Por Adolfo Coronato
Kabul, Bagdad, Teherán (Relatos desde los campos de batalla), del periodista Gustavo Sierra, es un testimonio lúcido y descarnado de las guerras de Afganistán e Irak y los conflictos de Oriente Medio. Escritos en primera persona, con esa narrativa urgente y estremecida tan propia de los corresponsales de guerra, el autor desgrana en diez relatos-reportaje las vivencias recogidas como enviado especial de Clarín a los nuevos escenarios bélicos del silgo XXI.
Sierra analiza los primeros pasos de la guerra antiterrorista lanzada por Bush tras el atentado a las Torres Gemelas en septiembre de 2001, que llevaron a la invasión de Afganistán en noviembre (para destruir a Osama bin Laden y su red Al Qaeda) y luego de Irak (marzo, 2003), para acabar con Saddam Hussein y sus nunca probados vínculos con el terrorismo y la fabricación de armas de destrucción masiva.
En Afganistán, el autor describe los ataques aéreos y con misiles desde los barcos de la OTAN anclados en el golfo Pérsico y la guerra de los muyahaidines (milicianos) de la Alianza del Norte contra el régimen de los talibanes, hasta la caída de Kabul y la efímera resistencia del mullah Omar en la sagrada Kandahar. Son enriquecedores los relatos y anécdotas de la vida en la zona tribal de los indomables pashtunes, y los testimonios de las fracasadas búsquedas de Bin Laden en las Montañas Blancas de la cordillera del Hindu Kush.
Sierra fue el único periodista argentino y uno de los tres latinoamericanos que informaron desde Bagdad el ataque del 23-24 de marzo de 2003. “Nunca antes había sentido –escribe– que la muerte y la destrucción estuvieran tan cerca de mí. El infierno se había desatado frente a mis ojos y mi cuerpo lo sentía. El estómago se me pegaba a la espalda. Me agarré los testículos una vez más. Fue una acción muy primitiva pero la única que tenía para contrarrestar desde mi finitud la magnificencia de las bolas de fuego y los golpes de sonido que me atravesaban.” Testigo de la muerte de su colega y amigo José Couso (Antena 3, de España) por el disparo de un tanque norteamericano contra el hotel Palestine, aún impune, el autor consigna que 67 periodistas cayeron desde la guerra de Afganistán hasta ahora.
El autor describe el avance casi sin resistencia del ejército invasor, la huida de las tropas de Saddam, los incendios de la Biblioteca Nacional y los saqueos de los tesoros en los museos, la pasividad de los marines, las venganzas personales, el deambular de gente armada por las calles... “Todo ese caos fue el comienzo del desastre (...) Había caído un régimen y no se había implantado un nuevo orden (...) Los EE. UU. ganaron la guerra en 21 días y la perdieron en las 72 horas siguientes”.
En los años sucesivos, Sierra vuelve a Irak sólo para registrar la escalada de la lucha civil entre shiitas y sunnitas, un empeoramiento desastroso de la guerra y la caída de las condiciones de vida a niveles miserables: las muertes de civiles –sin cifras oficiales– oscila entre 40.000 y 100.000 desde 2003.
Una visita a la base estadounidense de Guantánamo, Cuba, donde permanecen 660 prisioneros de 44 países, sin resguardo jurídico ni derechos, cierra otro capítulo escalofriante de la guerra antiterrorista. Los abusos aberrantes contra prisioneros, denunciados internacionalmente en Abu Ghraib, se explican en la transferencia del general Geoffrey Miller, ex comandante de Guantánamo, para implantar los mismos métodos de interrogatorio y torturas en la siniestra prisión iraquí.
Sierra concluye sus testimonios en la compleja y estratégica Irán., tan teocrática como moderna, donde confluyen el inflamado discurso nacionalista de su líder, Mahmud Ahmadinejad, y no pocas amenazas intervencionistas.