Por Carla del Cueto
“El nombre del ladero ha cambiado, ahora Alberto se llama Calica; pero el viaje es el mismo: dos voluntades dispersas extendiéndose por América sin saber precisamente qué buscan ni cuál es el norte.” Con estas palabras Ernesto Guevara inauguraba su diario en el segundo viaje por América latina. En esta oportunidad quien narra el viaje en De Ernesto al Che es justamente el nuevo ladero, Carlos “Calica” Ferrer. Entre los motivos que lo llevaron a escribir este libro Ferrer menciona, en primer lugar, la entrevista que le hizo Pacho O’Donnell, quien en 2002 estaba trabajando en una biografía del Che. Fue O’Donnell quien lo animó a escribir su propia experiencia como compañero de viaje por América latina de Guevara. En segundo lugar, la publicación de Otra vez. El Diario inédito del segundo viaje por América Latina (1953-1956), el diario de viaje de Guevara. Finalmente, el estreno de Diario de motocicleta que cubre el primer viaje de Guevara junto a Alberto Granado, de Walter Salles.
Con prólogo de Alberto Granado, el libro comienza con una nostálgica semblanza de “los años dorados de Alta Gracia”, de las travesuras de infancia y los veranos durante la adolescencia. La propuesta de viaje que hace Guevara a su amigo Calica, luego de su primer viaje, resulta muy seductora para quien en ese momento había abandonado el estudio y estaba sin trabajo: el objetivo era llegar a Venezuela para allí capitalizarse y luego partir rumbo a París a pasar una temporada.
Luego, Ferrer relata el recorrido por Bolivia, Perú y Ecuador en donde intercala sus propios recuerdos con el diario de Guevara, del cual se extraen, a veces en exceso, numerosos pasajes. Entre ellos, se destacan las poéticas descripciones de los paisajes. A esto se agrega correspondencia a familiares y amigos, y otros textos de memorias como el libro de Ricardo Rojo y el escrito por Ernesto Guevara padre. De Ernesto al Che incluye, además, las pocas fotografías que sobrevivieron de los muchos rollos que se perdieron sin siquiera revelarse por falta de dinero. Gracias a esta memoria del viaje nos enteramos de que para Ernesto “la cámara (de fotos) era sagrada”, de los numerosos gestos solidarios y de su incansable espíritu aventurero.
A medida que el relato avanza se puede rastrear ese momento bisagra en el pasaje del inquieto médico recién recibido Ernesto al guerrillero heroico. Es el momento en el cual Guevara deja de lado sus expectativas de capitalizarse en Venezuela y cambia de rumbo hacia Guatemala, que estaba atravesando un momento de particular efervescencia política. Es en Ecuador en donde se acentúa esta inquietud más política a partir del encuentro con tres argentinos estudiantes de Derecho (Eduardo “Gualo” García, Andro Herrero y Oscar Valdovinos) y el viraje hacia Guatemala.
Como bien señala Granado, el libro es honesto. Sin embargo, ese tono campechano, por momentos ameno y entrador, en otros peca de cierta pedantería. El relato jactancioso de las conquistas amorosas, aunque pueda reflejar los usos y costumbres de la época, no deja de incomodar en un texto escrito y leído desde el presente.