Marea Editorial

Emilce Moler: "La Plata es para mí una ciudad llena de ausencias"

El libro con el que cierra una etapa, el recuerdo de sus compañeros desaparecidos, la relación con la ciudad y un mensaje para los jóvenes de hoy.

Ningún año es igual para Emilce Moler cuando llega el 16 de septiembre. Pero seguramente 2020 sera aún más especial, no solo por la pandemia que obliga a recluir las tradicionales marchas callejeras en la virtualidad. La sobreviviente del secuestro y la tortura en los primeros años de dictadura militar, cuando era una estudiante secundaria que militaba en la UES (Unión de Estudiantes Secundarios), acaba de publicar su libro “La larga Noche de los Lápices”, una serie de narraciones que se acercan al registro de un diario íntimo y le permiten dar un cierre, suturar heridas y saldar viejas cuentas con una historia que le partió la vida, pero también -tal vez- con el relato que en torno a aquellos sucesos se impusieron tras el regreso democrático.

En charla con 0221.com.ar cuenta que fueron múltiples los factores que la llevaron a incursionar en la escritura, una disciplina que como buena matemática le resultaba ajena, más allá de su afán lector. “La idea de contar con detalles, con recreación, dando mi voz a toda la historia que se ha contado por supuesto que estuvo siempre presente, pero nunca pensé que yo podía hacerlo”, cuenta.

Desde que se decidió hasta que estuvo, listo el proceso fue rápido. Un taller de escritura fue decisivo para encontrar un registro particular, que no se distancia mucho de sus modos de contar oralmente. La necesidad de que su versión de la historia quedara escrita era demasiado fuerte. "Fue más rápido de lo que pensaba, pero visto de otro modo puede decirse que tardé 60 años", bromea.

“Tenía miedo que algunos detalles se olvidaran porque no podía explayarme en las transmisiones orales y periodísticas. Una tiende a hacer síntesis cada vez más breves de los hechos ocurridos. Y creo que a nivel de comprensión de los procesos históricos-políticos faltan elementos”, profundiza sobre la compulsión a contar lo que le ocurrió.

Casi de un tirón, Emilce soltó todo lo que quería. “Nunca tuve el síndrome de la hoja en blanco porque era tanto lo que quería dejar por escrito”, dice. El antes, el durante y el después de esa larga noche transcurren en las 250 páginas dividas en capítulos, en general breves, que pueden tener vida propia e independientes de la totalidad. Pero que a la vez están unidos por un hilo invisible que es la necesidad de dejar legado.

Su infancia en La Plata, el antiperonismo de su madre, el despertar de la militancia, su padre policía, las asambleas, las acciones relámpago en pleno clima represivo, las casas amigas donde se "guardaba" y la fatídica madrugada del 17 de septiembre, cuando la patota la arrancó de su casa de la avenida 19 ante los ojos desesperados de su padre, quien poco antes le había lanzado una advertencia que -cree- le salvaría la vida: “Hablar bajo tortura no sirve de nada”.

Los detalles de esa primera noche encapuchada, el reencuentro en cautiverio con Horacio Ungaro -su coordinador en la UES- y Nilda Eloy -otra sobreviviente-; la despedida en un traslado de Claudia Falcone y Maria Claudia Ciocchini, de cuyas desapariciones se había enterado el día anterior a su propio secuestro; el blanqueo y la vida de presa a disposición del Poder Ejecutivo Nacional en la cárcel de Devoto y el día en que la dejaron salir, la declararon “irrecuperable” y le prohibieron volver a vivir en La Plata.

Y la reconstrucción de Emilce Moler en libertad, su declaración judicial, la vida en Mar del Plata, la carrera como matemática y docentes, sus confidentes, las recuperación de los lugares perdidos y el reencuentro con relaciones quebradas, las discusiones con los autores del libro “La Noche de los Lápices", sus primeras apariciones públicas y la catarsis expuesta cuando pudo adueñarse de los hechos como otra protagonista de una historia en la que hasta ese momento parecía negada.

—¿Cómo es transitar hoy por lugares de La Plata que fueron cotidianos y a los que te prohibieron volver apenas te liberaron?

—Fue un proceso largo en el que, por ejemplo, tarde 20 años en volver a Bellas Artes, el colegio secundario donde estudiaba. Yo digo que La Plata es una ciudad que me duele mucho. A mí me costaría vivir en La Plata, porque para mi es básicamente una ciudad llena de ausencias.Y ese proceso me costó porque una cosa es cuando te vas de un lugar  y hacés un proceso paulatino, pero a mi me lo arrancaron. Y cuando a vos te desarraigan, en ese proceso es muy difícil hacer los duelos. Y yo los fui haciendo de a poco. Viajaba alguna vez con alguien e iba al Bosque, otro día iba al gimnasio del Nacional, otro día a Bellas Artes. Así, de a poquito fui pudiendo reencontrarme con la ciudad, pero me duele. 

—¿En ese camino de recuperar cosas que te arrebataron te quedan encuentros pendientes con quienes te dieron la espalda cuando te secuestraron?

—Creo que ya recuperé todo, tanto los lugares como la gente con la que quise volver a encontrarme o enojarme. Fui haciendo todo eso y saldando. Ya me peleé con todos los que me tenía que pelear, con algunos me reconcilié y los perdone y con otros no. Creo que por eso pude escribir, porque tengo todas las cuentas saldadas. En general perdoné a todos, pero por lo menos pude decirles lo que pensaba, escuché algunas de sus posiciones, algunas algo entendibles y otras no y terminaron muchos pidiéndome perdón, entonces ya está. 

—¿Cómo fue que no pudiste volver a La Plata cuando te liberaron?

—No me dejaron. A mis padres les dijeron que en caso de que yo saliera en libertad no podía volver porque me consideraban muy peligrosa, les dijeron que yo era irrecuperable para esta sociedad y que me iba a conectar con amigos peligrosos. Entonces me tenían que llevar a un lugar lejos para que me olvide de todas esa cosas. 

—¿Y vos en ese momento de tanto desamparo te creíste que eras irrecuperable?

—Irrecuperable en lo personal no, pero sí en el sentido de que no sabía que iba a hacer en esa sociedad. En el libro hay un relato bastante desgarrador que es mi salida de Devoto, que no quería salir, no quería irme porque no encontraba qué iba a hacer en esta sociedad y yo salía en pleno Mundial 78 con toda la gente gritando "somos derechos y humanos". Y entonces yo decía "qué voy a hacer yo, nadie me va a entender, nadie me va a creer". No me sentí irrecuperable en lo íntimo, pero sí como sujeto social, no me encontraba, no tenía ninguna inserción.

—¿Buscaste que el libro tuviera un tono que no es oscuro pese al drama que cuenta?

—Hasta tiene humor satírico. Eso tiene que ver con como transmito yo normalmente las cosas, me parece. Es un tono muy intimista y yo en mi vida no tengo ese agobio permanente. Y por otro lado cuando empiezo a ver que lo podía leer más gente fui cuidadosa en hasta dónde llegaba. Porque me parece que la parte tenebrosa ya se conoce y a mi me interesaron más los procesos que no se saben, los procesos de los sentimientos, pero no solo en los momentos difíciles. También en los momentos previos. ¿Quién era yo como chica, como adolescente, como joven? ¿Quién era yo después, en la reconstrucción?. Hay sobre eso un capítulo que me gusta que se llama "Emilce Moler y yo", en donde me interesaba analizar cómo llego a ser esa que todos los 16 de septiembre está ahí arriba hablándole a los jóvenes, cómo se construyó Emilce Moler, qué hay detrás de todo esto. Es interesante para los jóvenes, porque en la vida trascendés o no de acuerdo a las pequeñas cosas que vas haciendo. Y todos tenemos posibilidades de hacer cosas por el otro.

—De todos modos la angustia está presente.  

—Claro, el dolor está en el relato y aparte hay veces que surge desde otros momentos, más íntimos. Yo creo que lo que hay en cada relato del libro es como si uno tirara del hilo de cada pregunta que me fueron haciendo a lo largo de la historia en las distintas entrevistas. ¿Cómo empezaste a militar? ¿Cómo era la militancia? ¿Por qué no te fuiste de tu casa cuando te iban a buscar? ¿Cómo fue el día del secuestro? ¿Qué te pasó después ? ¿Cómo reconstruiste tu vida? Todo eso pero desde el adentro y con más tiempo para pensarlo y desarrollarlo que en un entrevista. 

—¿Sentís que con el libro cerrás algo en esa historia como militante?

—Yo le doy mucho valor a la palabra escrita, porque queda, porque se retoma, porque no sabemos cómo se va a ir pasando de generación en generación el tema de la memoria, que es todo conflicto. Entonces digo, punto, terminé de escribir esto, ya quedó. Y es una etapa. Fue una deuda que saldé y me parece interesante. Y además siento que fue liberador.

—¿Cómo surgió el título del libro?

—Fue un torbellino de ideas con la editorial. Fue lo último y lo que más trabajo nos dio. Lo teníamos todo, la portada, los dibujos, todo. Y no nos terminaba de salir el nombre. Hasta que a alguien de la editorial lo sugirió y me parece que está bueno y ya me lo apropié porque realmente fue una larga noche en todo sentido. 

—También puede ser leído como una forma de hacer propia una historia que al principio te dejó afuera. En el libro relatás eso, cuando todavía no eras Emilce Moler, “sobreviente de la Noche de los Lápices”.

—Ese capítulo fue muy visceral para mi escribirlo porque me puede tomar el tiempo y el espacio para contar qué me pasó a mi con esa historia. Todo eso que nunca había podido contar bien en detalle en una entrevista, porque tampoco correspondía. Y ahí me tomaba el tiempo para decir y desdecir, y plantearme y tener las dudas. Fue difícil. Y por eso el título del libro también fue difícil. 

—Hablando de los enojos que pudieron generar el libro y la película “La Noche de los Lápices ¿Sigue siendo para vos una preocupación remarcar todo el tiempo que no fue el boleto estudiantil la causa de la desaparición de ese grupo de jóvenes? ¿Es algo que todavía no está saldado?

—Sí. Todavía no está para nada trabajado ese tema y yo no sé si alguna vez lo vamos a lograr modificar. Todavía existe esto de tomar de esos hitos como la Noche de los Lápices, de los estudiantes que luchaban por un boleto. Así que el relato de víctima inocente sigue muy fuerte y pasará más tiempo. Por eso también para mi dejarlo escrito era importante. No es una negación, porque los compañeros están desaparecidos, porque sufrimos las cárceles. Siempre traté de sostener eso pero recreando que éramos militantes políticos. Me encantó el título de una tesis que se presentó en la facultad de Periodismo: "El boleto era secundario". Y es así, había otras luchas, otros momentos, otras cosas por las cuales peleábamos.

—En las escuelas todavía se suele recordar aquel momento con la proyección de la película, sin ningún contexto que la explique.

—No solo eso. Si yo hiciera una revisión de las entrevistas que me han hecho para este día, la presentación siempre está basada en el boleto estudiantil. No salimos de ahí, salvo por (la historiadora) Sandra Raggio y la Comisión Provincial por la Memoria (CMP) que han trabajado mucho con esto porque es un aspecto sociológico y de comunicación casi. Es un tema para análisis cómo se instalan determinadas cosas. 

—Es explicativo el capítulo en el que contás que casi no tenés recuerdos de esa marcha por el boleto (del 6 de septiembre de 1975) que se convirtió en emblemática por el libro y la película.

—Justamente, eran tan habitual, era una marcha más. Yo lo comparo con un ejemplo de ahora: si a una de las chicas que van a las marchas por el aborto legal el día de mañana les dicen que hubo algo en alguna marcha que se constituye en un hecho histórico o identitario por algo ¿se van a acordar puntualmente de esa marcha? Si iban a todos lados. Nosotros seguramente tomamos a esa marcha como una más, no sabíamos que iba a ser trascendente porque se iba a tomar como un hecho vinculado con los secuestros que ocurrieron más de un año después. Yo estaba yendo a una marcha más, en la mitad o al final de las columnas, no me acuerdo nada como un montón de compañeros no nos acordamos de ese día. Eso no borra la historia, sino que da cuenta de cómo la vivíamos nosotros desde ese lugar y en primera persona. 

—¿Te permitís una mirada crítica de tu militancia en los 70 más allá del contexto de ese momento?

—Yo tenía la edad que tenía y los compañeros que fueron mi conducción están casi todos desaparecidos y tenían veintipico de años. Entonces el análisis que puedo hacer pude ser desde ahora, desde adulta y con determinada mirada, pero lo puedo hacer como cualquiera, viendo el proceso histórico y político. Si me pongo como parte de eso, no hago esos análisis. Me paro en que la mayoría de los compañeros no están, están desaparecidos, vivieron cárcel o el exilio. Y me quedo con ese registro, de una juventud diezmada que quiso cambiar algunas cosas, con métodos que hoy en día parecen imposibles por el afianzamiento de la democracia. Por eso digo que hay que ver los contextos, nosotros no conocíamos la democracia, vivíamos de golpe en golpe. Hay que hacer tantos análisis previos a sacar una conclusión, que es muy complejo. En lo personal creo que lo hacíamos por el compromiso de pensar en el otro, eran paradigmas muy fuertes en ese momento. 

—¿Cómo se proyecta eso en el presente?¿Cuál es el mensaje para los chicos y las chicas que militan y hoy tiene la edad que tenías vos cuando te secuestraron?

—Primero que nada el recuerdo y el homenaje de los chicos que no están. Que nos tomemos un momento para ellos y para explicar que cuando nos dicen que eso es pasado, tenemos que responder que a los cuerpos de los pibes de "La Noche de los Lápices" no los tenemos y que quienes saben donde están no lo dicen y no lo están diciendo hoy. O sea que es presente. Es un pasado que no ha pasado y ese es el primer objetivo, siempre recordarlos y que se evalúe la magnitud de lo que pasó, que no les dieron la oportunidad de estar y de vivir. Por otro lado está la resignificación que hacen los jóvenes de la militancia estudiantil y eso de año a año de acuerdo a los contextos políticos va cambiando. Más allá de los grandes lineamientos que hablan de una sociedad mejor, de una Argentina inclusiva que es algo por lo que tenemos que trabajar mucho todavía, creo que las y los jóvenes van a encontrar las bandera propias, que no tienen que ser las mismas que nosotros. Quizá tendrán que ver con cuestiones digitales, con cosas de informática o el Wi Fi. Vaya a saber cuál será la reivindicación que van a tener que tomar para que haya una mejor educación inclusiva y una mejor sociedad. Este va a ser un aniversario muy distinto porque no nos vamos a ver en las calles ni en las plazas, vamos a estar en las casas. Pero como para el 24 de marzo dijimos que "no se marcha pero no se olvida", este 16 es lo mismo, las pantallas y las virtualidades se multiplicarán para mantener viva la memoria y los lápices van a seguir escribiendo desde el dispositivo que se pueda.