El libro Carolina Muzilli. Obrera, socialista y feminista (Bs. As., Marea, 2024) es la última obra de Mabel Bellucci. Consiste en una investigación acerca de esta gran luchadora social y política, oradora, escritora, editora y periodista de Argentina a favor de los derechos laborales, sindicales y culturales de la mujer trabajadora –así como de las infancias– de principios del siglo XX. La obra reconstruye su historia de vida personal y militante, describiendo el mundo en que vivió y combatió Muzilli (1889-1917) junto a otras compañeras y amigas inseparables: Alfonsina Storni, Gabriela Laperrière de Coni, Adelia Di Carlo, Alicia Moreau, Cecilia Grierson y Julieta Lanteri. Reproducimos a continuación algunos fragmentos del libro, seleccionados por la propia autora. Nuestra gratitud con ella y con la editorial Marea, por su gentileza.
Mabel Bellucci es archivista, escritora, activista e investigadora feminista LGTTBI.
Una cuestión poco abordada de esta costurera feminista y socialista, oradora y periodista consagrada sobre todo a la defensa de la mujer y el niño trabajador, fue la relacionada con su vida íntima y privada. A diferencia de la amplia mayoría de sus pares, convertidas en esposas diligentes, eficaces y madres ejemplares, sometidas a las pautas predeterminadas por la división sociosexual, ella no se casó ni tuvo hijos. Para Carolina [Muzilli], la maternidad simbolizaba el papel clave de las mujeres para la formación de las futuras generaciones. En este sentido, la entendió como un eje constitutivo de lo femenino. Pese a ello, sea por decisión personal o por carecer de oportunidades, no fue madre. Posiblemente, percibir la maternidad como una preocupación era parte central de su interés político, pero no de un interés por ejercerla. Esa generación y otras tantas, más allá de la extracción de clase, coincidían en la importancia suprema de ser madres, alrededor de la cual giraban las tensas controversias entre producción económica y reproducción biológica. Cabe recordar que, para las socialistas, la infancia, sobre todo la proletaria en condiciones de pobreza, encerraba un interés especial, y promovían una batería de medidas que tendían a resolver esa situación. Ese interés se fundaba en la necesidad de crear instituciones que sirvieran para encauzar a los niños y las niñas, y las perspectivas de cambio se centraban en la conquista de una legislación que los apartara del trabajo y de la calle para aproximarlos a la educación integral y al aprendizaje de oficios, herramientas fundamentales de integración de esa niñez desvalida en la sociedad.
Todavía no se conocen declaraciones de Carolina que expresasen los motivos de esta decisión tan particular, a contramano de los modelos clásicos de la época que giraban en torno a la dupla mujer = madre, creencias colectivas que ubicaban a la maternidad como la esencia femenina, a través de la cual se alcanzaba su realización y adultez. No tuvo que escapársele a la observadora Carolina la subordinación que sufrían las mujeres casadas, amas de casa y madres como sucedía en el interior de su familia, con sus vecinas o compañeras de trabajo. En efecto, ganarse la vida como costurera, estudiar en un colegio tan prestigioso y de élite como es la Escuela Normal del Profesorado de Lenguas Vivas (que le implicaría un gran esfuerzo físico y emocional para adecuarse a otras pautas sociales), y su militancia socialista y feminista sostenida con tanto ahínco, ocupaban todo su tiempo. Aunque quedaría flotando otra pregunta sin respuesta: acaso Carolina no tuvo como proyecto personal el de formar un matrimonio, ser ama de casa y madre. Todo lleva a intuir que además no habría querido. En sus escritos u oratoria no manifestó mayor preocupación por su soltería. Más aún, si bien ella no hablaba sobre su vida amorosa sexual, tampoco se conocía la existencia de noviazgos o romances. Interesa recalcar que el grueso de sus compañeras de militancia, con excepción de Alfonsina Storni y Cecilia Grierson, sostenía un modelo de pareja y familiar tradicional y burgués, por más que fuesen casi todas ellas universitarias, docentes, escritoras, periodista o activistas. De alguna manera, Carolina desafió el tópico despectivo y discriminatorio que acompañaba la condición de mujer soltera.
En esos momentos, se las solía llamar “solteronas” y se decía que habían quedado “para vestir santos”, junto con bromas y sarcasmos de mal gusto. De las jóvenes que aún no estaban casadas se afirmaba que eso sucedía porque no eran bonitas, tenían mal carácter, eran indecentes, vengadoras de su mala suerte, o, si eran instruidas, eso les dificultaba convertirse en verdaderas amas de casa. Avanzadas de edad, desexualizadas, poco amorosas y nada maternales eran algunos rasgos del estereotipo de “la solterona”: una mujer fuera de las estructuras socialmente establecidas que, en ciertos casos, anteponía sus propios deseos y asumía por ello cierto grado de soledad. Vale decir: aquellas que no cumplían con los requerimientos de belleza, docilidad, decoro moral y saberes relacionados con las tareas hogareñas, estaban inhabilitadas para competir en el mercado matrimonial. De este modo, sus futuros quedaban supeditados al cuidado de enfermos, ancianos y niños, o sea, los integrantes desamparados de la familia.
El conjunto de patrones disciplinarios y restrictivos que se presentaban dentro del núcleo parental, así como en el interior del mundo cotidiano, no se basaba solo en leyes y normativas oficiales, sino también en un conjunto de creencias, hábitos, valores y reglas de conducta cuyo cumplimiento se imponía, con modos explícitos o implícitos, mediante un control férreo para la consecución de los roles estipulados.
Tampoco se sabe si ella vivió siempre con sus padres, hermanos y hermanas; ni si su entorno hogareño suscribía a su forma de vida. Alicia Moreau fue la única persona que describió las adversidades que atravesó por parte de sus parientes:
“Debemos tener presente que a las dificultades del ambiente tenía que soportar las de su hogar, en el cual no imperaba una compresión y menos un clima de cordialidad para ella. Contó, eso sí, con la calurosa emulación de su hermano José, joven que derrochaba talento en las redacciones de los diarios y publicaba versos en las revistas.”1
Es posible que a Carolina la soltería le permitiera libertades y licencias para moverse y decidir dónde apostar sus deseos y compromisos, tanto intelectuales o emocionales como políticos. Manejaba con destreza la oratoria, uno de los recursos primordiales para difundir idearios en la primera mitad del siglo XX, cuando la retórica era una herramienta clave en la política para hacer vibrar y movilizar a los adherentes. Era descripta como la más vehemente, la más revolucionaria.2 Son abundantes las fuentes que destacan la gran repercusión que generaban sus intervenciones en las concentraciones, en aulas universitarias, salones de ateneos, cafés, plazas, locales partidarios, asociaciones sindicales y de mujeres, así como en las bibliotecas públicas y populares, y era una oradora entusiasta entre un auditorio poblado de varones. Fue en estos años cuando se ganó su fama de oradora de gran vigor, que cautivaba a las masas sólo con su presencia; y que con su palabra conmovía, levantaba y arrastraba a su auditorio.
En 1918, el escritor Julio César Ford, compuso una semblanza para la revista Alborada, “Carolina Muzilli”, en la cual narraba ese mismo acontecimiento. La retrataba como una joven de aspecto elegante, fino, gracioso, hablando al pueblo de sus miserias, de sus penas:
“Les decía a los obreros de sus mujeres y de sus hijos, futuras presas del taller, de la fábrica, del capitalismo. Les pedía que enseñasen a sus mujeres a emanciparse del yugo religioso, agremiarse en los gremios de sus profesiones para defender sus derechos contra la avaricia repelente de sus patrones, contra su autoritarismo bestial y bárbaro.”3
De esa manera, con su discurso y su accionar transmitía su apremio por cambiar las condiciones laborales de explotación, acoso y sometimiento en fábricas, talleres, tiendas, oficinas estatales o privadas, conventillos e inquilinatos, para que las mujeres y las trabajadoras comenzaran a ser reconocidas como tales. En suma, es imprescindible recuperar el papel protagónico de Carolina Muzilli, quien se propuso como meta la de organizar y concientizar tanto a las obreras fabriles como a las empleadas a destajo. Lamentablemente, este compromiso tan avanzado de Carolina se mantuvo en el olvido por desconocimiento u omisión. De allí que volver a impulsar la lectura de su recorrido, es fortalecernos con su legado, que hoy tiene más vigencia que nunca. Es fuerza feminista clasista, anticapitalista e internacionalista de esta militante obrera, escritora, periodista y editora que hizo camino al andar, y que aún nos sigue convocando.
NOTAS
1 José Armagno Cosentino, Carolina Muzilli, Bs. As., CEAL, 1984, p. 70.
2 Silvana Palermo, “Palabras e imágenes de mujeres en el Partido Socialista: la campaña presidencial de 1916 en Argentina”, en Estudios Sociales, n° 55, Universidad Nacional del Litoral, jul.-dici. 2018, p. 126. Disponible en https://ri.conicet.gov.ar/handle/11336/176747.
3 Julio C. Ford, “Carolina Muzilli”, en Alborada, n° 15, 1918, pp. 2-4. Disponible en www.cwmorse.org/archives/alborada15.pdf.