“Vos estás en todos lados, me dicen a veces. Y yo respondo: No, solo estoy donde hay injusticias”. Entre 2017 y 2018, Pablo Melicchio y Nora Cortiñas se reunieron en la casa de ella, en Castelar, con la intención de hacer una suerte de biografía dialogada. Fueron en total diez entrevistas que salieron al año siguiente con el título El lado Norita de la vida (Ed. Marea). A modo de prólogo, el libro incluía una carta de Adolfo Pérez Esquivel a su “hermana y compañera de lucha”.
Nora Irma Morales, Beba para algunos familiares y amigos, nació el 22 de marzo de 1930 en Buenos Aires. Era una de las cinco hijas de una familia catalana. En 1950, cuando tenía diecinueve años, se casó con Carlos Cortiñas —él tenía veinticinco— y el matrimonio estuvo unido durante cinco décadas. Tuvieron dos hijos: Carlos Gustavo nació en 1952 y Marcelo Horacio, en 1955.
“Hasta allí”, escribe Melicchio, “la historia típica de una familia clásica argentina, de clase media trabajadora, y la historia de una mujer dedicada por sobre todas las cosas a las tareas hogareñas y a la familia”.
Pero la trama convencional se quebró el 15 de abril de 1977, cuando las Fuerzas Armadas secuestraron y desaparecieron a Gustavo. Fue durante la búsqueda de su hijo —que continúa desaparecido—, cuando Nora conoció a otras mujeres que estaban en la misma situación y juntas le dieron forma al movimiento de las Madres de Plaza de Mayo.
A lo largo de los años —y los años son más de cuarenta—, Nora participó en acciones colectivas para alcanzar la verdad y la justicia, para saber qué pasó con su hijo y con los treinta mil desaparecidos, y condenar a los culpables. Pero también continuó haciéndolo para intervenir en el camino de la justicia social y hacer que se propale el reclamo de los débiles, los desclasados. Y si era esperable que se la viera en las marchas del 24 de marzo, no era menos esperable que participara en los reclamos por la reincorporación de un grupo de trabajadores despedidos o en las movilizaciones por la legalización de la interrupción voluntaria del embarazo.
Nora Irma Morales de Cortiñas, Beba para algunos familiares y amigos, murió ayer por la tarde, jueves 30 de mayo. Tenía 94 años. Con ella se va un símbolo de la lucha por los derechos humanos.
Para quien tiene un compromiso con la Justicia, la memoria es un hecho que se conjuga en presente. No es de extrañar, entonces, que, en el primer encuentro del libro, Nora hable de Santiago Maldonado y la represión de Gendarmería en Chubut. Las entrevistas están ordenadas cronológicamente y, para el tiempo en que hicieron la primera, todavía no se sabía qué había pasado con el muchacho. Es un acierto de Melicchio el no haber alterado el diálogo; en una nota al pie explica que el cuerpo de Maldonado apareció 78 días después.
El reclamo por su aparición con vida es una de las primeras frases de Cortiñas y es señal de su espíritu inflexible. Y no es la única vez que habla de él, volverá a mencionarlo cuando hable del Nunca más:
“Una vez se dijo ‘Nunca más’, sin embargo, se volvió a repetir. En Luciano Arruga, en Miguel Bru, en Santiago Maldonado, en Daniel Solano. Cuando dijo ‘Nunca más’, Strassera tenía dentro de sí el deseo de que nunca más se repitiera el horror que él había tenido que juzgar. No fue así. Siguió habiendo casos, porque hay un sistema perverso que usa esas metodologías espantosas contra todo aquel que no está de acuerdo, y la peor de todas las metodologías es la desaparición forzada de personas”.
Otro gran acierto de Melicchio es cómo logra construir el clima de los encuentros. Cada capítulo empieza con él llegando a la casa de Nora (“Recorro ansioso las calles de Castelar, las cuatro cuadras que nos separan. Paso por la panadería de la calle Alem y compro unas galletas de avena con pasas de uva. Llego a las once de la mañana, la hora acordada.”), hay interrupciones, llamadas por teléfono, hay pedidos de periodistas y una radio que no se calla nunca, hay —como en todo diálogo— frases intrascendentes, y también hay órdenes (“Nora achina los ojos, mira la hora. ‘Doce y media te vas’, sentencia de pronto”). Porque lo que hay es una mujer que habla y un hombre que quiere registrar todo.
La primera vez que se ven, Nora renguea: venía de una movilización con “los sin tierra” de Santiago del Estero y donde se había caído y se había dado un golpe en el pie. Y Melicchio, que además de escritor es psicoanalista, piensa en el significante golpe y en la respuesta que Nora le da al Golpe. “Adentro el hueso tiene el golpe”, le dice Nora, “pero la respuesta es arriba de la piel. Todas esas cosas que nadie las cree, más que los psicólogos”.
En uno de sus cuentos más famosos, Borges escribió que cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que un hombre sabe para siempre quién es. Para la mujer Nora, ese momento fue el trágico 15 de abril de 1977. “Yo no era una madre política antes de que se llevaran a Gustavo”, le dice a Melicchio. “Era una madre ama de casa. Una madre de actividad doméstica. Cosía, cosía para afuera. Enseñaba a coser, tenía alumnas”.
En estos días en que las redes sociales se llenaron de crueldad, y se relativiza con ironía el número de víctimas de la dictadura, queda opacado todo el dolor que sigue estando, sigue sucediendo. Es mejor escuchar lo que Nora, que tuvo un despertar violento a la vida pública, tenía para decir. Como hablaba con simpleza, sus afirmaciones podían parecer ser banales. Pero eran —y son— enseñanzas profundas.
“Nunca aprobé que se pueda putear públicamente a un presidente o presidenta. El presidente [Macri en el momento del diálogo] fue elegido. Una cosa es la dictadura cívico militar eclesiástica y económica, ese camino uno lo hace con el enojo y el repudio permanente de ese régimen, de ese sistema. Eso es una cosa. Lo otro, el insulto abierto y descarado, no lo encuentro positivo. Lo que yo quiero y exijo es el diálogo, dentro de las instituciones y fuera de las instituciones, desde el propio gobierno. Hay que insistir para tener el diálogo. No se cambia a lo mejor todo con el diálogo, pero se va perfeccionando lo que podría ser un ideal. Caminar en base al diálogo”.
Hay en el libro algunos silencios que, tal vez, habría sido necesarios explorar. Por ejemplo: Hebe.
La única Hebe del libro es Hebe, la prima de Nora. Pero la otra Hebe, la de Bonafini, no se menciona. En 1986, diferencias ideológicas llevaron a que las Madres se dividieran en dos grupos: por un lado, las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora —allí fue Nora— y, por el otro, la Asociación Madres de Plaza de Mayo, que lideró Bonafini. En un pasaje del libro, Nora dice elípticamente “Lo que nos mata es la división y la competencia. La lucha de egos, a quién se lo convoca más, quién es más conocido”.
Con todo, es un gran libro para recuperar la vida y el compromiso de una mujer que ayer nos dejó. “Pienso”, escribe Melicchio en el final, “que el lado Norita de la vida nos enseña que el dolor se puede transformar en lucha, ahora y siempre”. /// 50Libros