Marea Editorial

Emilce Moler: “De mi también dijeron que era irrecuperable para la sociedad”

A días de un nuevo aniversario de “La noche de los lápices”, se “desarma”, permite que “me conozcan por dentro”, en un libro que, como durante toda su vida, hace un ejercicio de memoria.

Cuando estaba presa en Villa Devoto en los años ’78 y ’79, Emilce Moler hacía ejercicios de matemática y escribía. Tenía varios cuadernos en los que se expresaba, al igual que cuando practicaba fórmulas, para evadirse de la realidad, en esos días en los que no sabía que tendría un mañana. La matemática se convirtió, luego, en su primera profesión. El impulso de escribir le volvió 40 años después, como una necesidad, como una herramienta de reparación que le resultó “absolutamente liberadora”.

Comenzó a coquetear con la idea en 2015 y, en 2016, inició un taller literario. “Tenía miedo de olvidarme cosas y quería que queden asentadas para mis hijos, para mis nietas”, reconoció. Entonces no pensaba que esos relatos pudieran convertirse en un libro. Este mes, a 44 años del horroroso episodio que pasó a la historia como “La noche de los lápices” y del que es una de las pocas sobrevivientes, “La larga noche de los lápices” (editorial Marea), es su historia en primera persona y está disponible en las librerías de Mar del Plata.

El libro no es solo el testimonio de la estudiante, militante, detenida-desaparecida, sino que abre una puerta para comprender cómo la Emilce que fue se convirtió en la Emilce que es hoy. Y, sobre todo, desde su vocación y pasión docente lo concibió no como un relato del pasado, sino como una herramienta para entender el presente.

“No se puede dar ningún derecho por ganado, hay que defenderlos, porque te los pueden quitar en cualquier momento”, reflexiona, en una extensa charla con LA CAPITAL, la sobreviviente que nunca dejó de lado la militancia por un país con igualdad de oportunidades y para quién, lo peor no fueron la detención, las torturas, sino “que la sociedad nos diera la espalda. Y eso, hoy, sigue pasando”. Por ello hace énfasis en la importancia de estar atentos a los pequeños actos de injusticia y abuso de poder.  Y advierte contra el odio a los más humildes. “De mi también dijeron que era irrecuperable para la sociedad”.

 

– Abriste tu corazón una vez más en este libro, ¿Cómo te decidiste a hacerlo?

– Tardé 60 años en decidirme. Para mi era una obsesión dejar algo escrito. Tenía miedo de olvidarme de algunas cosas. Empecé pensando que escribía a mis hijos y a mis nietas. Que desde la primera persona, desde su abuela, les iba a poder llegar de otra manera. En un taller, Juan Carrá -periodista y escritor marplatense- me fue guiando a medida que iba escribiendo relatos. Él me dijo ‘esto es un libro’. Dudé mucho, por eso estoy también muy agradecida a Martín Granosvky que me hace el prólogo porque justamente fue el primero que leyó todo el material y confió en el libro. Y también a la Editorial Marea.

– La clave está en el tono, la forma y ¿en contar tu historia desde otro lugar?

– Yo lo que digo es que para los que me conocen no hay nada nuevo, en cuanto a hecho histórico, de lo que he contado en entrevistas y testimonios, pero sí el registro con el que lo digo, con una voz intimista. Creo que ese es el valor. Busqué desarmarme, que me conozcan por dentro, me permití eso.

– Fue un acto de valentía, uno más…

– Algunos me dicen que fui muy valiente en meterme con mi madre, con mi padre, con afectos tan fuertes, pero lo que pasa es que para comprender por qué hice muchas cosas, había que remontarse a la infancia, sobre todo porque había muchos mitos alrededor de las personas militantes. Siempre me preguntaban si venía de una familia muy política y nada que ver, si yo era muy rebelde y tampoco, entonces, justamente, mostrar las dudas, los miedos, las inseguridades, me parece que acerca. Los jóvenes también pueden hacer cosas importantes de transformación del país. Lo que trato de significar es que era una chica como cualquiera, que le tocó pasar por unas circunstancias muy difíciles y por supuesto estoy muy orgullosa de muchos actos que fueron difíciles y que asumí con compromiso. No es todo lineal, tuve miedos, tuve inseguridades, discusiones con mi familia y quise mostrar esos grises, que me parece que acercan. El objetivo es dar elementos para poder comprender el presente.

– ¿La construcción, los caminos, las decisiones y las circunstancias definieron lo que sos hoy?

– Claro, hoy soy todo esto, porque fui todo aquello. Un capítulo que me gustó cuando escribí y me causó gracia encontrarle el título es ‘Emilce Moler y yo’, porque ahí trato de mostrar quién soy cuando voy a los actos en la plaza, me subo al escenario, hay chicos aplaudiendo, hay emoción. Pero qué siento cuando subo esa escalera, cuando miro, cómo preparo lo que voy a decir. Cómo se llega a pararse en ese lugar y mostrar que no siempre fue así. Muchos piensan que lo más crudo es el relato que puedo hacer de la detención y sin embargo para mi lo más crudo fue cuando la sociedad platense me dio la espalda. Eso para mi fue desgarrador y hoy en día se siguen dando esas situaciones. Como el caso de Santiago Maldonado, qué rápido fue demonizado, cómo no lo dejaron ser víctima. Se lo estigmatizó y la familia al día de hoy sufre agresiones, de todo, y yo veo que lo que yo cuento a veces a los chicos jóvenes les parece raro, pero les mostrás cómo se da de nuevo con casos como estos.

– ¿Temiste el olvido?

– Si, muchísimo. Justamente hay un relato en el que contaba que en un acto de Mar del Plata un 24 de marzo éramos tan pocos, hicimos un lanzamiento de globos negros. Le pedimos por favor al fotógrafo de LA CAPITAL que saque la foto a los globos. Y cuando fue lo de obediencia debida, punto final, los indultos… Hay un relato en el que cuento el momento en que mis hijas más me vieron llorar, porque nunca lloraba tanto y fue cuando sacaron el indulto. Tuve mucho miedo y para mi lo que vivimos de memoria es maravilloso, si bien uno siempre quiere más, estoy altamente satisfecha con todo lo que logramos.

– ¿Pensás que los logros no están asegurados, que se pueden perder?

– Totalmente, está esta situación de Facundo Astudillo Castro, las sospechas de violencia institucional, lo de Santiago, Chocobar, son todos resabios de la maldita policía, de todos los actos represivos que nacieron básicamente en la dictadura y que se mantienen. Y muchas actitudes de la sociedad civil. Yo lo marco porque nunca se podrían haber dado el golpe y la dictadura, con una sociedad que no hubiera sido, en algunos aspectos, cómplice. Entonces para mi es importante marcar a los jóvenes que hoy en día no hay que luchar contra grandes cosas sino contra las pequeñas injusticias, estar atentos, informados, solidarizarse con los que menos tienen, pensar en el otro, no estigmatizar a los pobres, todo ese tipo de cosas que conforman esa trama de una mejor calidad de vida y sobre todo más solidaria que es lo que estamos necesitando y no de unos contra otros, donde se da una paradoja: los ricos odian a los pobres y hay mucha estigmatización a los pobres, extranjeros. Ahí es donde hay que marcar mucha sensibilidad. Trato de mostrar que yo soy rubia, clase media, y sin embargo sufrí todo tipo de estigmatizaciones. De mi también dijeron que era irrecuperable para la sociedad. Siempre hago hincapié contra las frases como ‘no sirven para nada’, ‘hay que matarlos’, ‘son irrecuperables’. Pienso quién dice eso, desde qué lugar y qué hicimos o hacemos nosotros para cambiar algo. Porque si hubiera seguido prevaleciendo la dictadura yo era una irrecuperable y hoy no estaría acá, como mis compañeros de la noche de los lápices no están, porque algunos consideraron que no merecían vivir. Cuando jugamos con las vidas jugamos en un camino altamente peligroso.

– El peligro de ponerse en un lugar de enemistad y superioridad…

– Hoy en día se habla de un término que me duele mucho que es justicia por mano propia y yo creo que no es justicia, es asesinato. O es justicia o es asesinato. Está prevista en la justicia la defensa propia, pero no el matar. Puede existir la defensa en una situación violenta, pero no el asesinato. No se hace justicia por mano propia. Y no lo descubrimos ahora, qué sintieron mis padres cuando me encañonaron y me llevaron, qué sintieron las madres cuando llevaron a sus hijos. Nadie salió a matar, siempre se pidió que se haga justicia, con todas las deficiencias de la justicia, pero es lo único que nos diferencia y nos hace crecer como sociedad.

– Esa vinculación con el presente que señalaste…

– Hay que traer ese pasado para que se vincule, se resignifique en este presente, no puede ser que alguien que respete a madres y abuelas, que vea su dolor, no se solidarice con alguien humilde o pida pena de muerte, porque lo que vale es la vida y la política es para disfrutarla, no hay que dar la vida por los ideales hay que vivir la vida. Y eso a todos les corresponde.

– Relaciono la época en que empezaste a escribir, coincidente con un brote negacionista y el discurso de la meritocracia. ¿Te afectaron?

– Totalmente, en el macrismo me sentía muy mal, porque sentí que retrocedíamos muchísimo y alguien como yo, que había luchado tanto, que pensábamos que habíamos avanzado en algunas cuestiones, sentí una cachetada muy fuerte. Las políticas de retroceso en derechos humanos durante el macrismo fueron fuertes y no fueron más gracias a las luchas populares, porque se frenaron por ejemplo el 2×1, quitar el feriado del 24 de marzo, en Mar del Plata tenemos la marcha ejemplar contra el arresto domiciliario a Etchecolatz. Esas cosas hicieron bien al alma, como el sustrato que quedó, que no se fue todo para atrás, pero a nivel educativo se desafectaron muchos programas. En ese período fue justamente cuando empecé a escribir, justamente, para contar ese tipo de cosas, cómo era la visión de una joven que quería una sociedad mejor, qué es lo que sigo queriendo ahora de grande. Lo que va cambiando son las coyunturas políticas, los miedos y los comportamientos de la sociedad, pero el deseo es el mismo. Los jóvenes criados en democracia sienten que hay cosas que están ganadas. Soy más cuidadosa, creo que nada está ganado del todo, te lo pueden quitar en cualquier momento, los derechos hay que defenderlos de forma permanente. Creo que hay cosas que hemos ganado, sí, como la valoración de la democracia, el rechazo a las torturas, a la apropiación de los nietos, creo que ahí hay un piso, pero después lo demás está todo en construcción. El otro día un ex presidente hablaba de golpe militar. Por suerte hubo repudio, esa es la diferencia, que esas voces quedan chiquitas, ganan más las otras voces.

– Es por todo ese trabajo permanente, con lo literal y lo simbólico.

– Yo hago el ejercicio de qué hubiera pasado si todas las víctimas no hubiésemos hablado. ¿Cómo se supo que hubo centros clandestinos? porque alguien, en los 80, decidió hablar, que no es fácil. Actos heroicos que hoy también se necesitan y más que nunca porque en general no hay miedo, por eso hay que hablar, salir de las comodidades. Las causas buenas hay que asumirlas y participar en proyectos colectivos. Las cooperadoras nunca tienen gente que participe, los clubes tampoco, nadie se quiere meter, después todos critican. La política tiene sus cosas pero hay que participar. Yo que estuve en gestiones, es complicadísimo mover un expediente de una oficina a la otra, después es fácil cuando se dice que no se hizo una cosa u otra. Yo siempre recomiendo participar de algo colectivo para luego hablar. Hay que hacerlo porque no es que nadie lo va a hacer, siempre alguien lo hace, entonces en momentos en que la cuestión gremial y la política están denostadas, hay que comprometerse, hay que meterse. Cuanto más participemos mejor. Claro, da trabajo, cuesta tiempo, esfuerzo, te amargás, pero es la construcción democrática. El país sufrió bastante por eso y otros dimos mucho más que horas y tiempo. Creo que es tiempo que se den ese tipo de participaciones en memoria de los que ya no están.

 

Sobreviviente

Emilce Graciela Moler nació en 1959 en La Plata. En los años 70, mientras era estudiante secundaria en la Escuela de Bellas Artes, militaba en la Unión de Estudiantes Secundarios (UES).

El 17 de septiembre de 1976 tenía 17 años. Era tan menuda que los efectivos que ingresaron a su casa creían que se estaban equivocando de persona. En ese proceso que se conoció como La Noche de los Lápices también secuestraron a Claudio de Acha, María Clara Ciocchini, María Claudia Falcone, Francisco López Muntaner, Daniel Racero, Pablo Díaz, Gustavo Calotti, Patricia Miranda y Horacio Ungaro.

Solo Moler, Díaz, Calotti y Miranda sobrevivieron, los demás continúan desaparecidos.

Moler estuvo en el Pozo de Arana, en el Pozo de Quilmes y en otro centro clandestino de Detención en Valentín Alsina hasta que “me pusieron a disposición del PEN”. Era enero de 1978 y la llevaron a la cárcel de Devoto.

Luego estuvo bajo el régimen de “libertad vigilada” y se radicó en Mar del Plata, donde terminó el secundario dando libre las materias. Es doctora en Bioingeniería por la Universidad Nacional de Tucumán, magíster en Epistemología y profesora en Matemática por la Universidad Nacional de Mar del Plata.