-Me voy mañana- les dijo a sus compañeras en la cárcel de Devoto, donde llevaba 15 meses detenida después de haber sido puesta disposición del Poder Ejecutivo Nacional, a cargo de la última dictadura cívico-militar.
-¡Se va la Pipi, se va la Pipi!- gritaron felices por la noticia aquellas mujeres que, como ella, estaban presas por su militancia política.
La “Pipi”, Emilce Moler, había sobrevivido a la “La noche de los lápices”, el plan sistemático y represivo llevado a cabo en la ciudad de La Plata durante la noche del 16 de septiembre de 1976, y en los días sucesivos, para secuestrar a un grupo de adolescentes, de entre 16 y 19 años, que integraban la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), con alguna vinculación a Montoneros. A las órdenes de Ramón Camps, jefe militar de la Policía Bonaerense, y Miguel Etchecolatz, director de la Brigada de Investigaciones de la misma fuerza, una patota de represores armados llegó a la casa de los Moler en la madrugada del 17 de septiembre buscando a una estudiante de Bellas Artes.
Cuando apareció Emilce -“era muy chiquita, parecía de menos de 17 años”, recuerda-, la patota no la quería llevar porque pensó que no era a quien debían raptar. Finalmente, lo hicieron: la subieron a un auto, mientras le apuntaban a sus padres y su hermana, y arrancaron. La encapucharon y le ataron las manos. Al rato, llegaron al centro clandestino de detención Arana que, hasta 1977, funcionó en la Delegación Cuatrerismo de la Policía Bonaerense, en la intersección de las calles 137 y 640, en las afueras de La Plata.
La torturaron durante una semana. Cuando no lo hacían, Emilce escuchaba los gritos de las otras víctimas. Pudo reconocer los de Horacio Ungaro, otro estudiante secundario secuestrado. En Arana, compartió la celda con María Claudia Falcone y María Clara Ciochini. Vivieron lo indescriptible del horror, la degradación como seres humanos. Todavía pesa el recuerdo de los ruidos, los olores, los llantos sofocados. Se tomaron de las manos, deambularon. Una radio sonaba de fondo.
Después de Arana, Moler fue trasladada a la Brigada de Investigaciones de Quilmes. Falcone, Ungaro y Ciochini nunca llegaron hasta allí. El secuestro de Moler continuó en la comisaría tercera de Valentín Alsina, en Lanús. Recién en enero de 1977 fue legalizada por la dictadura y trasladada a la cárcel de Devoto. Otros de los estudiantes víctimas de “La noche de los lápices” fueron llevados al Pozo de Banfield, el centro de detención ubicado en el cruce de las calles Siciliano y Vernet. Más de 250 personas fueron torturadas ahí y 97 siguen desaparecidas hasta hoy. Por lo menos, 16 mujeres parieron en la maternidad clandestina que habían montado los represores.
-Cuando supe que me iba de Devoto, les pedí a mis compañeras que me dejaran sola en la celda. Les decía: “No quiero irme”. Ellas me respondían: “Te esperan tus viejos, tu hermana”. “Pero no me quedó nada ni nadie afuera. Soy una vieja. La gente de mierda que nos dio la espalda… ¿Cómo les cuento que pasamos todas las noches pensando en los que no están? No quiero salir”- repasa Moler sobre esos días.
Al día siguiente, el 20 de abril de 1978, Emilce dejó la cárcel de Devoto, pero bajo un sistema de libertad vigilada. Antes de cruzar la puerta de salida, fue amenazada por los carceleros. Sabían dónde quedaba su casa en La Plata. Tenía 19 años. Entre las cosas que se llevó de Devoto estaba un cuaderno Laprida en el que marcaba los días transcurridos en la cárcel. Esa imagen es hoy la tapa del libro “La larga noche de los lápices – Relatos de una sobreviviente”, que acaba de publicar como un legado para sus hijas y sus nietos, pero también para todos los jóvenes.
Reconstruir una historia, propia y colectiva
“Empezar a escribir el libro fue liberador. Mi historia estaba envuelta en una hojarasca, en una historia oficial”, dijo Moler en julio, en la primera presentación de su ópera prima, durante la última Feria de Editores que, en medio de la pandemia, se trató de una charla virtual con Constanza Brunet, directora de Marea, la editorial que lo publicó.
“La historia oficial” a la que alude Moler es la que asegura que el grupo de estudiantes fue secuestrado y desaparecido por reclamar la implementación de un boleto estudiantil en La Plata durante una marcha que, en realidad, habían protagonizado en 1975, antes de que la dictadura cívico-militar tomara el poder del país por la fuerza. Esa “historia oficial” es la que quedó plasmada en la película “La noche de los lápices”, estrenada en septiembre de 1986 y dirigida por Héctor Olivera, diez años después del operativo policial. Durante años, Moler se resistía a decir que habían sido raptados y asesinados por el boleto estudiantil.
“Pero si no lo decía, quedaba afuera de una historia que era la mía, con matices, pero que, a la vez, no lo era”, explicó. Sin embargo, “La larga noche de los lápices” no es una “contra-historia”, sino el repaso de aquellos años de represión y muerte y, también, de los anteriores junto a su familia y su participación en los grupos católicos. Una reconstrucción sobre esa adolescente que se destacaba por sus buenas notas y su personalidad apocada y se acercó a la política en una secundaria platense de los años ‘70.
En uno de los capítulos de su libro, Moler dice que una de las cosas que más le dolió mientras estuvo en la prisión de Devoto fue que sus amigas no preguntaran por ella: “Fue uno de los dolores más grandes. De los milicos no esperaba nada, pero de ellas, sí. Lo mismo de los vecinos, de los compañeros de escuela”.
Al cruzar la puerta de la cárcel hacia la libertad, Emilce se fue a vivir a Mar del Plata con sus padres. En Devoto, había terminado la escuela secundaria y se interesó por las matemáticas gracias a Cristina de la Fuente, una de las detenidas políticas con las que compartió su encierro clandestino. A partir de ese interés, pudo construir una destacada carrera profesional y académica como docente e investigadora. Hoy, es doctora en Bioingeniería por la Universidad Nacional de Tucumán, magíster en Epistemología y profesora en Matemática por la Universidad Nacional de Mar del Plata.
Además de Moler, sobrevivieron a “La noche de los lápices” Pablo Díaz (19 años), Gustavo Calotti (18) y Patricia Miranda (17), mientras que todavía permanecen desaparecidos Claudia Falcone (16), María Clara Ciocchini (18), Daniel Racero (18), Francisco López Muntaner (16), Horacio Ungaro (17) y Claudio de Acha (17). Cinco de ellos fueron vistos por última vez en el Pozo de Banfield, uno de los centros clandestinos de detención más importantes de la provincia de Buenos Aires que pertenecía a la Brigada de Investigaciones de Banfield, dependía del Regimiento de Infantería Mecanizada N°3 y fue parte del denominado Circuito Camps. El lugar donde funcionó el centro clandestino de detención, en Luis Siciliano al 1.700, en Villa Centenario, fue recuperado en marzo de 2019 como Espacio de la Memoria para la comunidad.
Tras más de diez años de reclamos y postergaciones, el juicio oral y público por los crímenes de lesa humanidad cometidos allí comenzará el próximo 27 de octubre, por decisión del Tribunal Oral Federal Nº 1 de La Plata. Según la Subsecretaría de Derechos Humanos bonaerense, el Tribunal que integrarán Ricardo Basílico, Walter Venditti y Esteban Rodríguez Eggers también juzgará los delitos perpetrados en el Pozo de Quilmes. En total, los jueces analizarán 419 casos de víctimas de la dictadura en un proceso que tendrá a unos 400 testigos y a 19 imputados por los delitos de privación ilegal de la libertad, aplicación de tormentos, homicidio calificado, abuso sexual con acceso carnal y sustracción, retención y ocultamiento de menores. En el banquillo, estarán sentados, entre otros, los represores Juan Miguel Wolk, Miguel Etchecolatz, Jorge Bergés y Antonio Simón.
Durante ese largo proceso que empezará a más de 40 años de los hechos, la Justicia deberá poner el sello al largo proceso de reconstrucción de la memoria y la verdad que Emilce y otros sobrevivientes sostuvieron como legado. Un legado que también apunta a visibilizar a otros adolescentes que, como ella, vivieron en carne propia el terror del plan sistemático que montaron los genocidas.
Las otras “noches de los lápices”
Unas 35 cuadras separan al Pozo de Banfield de la Escuela Superior Antonio Mentruyt (ENAM), el “Normal de Banfield”, en Manuel Castro 990. 31 alumnos, graduados y docentes del colegio fueron secuestrados y desaparecidos durante la última dictadura. Forman parte de la “División perdida”, un nombre que surge porque, en la ENAM, las divisiones tenían entre 28 y 30 alumnos por curso.
Durante la noche del viernes 27 de mayo de 1977, fueron secuestrados Margarita Ercole, Nina Goldberg (ambas de 18 años), Rubén Gerenschtein (17) y María Silvia Bucci (16). Según una investigación de Eduardo Anguita y Daniel Cecchini, los compañeros de los estudiantes secuestrados adjudicaron los operativos a que, días antes, un grupo de policías se había reunido con el interventor del ENAM, Luis Héctor Bucci, y que al salir se llevaron los legajos de estudiantes, docentes y ex alumnos del colegio.
En 2014, Silvia Bucci, sobreviviente de aquella noche, declaró en la Justicia que fue arrancada de su casa rumbo al centro clandestino La Cacha y que, en ese lugar, pudo ver su propio legajo del colegio y los de otros de sus compañeros, entre ellos Gerenschtein, Ercole y Mónica Tresaco. «De algunos, hasta tenían el plano de la casa», recordó. Bucci, que no era familiar de interventor del colegio, fue liberada el casi tres meses después.
A unos 20 minutos de caminata desde el ENAM, se encuentra el Natatorio Municipal Gregorio «Guyo» Sember, en la avenida Adolfo Alsina al 1800, en Lomas de Zamora. “Guyo” era profesor de Educación Física, militante político, docente y deportista. Había nacido en Temperley y el 30 de mayo de 1976 fue secuestrado en el barrio de Chacarita, donde vivía con sus padres. Permaneció detenido-desaparecido hasta que, en julio de 2012, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos enterrados como NN en el cementerio de Avellaneda. Según las pericias, había sido asesinado junto a una decena de personas por efectivos del Ejército unos 20 días después de su rapto. Su identificación fue posible gracias a las muestras genéticas que fueron cotejadas con las de su hermano, Silvio. El cuerpo recuperado fue sepultado en el Cementerio Israelita de Lomas de Zamora.
Estas otras historias, que son sólo algunas de las que tuvieron a las generaciones más jóvenes de militantes como blanco, son las que Moler quiere visibilizar. “Todos conocemos historias de estudiantes secundarios secuestrados y desaparecidos, y me gustaría que también fueran recordados bajo el nombre de ‘La noche de los lápices’. Son más de 300 menores de 18 años los desaparecidos en todo el país durante la dictadura. Los represores nunca dijeron dónde están sus cuerpos, que nunca aparecieron. Siguen manteniendo un pacto de silencio y ese es un delito que se comete hasta hoy”, agrega. A eso apunta, también, su primer libro testimonial.
“Mi libro -finaliza- tiene como objetivo seguir trabajando con las nuevas generaciones. Si bien este tipo de testimonios permitieron que se conozcan las atrocidades cometidas por la última dictadura, no implican desconocer también la complejidad de los procesos. Los 30.000 desaparecidos empezaron de a uno. ¿Qué hubiera pasado si ninguno de nosotros hubiera hablado? Seguramente, seríamos una sociedad peor. Tenemos que construir un país con Memoria, Verdad y Justicia”. Esa es la historia que los lápices siguen escribiendo.