pentecostales, neopentecostales. Los grises se desdibujan porque su propio discurso así lo quiere. No mostrar los matices supone homogeneidad y los muestra todavía más numerosos.
Su creciente popularidad, para Goldstein, radica en su “forma más heterodoxa de hacer religión”.
“Se organizan por grupos temáticos y problemas: drogas, alcoholismo, violencia doméstica. Y tienen toda esta dimensión carismática del pentecostalismo. Usan las redes sociales y los medios de comunicación de una forma muy avanzada, muy astuta, lo que muestra una capacidad de adaptabilidad -sostiene-. Y su discurso está muy emparentado con el de los libros de autoayuda. Esta cosa simplista sobre cómo resolver un problema concreto, una serie de consejos. Logran captar público desde esa capacidad para no sólo dar un sentido religioso sino también estar conectados con la forma de la subjetividad más contemporánea”.
Así, ofreciendo respuestas donde el Estado falla, ejerciendo una tarea social de contención y acompañamiento, se multiplican sus programas y hasta canales televisivos y los artistas que pregonan la fe se vuelven populares. Al tiempo, ganan en adeptos que migran desde la Iglesia Católica.
El binarismo autoritario
Pese a su aparente flexibilidad ideológica, su discurso se identifica con la oposición al aborto, a los derechos sexuales y reproductivos, y el ataque a las minorías sexuales.
“Los gobiernos a los cuales más aparecen asociados son los de tinte autoritario. No es casual que detrás de Fujimori en Perú estuvieron los pastores, de su hija Keiko Fujimori, o el caso de Janine Áñez en Bolivia –relata el autor-. Desarrollan un binarismo político autoritario, porque dicen: ‘de este lado de las fuerzas políticas con los que estamos estamos nosotros está Dios y está el bien y lo positivo, del otro lado está el diablo, y lo negativo, lo satánico’. Y ese discurso es peligroso para democracia que se asienta sobre el reconocimiento del otro como un adversario legítimo”.
Para el investigador, el peligro es claro: “Por el tipo de ejercicio de la política que hacen, si se expanden mucho amenazan las bases mismas del compromiso democrático, por este discurso binario, autoritario que tienen”.
Entonces, ¿qué hacer con este poder en ciernes? En Poder evangélico, Goldstein se lo pregunta, lo analiza, y esboza estrategias para los Estados que, hasta el momento, parecen no haber reparado en las dimensiones que está alcanzando esta fe, dispuesta a mover montañas.