El segundo sexo de Simone de Beauvoir
Por Tununa Mercado
Los libros son objetos demandantes que nunca se disponen ante la mirada de un lector de manera inerte y pasiva. Este libro que ahora tenemos ante los ojos ostenta un peso físico y un volumen que obliga a tenerlo entre las manos como una obra grande, si no enorme, cuyo número de páginas nunca será enunciado en términos exactos, sino siempre como “un libro de más de setecientas páginas”, apabullante por el modo en que no se ha buscado ningún artificio para hacerlo crecer en su desmesura puesto que solito se la ha ganado e incluso, con el tiempo, hasta se ha permitido ser un solo volumen, desafiando así los dos tomos de su primera edición. Ahora El segundo sexo I y El segundo sexo II vienen en un solo volumen y es tal vez esta unidad física lo que nos permite entrar en la conmemoración de los cincuenta años de El segundo sexo, es decir, los cincuenta años de la creación de una mujer, que no es otra cosa que ese segundo sexo, en su doble sentido, de una imagen de la mujer que somos y de la mujer que es ella, Simone de Beauvoir. Los dos viejos tomos amarillentos ya no están en la biblioteca. O tal vez esté sólo uno de ellos, pues ese desmembramiento es la suerte que suelen correr los libros de varios volúmenes. La pregunta es si esos tomos antiguos, desflecados, ausentes, llenos de polvo y sobados por la lectura incesante de sus primeros diez años de vida pueden ser reemplazados por la nueva obra unitaria de editorial Sudamericana. Es decir, si el efecto físico de poner éste en lugar de los otros, cubre ese espacio, lo rellena, con la misma convicción que antes, y con la misma suma de significación. ¿Vuelve a estar orondo El segundo sexo en el estante? ¿No le queda grande el espacio que los otros, sus hermanos mayores, dejaron? ¿La pérdida de tensión en el espacio, esa manera de presionar que tienen los libros cuando se instalan, no está provocando en nosotros una sospecha de pérdida en otros órdenes? Y la sospecha, ese sentimiento que tiene mucho de miserable porque anticipa una carencia, y bastante más de mezquino porque retacea un precio, ¿no nos lleva a la culpa?
Fuera sospechas, decimos, espantemos de la mente cualquier reticencia, como si se tratara de un mal pensamiento. El libro ha vuelto a nacer y es reverencial el modo en que abrimos sus páginas. Y no es desatinado decir, por lo que significó hace varias décadas, y por la organización en tópicos y en tipos en que fue configurado, que esta nueva lectura que se inicia en realidad es un sopesamiento, es decir, también un ademán mezquino que nos está llevando a cotejar los de antes y el de ahora, a tomarnos la fiebre para ver si en la escala las reacciones son homologables y, en suma, si las reacciones son de igual magnitud que en otros tiempos. Y si no estamos inaugurando, con esta nueva lectura, un nuevo tipo que no vaya a continuación de “La mujer casada”, “La madre”, “La narcisista”, “La enamorada”, “La mística” o ésa del capítulo final “La mujer independiente” que como ideal se había instaurado en las conciencias, sino que sobreborde - como si en la lectura hubiese una tecla Insert que diera existencia a medida que borra - el nuevo tipo que somos o, más demencialmente, el que queremos ser o el que nunca llegaremos a ser. No se puede saber cómo se llama ese capítulo inédito que escribimos a medida que leemos. Pero una imagen se cruza en la disposición reverencial: hemos sentado a una gran diosa madre frente a nosotros y empezamos a oír lo que alguna vez oímos, de ahí el efecto de sobreimpresión que el texto ejecuta de manera prodigiosa, porque esta madre-abuela apabulla con su sabiduría. Tiene todos los datos y los expone para sustentar las figuras de mujer que va creando; los personajes de su historia se recuestan sobre la Gran Historia Universal, con todos sus acervos literarios, antropológicos, arqueológicos, biológicos y en ese desgranar el texto va creando zonas que provocan ese vértigo de lo que se cree ya conocido, de lo que sólo pide reconocimiento. Ya conocido y ya visto, pero, sin embargo, a medida que se avanza en la corroboración, el hallazgo de una referencia que pudo haber sido útil, un fragmento que fulgura, la cita que podría ser un epígrafe de ese capítulo sobrebordado cuyas puntadas no se ven pero que se va constituyendo por poco que la honestidad nos asista en el momento de leer.
La caja de impresión de Simone de Beauvoir es un armario de la razón, allí todo ha sido acomodado con rigor porque ninguna pieza podía correr el riesgo de desbaratar el sistema que se quería constituir: un aparato que registrara con nobleza de designios los atributos de la mujer, es decir que supiera historizarlos y situarlos con los instrumentos que el humanismo había puesto en manos de esta gran madre-abuela dialéctica: el existencialismo, el psicoanálisis, el materialismo histórico. Un efecto, sin embargo, apesanta en el espacio ese mosaico de la condición femenina, lo fija al suelo como una placa - tal vez la placa conmemorativa que hoy queremos descubrir para este libro - y es una apariencia de manual que no estaba antes y que ahora surge como un valor agregado. Ese carácter no pide, desde luego, que se le arrime un segundo término: manual de ayuda, pero la tentación iconoclasta de decirlo es grande porque, precisamente, queremos sobreimprimir en lo escrito, hacer ese capítulo que nos interprete a medida que vaya borrándonos en lo ya dicho, ya visto, ya establecido.
Otro efecto se acompasa con la lectura de este segundo segundo sexo: la conquista imposible de la condición de sujeto que las setecientas páginas pretendían para la mujer. Se podrá recortar, decir con un lugar común - “algún cambio se produjo”, “eso ya no es lo mismo que en los tiempos de Simone de Beauvoir”-, pero esas generalidades no bastarán para borrar el desconsuelo que ni el regazo de esa madre lúcida puede paliar. Y mejor no hacer la suma de lo que no se pudo ni se puede. Esos retratos de mujeres son espejos fijos que sólo la imaginación hace girar; es aterrador el modo en que nos reflejan porque pareciera que mutamos, pero seguimos siendo las mismas.
Interesa saber cuáles serán las refutaciones de esta sobrelectura o sobreescritura "Insert". El libro provoca, intermitentemente, pero de manera regular, un afán correctivo. El deseo de marcar una inconsistencia en la imagen radiográfica podría estar queriendo decir que se trata de un texto que todavía mueve y conmueve, que la mística se enoja por la versión que de ella se da y postula una nueva forma de trance y de amor a Dios; que la hetaira quiere rehacer los términos con que se describe su estatuto y reivindicar aumento de salario ante los poderosos; que la lesbiana no está conforme con el ordenamiento previsible que se atribuye a su deseo; que la mujer de hoy, cualquiera sea su elección vital, sexual o política no cree necesario el estereotipo anatómico que califica su orgasmo y que más bien prefiere que la dejen elegir su forma de goce, etcétera, etcétera. Eso sería lo mejor: un libro en movimiento, insisto: que se siga escribiendo.
Hay algo que conspira en contra de ese continuo, sin embargo, y no es irrelevante: la escritura es asertiva, afirmativa, apodíctica y toda otra calificación que denote una seguridad en el juicio. Ella es, esto o aquello se define por, o esto o aquello implica, y podría seguir en este entresacado de los usos del ser y el estar y otros verbos que se juegan en los tiempos y los modos de la certeza, un sistema de inferir que encierra en pocos pasos el juicio de verdad y que ofrece poca resistencia, entendiendo por esto la capacidad de producir ese estupor de un conocimiento que no se deja tomar. Nunca la perplejidad, nunca la ignorancia y aún la idiotez que son lo propio de una poética del pensar. Tal vez ese estilo afirmativo, francés académico, haya sido la forma que tanto Simone de Beauvoir como Jean Paul Sartre necesitaban recuperar para reformular un pensamiento después de una guerra que había devastado la civilización y arrastrado con la destrucción también los modos de pensar. Abstraer, sí, desde luego, pero después rearmar en la escritura como quien necesita poner las cosas en su lugar, se diría, sin los riesgos de la aventura verbal, aunque lo que se enunciara fuera en ese momento una bomba de contenido revolucionario. Privarse del vuelo para recomenzar la historia.
El texto publicado aquí es el capítulo titulado "El segundo sexo de Simone de Beauvoir", de Tununa Mercado, incluido en el libro El segundo sexo en el Río de la Plata, lanzado recientemente por Marea Editora. Mabel Bellucci y Mariana Smaldone (compiladoras) Buenos Aires: Marea. Asimismo, las propias compiladoras y l*s siguientes autor*s decidieron compartir junt*s sus producciones en esta obra:
Nora Domínguez, Marcela María Alejandra Nari, María Moreno, María Gabriela Mizraje, Tununa Mercado, Graciela Torrecillas, María Magdalena Uzín, Omar Acha, Pablo Ben, María Ileana García Gossio, Marcela Lagarde, Karina Felitti, María Lucía Puppo, Piera Oria, Graciela Sapriza, Susana Rostagnol, Elisa Pérez Buchelli, Elena Ganón Garayalde, Karen Wild Díaz, Lucía Campanella.