Otra vez un cumpleaños los unió, como el que pasaron juntos en el Leprosario de San Pablo en 1952, o en Córdoba, algunos años antes. Esta vez la cita fue en Rosario. Ernesto hubiese cumplido 80. "¿Cómo no iba a estar?", sonríe Alberto Granado con sus maravillosos 85 años, y con las mismas ganas de siempre de hacer bromas, disfrutar de un buen vino, cantar unos tangos, recordar a su amigo el Che Guevara y defender la revolución cubana. Este Gitano Sedentario, como le decía el Che, se movió una vez más para seguirlo.
Granado aceptó dialogar con Señales en una Rosario que se vio colmada de afiches que anunciaban por doquier los festejos por los 80 años del guerrillero.
El lobby del hotel céntrico era una romería. Los hijos de Guevara también se hospedaban ahí. A los periodistas, se sumaban fotógrafos, no faltaban los curiosos y hasta el ex gobernador Jorge Obeid tomaba un café a la espera de una buena foto con Granado.
Su cuerpo tiene las marcas del tiempo, dijo que ya casi no puede escribir porque sus manos sufren una mezcla de artrosis y artritis, que lo tiene a mal traer, pero su lucidez deslumbra.
Siempre con una broma a mano, Granado encanta con sus relatos. "Ernesto fue un hombre con virtudes y defectos, pero fue un guerrillero, un revolucionario", advierte como para despejar ingenuidades.
En la Rosario natal de Guevara, su amigo Granado presentó el libro: Con el Che por Sudamérica (editorial Marea), donde relata el viaje de casi seis meses que realizaron juntos entre 1952 y 1953.
Se separaron en Venezuela, tras la promesa de Guevara de que volvería a buscarlo. Pero no fue así. Se reencontraron tras la revolución cubana, en 1960. Desde entonces Granado vive en la isla, donde cumplió una importante tarea académica y de investigación en el área de bioquímica y farmacia.
—Se dice que el viaje con Guevara fue una aventura.
—Nos gustaban las aventuras pero no éramos aventureros. Nos preocupaban los estudios, cómo funcionaba la universidad. Quizá sí no teníamos sistematización política.
—¿Quién es Granado?
—A mi no me gusta mucho hablar de mí. Lo que puedo decir es que Granado es un tipo que tiene sus convicciones, y que siempre fue firme en sostenerlas. A medida que el tiempo pasó me transformé de un tipo que quería muchas cosas a querer solamente tres: investigar, viajar y tener una familia. Tres cosas que parecían difíciles de coordinar entre sí pero que las he podido llevar a cabo. Que hoy esté en Rosario, con mi mujer, con mi hijo, con los amigos, con los hijos de Ernesto, que me tienen como un tío, quiere decir que he podido llevar a cabo un sueño. Yo me definiría así, como un hombre que afortunadamente pudo ver su sueño en la realidad.
—¿A Ernesto lo conoce en Córdoba?
—Claro, él vivía en Alta Gracia y se conoce con mi hermano menor, Tomás, iban al bachillerato juntos. Se hacen amigos en segundo año. Ernesto le dice a Tomás que quería jugar rugby pero que no podía porque estaba enfermo de asma y entonces yo le dije que le enseñaba y ahí se unió a nosotros. El asma no influyó mucho. Creo que lo que valía era su fuerza de voluntad para todo lo que quería hacer. Lo que más me atrajo de él fue su inteligencia y capacidad de trabajo. Además como a mí me gustan los jóvenes, todo se hacía más fácil a pesar de la diferencia de edad entre él y yo, que era de casi seis años. Por entonces era mucho, él 14 y yo 20, yo ya era un hombre y él, un adolescente.
—De hecho él tenía esa edad cuando usted estaba preso y lo fue a visitar, y le dijo una frase que lo asombró.
—Tenía 15 años y ya tenía sus ideas. Sí, fue con Tomás a llevarme unas viandas de comida. Queríamos que los estudiantes salieran a la calle para que nos soltaran. Hablamos entre todos y había acuerdo. Y yo le pregunté: "¿Y vos Pelao estás de acuerdo?". Me miró y dijo: "Yo no voy a salir a la calle para que me caguen a palos. Si a mí no me dan un bufoso, yo no salgo". Lo miré extrañado porque venía de una familia casi oligárquica, de otro nivel intelectual. Si hubiera sido hijo de un obrero, todavía, pero que uno de ellos, de su propia clase, largara eso... fue muy fuerte.
—No fue la única vez que se lo dijo.
—Si, claro, diez años después, cuando hicimos el viaje, estábamos en el Machu Picchu y yo le digo que me voy a hacer el novio de una muchacha que, según ella, era descendiente de Manco Capac II. Y le dije: "Entonces yo me caso con la muchacha esta, soy el príncipe consorte y hacemos la revolución iberoamericana". Y el Che me dijo: "Revolución sin tiros, ¡vos estás loco, Petiso!".
—¿Más allá de su broma, ustedes discutían sobre la lucha armada?
—Claro que discutíamos porque yo quería buscar otra forma, pero después, con los conflictos que hubo en Guatemala o con Salvador Allende en Chile, me di cuenta que el Che tenía bastante razón, que si no tenías la fuerza de las armas, no podías hacer mucho.
—¿Sigue siendo un gitano sedentario, como le decía el Che?
— Sí, sigo y peor. Imaginate que soy asesor de varias cátedras, presidente honorario de centros de ayuda a Cuba en el mundo. Viajo por lo menos una vez al año a algún país. Lo que pasa es que me estoy cansando, pero para mi es como un deber que tengo para la revolución cubana, un deber conmigo mismo, con el Che. Hemos sido consecuentes con la revolución y la revolución ha hecho lo que nosotros soñábamos. Porque no soñábamos con ser millonarios, soñábamos con tener gente que no fuera analfabeta, que supiera lo que es leer un libro, que no pasara hambre, que tuviera un trabajo. Si esas cosas se están llevando a cabo en Cuba, cómo no voy a estar comprometido, si todos los sueños se están cumpliendo.
—¿Qué diría Ernesto de todos estos homenajes?
—Mirá, te voy a decir una cosa, yo no sé lo que diría él, yo no sé si le gustarían, pero de lo que sí estoy seguro es que él se los merece, y si se los merece eso ya es suficiente. Ahora bien, si se le hace una estatua a Bolívar, a Martí, a San Martín, ahí también tiene que estar el Che porque todos ellos han luchado por un mundo mejor, así que yo con mucho gusto le digo a mi amigo: no te gusta, ¡jodete!