Diversas generaciones de lectorxs celebramos la publicación de Le deuxième sexe de Simone de Beauvoir que lleva setenta décadas de circulación, traducciones, (re)ediciones y resignificaciones en diferentes contextos culturales y geopolíticos. Precisamente, a partir de 1954, con el título El segundo sexo, este libro comenzó a circular en castellano por la región del Río de la Plata, con sus ciudades referentes: Buenos Aires y Montevideo. Y hacia 1970 tuvo un impacto mayor en grandes movimientos decisivos para la lucha feminista: el Women’s Liberation Movement, en Estados Unidos, y el Mouvement de Libération des Femmes (MLF), en Francia.
En este contexto, el rol de las lectoras de la obra beauvoiriana (muchas de ellas escritoras, artistas y también traductoras y editoras) es fundamental en los devenires literario-filosóficos, culturales y políticos de su recepción al Sur de América, en específico a partir de las traducciones que se fueron realizando en Argentina y la región del Río de la Plata entre los años 1940 y 1980 –período que coincide con la proliferación de las publicaciones en vida de la filósofa francesa–.Sus ideas y producciones estaban permeadas –sin exceptuar las tensiones y confrontaciones– por el pensamiento de Beauvoir, e incluso algunas la conocieron. Esta confluencia resultó particularmente productiva en escenarios de ampliación de la participación de las mujeres en el espacio público. Pero también, cabe destacar, dicha recepción y confluencia fue significativa en momentos en que la disidencia sexo-generizada se hizo más visible en el campo cultural.
Cuando en 1949 salió publicado El segundo sexo, entre polémicas y censuras, se agotó desde la primera semana y, rápidamente, traspasó las fronteras de Francia. Y pese a las políticas editoriales de censura, acordes con prejuicios culturales e intereses ideológicos, no se detuvo la amplia difusión de la obra de Beauvoir. De esta forma, este gran ensayo apareció publicado en castellano en el año 1954, en Argentina -su traductor fue Pablo Tischkovsky Blant, conocido como Pablo Palant, y lo distribuyó Ediciones Psique-. Dicha traducción no es una excepción puesto que, entre las décadas del cuarenta y ochenta, gran parte de los escritos beauvoirianos fueron traducidos y editados en este país –casi en simultaneidad con las publicaciones francesas–.
Las primeras recepciones beauvoirianas, tanto en Montevideo como en Buenos Aires, hicieron eco en una primera etapa de las retóricas existencialistas y posteriormente fueron recuperándose sus fundamentos feministas. Es de destacar que ambas ciudades mantenían intercambios fluidos tanto en la circulación de sus revistas culturales, semanarios y libros como de sus agentes dentro del campo intelectual. Además, tenían en común una gran apertura hacia la cultura francófona, en la cual fueron centrales las recepciones existencialistas impulsadas tanto en el plano filosófico como literario por Beauvoir y Sartre.
En este contexto cultural, las editoriales tuvieron un rol importante de difusión a partir de la década del cincuenta de los escritos de Beauvoir para un amplio público de lectoras y lectores de América Latina y España. Y en este escenario que recorre varias décadas, se encuentran el interés y la tarea de varias editoriales, así como también el trabajo de las/os traductoras/es, ya sean consideradas/os intelectuales letradas/os o escritoras/es.
Atisbos de una lucha[4]
Mabel Bellucci
Así, en aquel Buenos Aires a horas del derrocamiento del segundo gobierno peronista, en 1955, el contenido revulsivo de El segundo sexo flotó en el vacío. Hubo que disponer de paciencia. Iniciados los setenta, emergieron dos pequeños colectivos que centraron su accionar en la reflexión grupal: la Unión Feminista Argentina (UFA, 1970-1976) y el Movimiento de Liberación Femenina (MLF, 1972-1976). Fue en ese entorno histórico que este texto canónico comenzó su ruta. El mecenazgo de Simone y, en especial, la significativa relevancia de El segundo sexo no difiere al compararlo con lo que sucedía en el resto del continente o en España. Asimismo, en nuestro país el feminismo estaba despuntando, aunque carecía de una fuerza cuantitativa que impulsara su visibilidad y, por cierto, era contemplado con extrañeza. Si bien en estas tierras fue endeble en cuanto a sus formas organizativas y al mínimo impacto social provocado, no por ello, se debería descartar su legado intelectual, que recogerá sus frutos a futuro.
Quien se ocupó de la lectura de Simone fue Mirta Henault, obrera metalúrgica y textil, delegada sindical de cuño trotskista, colaboradora del periódico Palabra Obrera y tiempo después integrante de las filas de la UFA, tuvo cosas que decir. En 1972, en su ensayo “La mujer y los cambios sociales: la mujer como productora de la historia” publicado en el libro Las mujeres dicen basta, inició el texto con planteos elogiosos a El segundo sexo, pero también con una crítica puntual en torno a la noción de otredad: “Según Simone Beauvoir, la condición de las mujeres se presenta como algo dado por la naturaleza y no como un producto histórico. Sin embargo, nosotras pensamos que, si las mujeres se plantean como ‘lo otro’ en relación al varón es porque ellas mismas han sido condicionadas por exigencias sociales, que determinaron sus características singulares, que son el reflejo de su ubicación en la base económica sobre la cual se sustentan esas relaciones sociales. Por otra parte, si la mujer es ‘lo otro’ en relación al varón. ¿Por qué lo otro se considera inferior?”[5] Henault con un brío intelectual procuró articular las inscripciones teóricas feministas con el campo del marxismo con el propósito de producir su ensayo propio, siendo este uno de los primeros escritos crítico que circuló anticipadamente dentro de la militancia feminista en el Río de la Plata y, tal vez, en América del Sur.
A Henault El segundo sexo no la había conmovido como al resto de sus pares. Pese a ello, lo difundió entre algunas camaradas trotskistas. Fue el caso de Ladis Alaniz, quien señaló: “Lo leo, en 1968, influenciada por Mirta y no tuvo gran significado. Los grupos de izquierda eran solitarios, pequeños y no tenían contacto, a diferencia de las liberales, con escritores europeos. En su momento, las lectoras de Simone no la tomábamos como referencia. Nosotras hablábamos sobre la opresión de la mujer, pero no con la magnitud que le daba el feminismo; hubo que esperar unos años para hablar claramente sobre la opresión. A partir de 1970, nos empezamos a juntar para leer literatura norteamericana, italiana y francesa. Yo ingresé en la UFA apenas se funda y fue toda una revelación ya que las militantes de izquierda creíamos que nos íbamos a liberar con la revolución”.[6]
La admiración de sus seguidor*s
Sara Torres, también militante histórica de la UFA, amiga inseparable del poeta y militante marica, Néstor Perlongher, reveló haber leído El segundo sexo siendo una adolescente: “Azarosamente llegó a mis manos cuando una compañera de la secundaria me lo pasó como un paquete que se quiso sacar de encima. O a lo mejor, me lo sugirió un compañero de trabajo que no tenía nada que ver conmigo. Lo leí en 1959. A Simone de Beauvoir la conocía por ser una figura clave de aquella corriente filosófica europea y también por ser la mujer de Jean-Paul Sartre. Volver a leer El segundo sexo era parte de mi ritual feminista, al menos por la cantidad de veces que lo leí. Lo habré hecho cinco o seis veces más. Nunca lo compartí en grupo de mujeres, no existían las otras, aunque empecé a reflexionar con algunas compañeras en la terapia grupal y, a la vez, lo compartí con mis compañer*s en el Grupo Política Sexual (GPS). Algunos de ell*s lo hicieron circular entre l*s integrantes del Frente de Liberación Homosexual”.[7]
Ahora bien, el interés que provocaba el perfil intelectual y feminista de Simone estuvo también reconocido por el diario La Opinión mediante la intervención de dos luminarias de la prensa feminista: “La escritora feminista Tununa Mercado que, en 1971, había vuelto de Francia con un espíritu libertario y la diseñadora de modas Felisa Pinto, constituyeron una dupla en ese medio gráfico. Ambas conformaron un espacio disponible para reflejar todas las contiendas tanto locales como internacionales a partir del compromiso con ese feminismo explosionado de Simone de Beauvoir como una rectora de la liberación.”[8]
El segundo sexo no solo acompañó a mujeres que estaban dispuestas y necesitadas de ser acompañadas, sino también a otras que por más que quedaron impresionadas por la firmeza argumental del libro, no sintieron al feminismo como parte de su patrimonio identitario. Fue el caso de la escritora María Esther Vázquez quien relató: “Llegó a mí en los sesenta después de haber vuelto de un viaje por Europa. Me impresionó porque me mostraba que lo que yo consideraba biológico y natural, no lo era. Entonces descubrí un mundo que me era ajeno. De allí que me encontré con que las mujeres estaban bastante discriminadas, pero eran las ajenas, las otras, no yo”[9].
Algunas argentinas lo leyeron en París y en su lengua original. Eva Giberti, psicoanalista feminista, fue un ejemplo de ello. Lo hizo a principios de los sesenta. Para ella “este libro fue, por una parte, representativo del pensar y del sentir de innumerables mujeres que no disponían de palabras para expresar vivencias y convicciones respecto de su posicionamiento en el mundo, en la vida social, pública y de familia”.[10] También Dora Codelesky lo descubrió en Francia: “Antes no había leído el libro. Esto es explicable porque yo no era feminista. El descubrimiento del movimiento no fue solo de las francesas sino de muchas mujeres latinoamericanas venidas de México, Perú, Colombia, Venezuela, Guatemala. El segundo sexo era para todas nosotras nuestra biblia”.[11]
Por último, El segundo sexo ofreció herramientas conceptuales con las cuales las mujeres, en su amplio espectro, lograron interpretar y resistir al régimen de opresión que conlleva el modelo de maternidad obligatoria, de familia nuclear y monogámica y de conyugalidad heteronormativa. Entendieron que ese malestar no les pasaba solo a ellas sino al resto de sus congéneres. En efecto: no estaban solas.