Un innegable boom de libros, series y podcasts toma como objeto la música popular desde hace algunos años. Puntualmente, el rock argentino se sigue contando en trabajos que interpelan a un público heterogéneo. Allí, la nostalgia se encuentra con la iconoclasia y cuando se dice rock cada cual piensa en algo distinto. Con todo, casi sin excepción estos productos asocian el rock con los varones. Quizás porque estoy harta del nosotros homoerótico de las publicaciones de rock -escritas por varones, sobre varones, para varones, regodeándose todos en su genialidad-, leí con atención desbordante Brilla la luz para ellas: una historia de las mujeres en el rock argentino 1960-2020 (Marea editorial, 2020), flamante libro de Romina Zanellato.
Mejor tarde que nunca, la conversación sobre el rock comienza a encontrarse cara a cara con la transformación social más importante de los últimos tiempos en Argentina, la masificación de una crítica de género y de una conciencia feminista. Los feminismos, además de constituir una tradición teórica y política plural, pueden leerse en el país desde hace unos pocos años como una estructura del sentir, tal como definió este concepto Raymond Williams (2009: 180-181) para captar “los significados y los valores tal como son vividos y sentidos activamente”, el “pensamiento tal como es sentido y el sentimiento tal como es pensado”. En poco tiempo, toda esa teoría/acción que algunas habíamos compartido en pequeños grupos, pasaba a disparar temas otrora tabúes en conversaciones cotidianas, convulsionaba los vínculos, aparecía transfigurada en modos de hacer, se presentía en la mirada cómplice y amorosa que tendía otra mujer en el tren si veía tu pañuelo verde.
Producto de este movimiento y de una trayectoria especializada en periodismo musical, Zanellato enfoca e ilumina mujeres, lesbianas e identidades trans y no binarias en el rock argentino entre 1960 y 2020. Lejos de compilar casos, hace un esfuerzo por escribir una historia integral del rock local enfocado en estas participaciones ocluidas, ubicándolas en las tramas que ocupan junto con los varones. Pioneras como Gabriela y Cristina Plate, conviven con nombres de peso -Sandra y Celeste, Patricia Sosa, Fabi Cantilo, Erica García, Andrea Álvarez, María Gabriela Epumer, Rosario Bléfari- y con casos menos conocidos -Mirtha Delfipo, Leonor Marchesi, Las Brujas o Diana Nylon-. El texto también propone fichar “algo de la historia reciente” y de un panorama musical densificado de manera inédita, al retomar artistas como Lucy Patané, Marilina Bertoldi, Marina Fages, Paula Maffia, Lula Bertoldi y Barbi Recanati. Antes de este texto, sabíamos que la construcción del canon del rock argentino obvió en buena medida a las mujeres, luego también debería ser evidente que la creación de un canon alternativo desde lentes feministas descubre más carreras de obstáculos que de artistas. Es imposible no imaginar los desarrollos alternativos de trayectorias de mujeres músicas si hubieran sido apuntaladas con la misma confianza, pasión y dinero que las de los varones.
Además, Brilla la luz para ellas se toma en serio la idea clásica de que el rock es un movimiento. “¿No tenían amigas estos chicos?” se pregunta frente al mítico tridente fundacional del rock argentino -Los Gatos, Manal, Almendra-. Pero esta puede ser una pregunta más general que abra las agencias en el mundo del rock. En todos los libros sobre rockeros aparecen mencionadas al pasar novias que traen discos de afuera, amigas que prestan vestimenta y maquillaje, otras que sacan fotos o diseñan afiches. Se advierte la importancia de trabajos como el de Zanellato porque hasta hace poquísimo tiempo sólo una apropiación desviada de los relatos del rock permitía entender a estas otras personas como agentes en la historia del movimiento. Esto es especialmente notorio cuando la autora incluye a las novias, amigas y amantes en el rock de los 60 y 70. Mujeres que en los papeles -las líricas de rock, los comentarios de los periodistas varones- eran musas, oficiaron en la práctica como organizadoras de la vida cotidiana (muchas veces comunitaria), compañeras de drogas y viajes, gurúes espirituales y dealers de referencias estéticas. Siguiendo el mismo razonamiento, el trabajo involucra a las mujeres, feminidades e identidades disidentes al esquema binario que durante el período 1960-2020 dedicaron su vida a la gestión, el management, la prensa, la crítica, la fotografía, la técnica y la producción en el rock. Acá encontramos nombres emblemáticos como los de Pirí Lugones, Esther Soto, la Negra Poli, Gloria Guerrero y hasta Patricia Perea, inmortalizada en el rídículo como Peperina por unos de los varones referentes del rock nacional.
Hay un efecto de acumulación de todas estas historias, unidas en buena medida por la dificultad de plantarse en un mundo de varones, donde la mayor parte del tiempo parecía no haber predecesoras ni referentas. Pero este libro sabe tanto de la dominación masculina como de la agencia de las dominadas. La tesis es que las mujeres y feminidades siempre estuvieron en el rock y jugaron con las condiciones de cada momento histórico para crear allí un lugar propio -como acompañantes creativas, como músicas, como gestoras, técnicas o críticas-. Es necesario no perder de vista, como de hecho lo señala la autora en varios momentos, que algunas entrevistadas (en especial las de más edad y trayectoria) no consideran haber sido tratadas diferencialmente por ser mujeres o relativizan la dominación asociada al género. Estos puntos de vista conviven con los de quienes han realizado (casi siempre retrospectivamente) una crítica con lentes verdes violetas a su propia biografía. Ponderar el sentir y la acción de cada momento sin caer en lecturas anacrónicas -recordemos, sin ir más lejos, que hasta los años 2000 ser rockera era en varios ambientes una garantía machista de no ser minita- seguramente sea uno de los desafíos que tenemos de acá en adelante.
La lectura dispara más debates, sólo marcaré dos. Como sabemos, luego de Cromañón y en un aprovechamiento de la crisis y mutación de la industria discográfica, comienza a emerger una configuración de la música que diluye las fronteras entre lo que antes se conocía como under y mainstream y multiplica las escenas de escala media -tesis que en su forma más refinada fue trabajada por Guadalupe Gallo y Pablo Semán en el libro Gestionar, mezclar, habitar: claves de los emprendimientos musicales independientes. Zanellato insiste en el papel crítico que en esa transformación histórica tuvieron las mujeres y la movida LGTB que habitaba fundamentalmente el under. La insistencia no es menor, cuando muchas de las narraciones del indie y del rock alternativo son una oda mal disimulada a los grupos de amigos varones. Otras preguntas aparecen en relación con los efectos de los escraches y los juicios a las estrellas estrelladas -caso paradigmático el de Cristian Aldana- en la producción musical. Quizás porque la discusión pública se centra en la polémica política de la cancelación, ignoramos cómo estos hechos fomentaron redes feministas en la música que tienen su propia sociología del gusto y que invitan a ser artista de otras maneras.
Por lo pronto, Brilla la luz para ellas convierte a la sexualidad, la maternidad, la amistad, la lesbiandad, el deseo (junto con la gestión, las guitarras, los discos y todo eso que ya sabemos) en tópicos transversales en un libro sobre rock. Y qué frescura trae todo esto. Como dice Pilar Arrese de She Devils sobre la caída estrepitosa de la figura de la estrella masculina de rock (a la que se le han asestado dos duros golpes, Cromañón y los mencionados escraches)-: “Capaz nos hizo dejar de identificarnos con varones, ¡todas las canciones son sobre ellos!, el daño que sufren, lo que aman el alcohol, lo que sienten por el rock, cómo aman a sus amigos, cómo les gustan las mujeres y las drogas. ¡Un sinfín de mierda que no nos identificaba para nada!”