Si es verdad que, como dice el filósofo alemán Peter Sloterdijk, la política es la administración de la ira, uno de los peores momentos de esa gestión en el país tuvo lugar a partir del 19 y 20 de diciembre de 2001. La desobediencia civil, los saqueos, las víctimas de la represión policial y el inicio de una sucesión presidencial sin rumbo –y que recayó tal vez no casualmente en un dirigente opositor al gobierno de la Alianza, el peronista Eduardo Duhalde– siguen siendo materia de debate y análisis, y también de evocaciones.
Para el sociólogo Matías Cambiaggi, autor de El aguante. La militancia en los 90 (Marea), el 20 de diciembre fue una insurrección popular. “Como el 17 de Octubre o el Cordobazo, y que significó el final de un largo proceso madurado durante los años 90 y que tuvo su origen en la implementación del neoliberalismo, con todo lo que esto implicó en cuanto a la pérdida de trabajo de gran parte de la población y del patrimonio nacional, el industricidio, el hambre –remarca–. Pero por otro lado también de la resistencia que llevó adelante un nuevo sujeto social, compuesto por lo que hoy conocemos como organizaciones de la economía popular, la juventud de distintos sectores sociales y los jubilados, junto a sectores sindicales”.
En su libro, cuenta la historia de los años 90 en la Argentina a partir del registro de hechos como el asesinato de Walter Bulacio y el surgimiento de la Correpi, entre otros, que “desembocan” en la crisis de 2001. “Cada una de las experiencias toma cuerpo interpelada por este hecho trascendente –dice–. No es casual que los protagonistas de estas historias reaparecen sobre el final, durante el 20 de diciembre, con algunas certezas, con muchas preguntas, decididos a decir basta a las injusticias”.
Cambiaggi cree que el impacto de la crisis fue muy profundo y perdura hasta hoy. “Se revitalizó la posibilidad de hacer política ‘por mano propia’, sin permiso de nadie ni intermediarios. Pero también se evidenciaron los límites del ‘Que se vayan todos’, sin capacidad de proponer quiénes pueden reemplazar a los que tienen que irse”. Mientras, en un laboratorio social llamado la Argentina se siguen probando fórmulas para encontrar un modo eficaz de gestionar la cólera social.