Marea Editorial

EL CHE SEGÚN CALICA

Un Guevara joven en su último viaje latinoamericano, antes de sumarse a la revolución cubana Por Jorge Pinedo

Entre la crónica de viajes y la biografía (de ficción o no) cunde un vínculo de recíprocas prestaciones y contraprestaciones. Un viaje puede constar dentro de una biografía (el de ida a Siberia y la huída de regreso por parte de Trotsky, por ejemplo). O viceversa, el viajero ocupa un espacio central de un relato donde se concentra el conjunto de su existencia en un antes y un después (Robinson Crusoe es su versión cúspide). Más curioso es cuando la voz narrativa cuenta una travesía como parte de la biografía de otro personaje.

En esta última ecuación, los pormenores de la aventura hacen al atractivo del texto, aunque, sin embargo es la escritura el factor que dona agilidad y consistencia. Así ocurre en El mundo por delante con el testimonio de Carlos “Calica” Ferrer Zorrilla (Alta Gracia, Córdoba, 1929) compuesto literariamente por Oche Califa (Chivilcoy, 1955) e ilustrado por Gonzalo Gayoso (Buenos Aires, 1976). Travesía latinoamericana emprendida por Calica junto a su amigo Ernestito Guevara de la Serna (Rosario, 1928 – La Higuera, Bolivia, 1967) , antes de convertirse en el Che, resulta tanto una crónica viajera como un fragmento biográfico por partida doble. Por un lado releva la aventura de más de dos mil kilómetros desde Buenos Aires a Guatemala entre julio y diciembre de 1953; por otro, el relato de la infancia y adolescencia cordobesa de ambos, por cierto el capítulo menos visitado de la vida del Che Guevara.

Sin perder el atractivo para el público adulto, realizado pensando en el lector juvenil, las ciento veinte páginas del libro lucen una diagramación en la que el texto se combina con recuadros aclaratorios de lugares, situaciones, momentos histórico-políticos y fragmentos de letras de canciones populares alusivas, con sus correspondientes códigos QR destinados a reproducir el tema. La gráfica comprende multitud de fotografías, eventualmente intervenidas con los dibujos de Gayoso en forma unitaria o de cómic, conjunto realizado en blanco y negro e iluminado en rojo, como corresponde.

Oriundo de esa poblado cordobés célebre por sus brisas bienhechoras para los enfermos de las vías respiratorias, Calica se apodó a sí mismo de muy niño, al aún no poder pronunciar “Carlitos”. Hijo de un médico tisiólogo y una ama de casa, mayor de tres hermanos; ambas familias hicieron amistad. Ferrer comenta que Ernestito era un pibe desaliñado, “zaparrastroso”, el asma le impedía juegos donde se agitara, por eso iba de arquero en el fútbol. Como todos los purretes de la barra, recibió varios apodos: “Pelao” (una vez se cortó el pelo al rape), “Fuser” (por “furibundo” en los juegos) y “Chancho”, el más perdurable. La mesa de los Guevara era sede de ardorosas discusiones en torno a la Guerra Civil Española, el nazismo, las creencias; reivindicándose ateos y antifascistas.

Hacia el fin de la adolescencia el futuro Che se trasladó a Buenas Aires a fin de estudiar Medicina en la UBA. En un interín consiguió trabajo de enfermero en un buque de la marina mercante, con el que viajó a Tierra del Fuego y Maracaibo, travesías que “lo frustraron, porque el barco llegaba, descargaba la mercadería y volvía, casi no podía conocer nada. A la vez, le despertó un deseo enorme de viajar”. Para compensar, adquirió una bicicleta con motor con la que fue a Córdoba, siguió hasta Jujuy y regresó por Cuyo, en total 4.500 kilómetros. En esas circunstancias fue que, con otra máquina, a partir del 4 de enero de 1952, realizó durante siete meses el célebre primer periplo latinoamericano junto a Alberto “el Petiso” Granado. “Regresaba asombrado de la tremenda pobreza y el analfabetismo encontrado en cada país, de una explotación laboral que no conocía. Sorprendido porque el Presidente argentino Juan Domingo Perón era un gobernante admirado por su enfrentamiento con los Estados Unidos. Y por el hecho de que a los argentinos, debido al cine nacional, el fútbol y el tango, nos tenían enorme simpatía”.

Granados se había quedado en Venezuela y ese fue el pretexto para emprender un nuevo viaje con Calica. El obstáculo era que a Ernesto le faltaban doce materias para recibirse de médico. Nadie creía que fuera posible concretar tamaña proeza académica, aunque al año se apareció con el certificado de estudios: “Acá tenés. Soy médico”. Definieron el recorrido vía Bolivia “porque yo no conozco y hay un gobierno del que se habla mucho y quiero saber qué ocurre”, agregó. En efecto, allí había triunfado Víctor Paz Estenssoro al frente del Movimiento Nacionalista Revolucionario, cuyas primeras medidas fueron disolver al ejército golpista, imponer el sufragio universal, nacionalizar la minería y concretar una reforma agraria con el apoyo de campesinos, indígenas y obreros. Allí conocieron al abogado argentino exiliado Ricardo Rojo (luego autor del primer libro sobre el revolucionario, Mi amigo el Che), junto al cual tuvieron las primeras noticias del movimiento revolucionario cubano.

La expedición continuaba pletórica de momentos tensos y pintorescos: en el pueblo de Copacabana, a 3.841 metros de altura sobre el lago Titicaca, fueron testigos de una situación ejemplificadora de la función de la iglesia católica en la zona: “Nos acercamos a la entrada de una iglesia donde un cura había puesto un escritorio y una larga fila de indígenas esperaba que los atendiera, uno tras otro. ¡El cura les vendía terrenos en el cielo!” A medida que los aventureros avanzaban se sucedían experiencias que los marcarían de por vida. Mientras que para Calica resultaban motivos de asombro y descubrimiento de una Latinoamérica oculta, para Guevara se iba formando una conciencia política, en ese momento de destino ignoto. Algunos pormenores pasaron después a formar parte de la leyenda: en Lima buscaron alojamiento en un hospital que Ernesto había conocido en el viaje anterior. Las condiciones eran deplorables, de modo que una amable enfermera, Zoraida, los envió donde una colega mejor avituallada: “No voy a dejar que mis ‘cheses’ estén en una pensión de mala muerte”. Llega entonces la aclaración del regionalismo: “‘Cheses’ era el plural de ‘che’ que designaba a los argentinos por utilizar esta interjección para dirigirse a alguien”. Tal sería la primera referencia a la nominación que recibiera poco más tarde Guevara durante la Revolución. No obstante, luego el mismo Ferrer señala que fue el revolucionario cubano Antonio Ñico López quien, en Guatemala antes del Granma, “bautizó a Ernesto con el apodo con que sería conocido en todo el mundo: Che”.

Es usual la emergencia de un vicio biográfico según el cual, al repasar la vida de los héroes martirizados, se enhebren anécdotas que vayan predestinando el futuro tanático (así fue con Aquiles, así es con Walsh). Las historias de vida del Che no son la excepción. Por fortuna, El mundo por delante, merced a la atípica empatía de Calica y la cuidada escritura de Califa, se centra en las travesías iniciáticas, la voluntad frente a situaciones adversas, cierta educación sentimental, el humor constante, en fin, en como cada uno elabora sus respectivas experiencias mediante un espíritu vital. Acumulación capaz de ser reelaborada y vertida en prácticas sociales diversas, en esta ocasión coincidentes en la generación de un espíritu solidario con los desposeídos. En este aspecto, sin ambicionar moralinas, el flamante volumen constituye una generosa socialización de experiencias juveniles y al mismo tiempo el relevamiento de una realidad política y social, muchos de cuyos rasgos, para bien o para mal, se extienden hasta nuestros días.

 

 

 

FICHA TÉCNICA

El mundo por delante

Carlos “Calica” Ferrer Zorrilla y Oche Califa

Buenos Aires, 2024

120 páginas.