En un mundo que entiende la obediencia de los hijos como una virtud y que enseña a ‘honrar padre y madre’; en un país donde a las banderas de la memoria, la verdad y la justicia las llevan hijes orgulloses de las luchas de sus padres y su madres, en ese mundo, en este país, con esta historia, aparecieron, para sostener la lucha por los derechos humanos, Historias Desobedientes -hijos, hijas y familiares de genocidas-.
Hablan de no tener derecho a ocupar ciertos espacios. Del temor a ser ‘sacados a patadas’. De sentir que debían pedir perdón todo el tiempo, por ser quienes son, por nacer donde nacieron, por existir. Hablan de vergüenza y miedo. De culpa por la traición al padre. Pero, más que hablar, hacen. Hacen, construyen, enfrentan todos esos sentimientos y desobedecen. Rompen el mandato de silencio. Lidian con esa culpa y tienen una voz propia dentro del movimiento de derechos humanos, una voz muy particular -dicen-, con una densidad política que no puede quedar al margen -advierten-.
“Tenemos la expectativa de que, al visibilizarnos, podamos habilitar la palabra, llegar a otros posibles desobedientes para que se sumen a nuestro colectivo y puedan romper ese mandato de silencio que nuestras familias impusieron, a veces más explícita y otras más implícitamente”, decía Bibiana Ribaldi en una entrevista que le dio a La Palta en agosto de 2019. En esa oportunidad, la integrante de la organización estaba visitando Tucumán para presentar el libro Escritos desobedientes -una recopilación de textos redactados antes y durante la creación del colectivo que se conformó en 2017-. Entonces, la acompañaban Stella Ducastella y María Laura Delgadillo, dos desobedientes más que hoy ya no pertenecen a la organización, aunque siguen siendo compañeras de luchas y convicciones.
En este 2022, Bibiana habla de los desafíos superados pandemia mediante. “Seguimos sumando desobedientes por el mundo”, comenta orgullosa y recuerda que, el 27 de julio, tres representantes del espacio (una de Argentina y dos de Chile) estuvieron en Berlín, en un encuentro de descendientes de víctimas y victimarios del Holocausto y dictaduras latinoamericanas, organizado por la Casa de Ana Frank. Días después, oficialmente, se sumó al espacio Loreto Urraca, nieta de Pedro Urraca Rendueles, un policía franquista destinado en Francia para capturar a los dirigentes de la República.
Y así, eso de militar la desobediencia y hacerla crecer, se convirtió en estos años en más que una consigna. “Empezamos poniendo en palabras mucho dolor y sabemos que lo que hacemos es disruptivo. Sabemos que, cuando la verdad se impone, también se impone decidir una posición ética frente a esa verdad”, advierte Ribaldi. “Sabemos que no somos las víctimas porque las víctimas están en otro lado”, reconoce. Y, con esa convicción, salieron al mundo. Hoy, además, existen Historias Desobedientes en Chile, Paraguay y Uruguay.
En 2019, Stella Ducastella decía que su visita a nuestra provincia tenía como excusa la presentación del libro, pero que la principal intención era que las conozcan y que conozcan la organización. “Ocupar una voz propia dentro del movimiento de derechos humanos, una voz que tiene su particularidad porque somos hijos e hijas, y familiares de genocidas, y eso nos da una densidad política que no puede quedar al margen”, explicaba en aquel momento. Mirando en retrospectiva, se puede ver cómo ganaron espacio y cómo, de a poco, la agrupación fue abrazada por los organismos de derechos humanos del país.
“Nosotros tuvimos vedada la palabra, impuesto el silencio desde muchos lugares”, decía María Laura Delgadillo. La platense hablaba de la necesidad de hacer conocer desde adentro la historia que habían vivido como hijos, hijas y familiares de los responsables de tanto horror. “Esa historia la vivimos y la cuestionamos desde un lugar muy importante porque la familia es algo fundante y, al romper con ciertas estructuras culturales con respecto a la posición del padre, romper con ese silencio, con esos mandatos, es desestructurante para la gente y para una misma”, comentaba, al tiempo que repasaba los sentimientos encontrados, la necesidad de no saberse única con lo que le ocurría, la soledad y el encierro en el que vivió tantos años.
La sagrada familia
Stella, Bibiana y María Laura. Cada una llegó a la organización de diferentes maneras, pero todas atravesadas por miedos muy parecidos. Todas coinciden en que el silencio las marcó y les provocó mucho dolor. Todas dieron el paso con mucha angustia y casi ahogadas por la soledad. Todas se encontraron y se supieron acompañadas. “Estamos deconstruyendo esa visión de que la familia es sagrada, que amarás a tu padre y a tu madre incondicionalmente. Ponemos en tela de juicio esos principios y decimos que para nosotros vale más la vida”, decía María Laura. “Vale más el no matarás que el honrarás a tu padre y a tu madre porque es cierto, tenemos que honrar a nuestros padres, pero, ¿cuál es el límite?”, y la pregunta volvió muchas veces en esta entrevista, como vuelve en quienes se niegan a obedecer a pies juntillas y eligen ser conscientes de sus actos y elecciones.
“El camino fue largo, habemos quienes lo hicimos de manera más lenta y para quienes fue más desacelerado”, comentaba María Laura en aquella entrevista de 2019. Media hora después, estaría hablando frente a un público entre quienes se encontraba la referente de Madres de Plaza de Mayo – Tucumán, Sara Mrad. “Muchas veces, las circunstancias obligaron a irse de la casa. Cortar el vínculo. Entender que ya no había espacio para uno en esa familia en la que nacimos”, decía la mujer. “Hay diferentes maneras de repudiar lo que nuestros padres hicieron y eligieron. Algunas familias eran amorosas y pasar en limpio un ‘te quiero, pero te repudio’ fue muy doloroso. Pero, una vez que esa ruptura se produce, ya no hay marcha atrás”.
Salir de la soledad y construir un colectivo político y amoroso
Hablan del dolor, de la soledad, de la angustia. Saben que es imprescindible un espacio de catarsis y contención. “Pero no somos un grupo de contención solamente psicológica o terapéutico. Nuestro objeto es una acción política, una construcción política. Pero una construcción amplia y contemplativa con el compañero”. Esa descripción que daba Stella se sostiene en el devenir diario.
“Hicimos un recorrido de lobos esteparios. Medio heridos, solos, incomprendidos por las familias, por los amigos”. La descripción de María Laura es la imagen que mejor representa el camino recorrido por todas. Ella es también sobrina de una mujer desaparecida durante la última dictadura cívico-militar y eso le permitió estar donde sus convicciones la colocaban sin dar tantas explicaciones. Stella, por su parte, encontraba la manera de sumarse a las marchas del 24 de Marzo sin identificarse porque le parecía que no tenía derecho siendo hija de un genocida.
“Fue un amor a primera vista. Fue encontrar un espacio de pertenencia. A la semana, estaba sosteniendo la bandera con ellas en la marcha”, decía Stella señalando a sus compañeras y recordando su acercamiento al colectivo. “Pero también viviendo esta experiencia terrible que es que la gente se pare frente a la bandera y lea dos veces porque no entiende de qué se trata. No paré de llorar toda la marcha al ver la conmoción que generaba en los demás. Llevaba muchos años de marcha en silencio”, remata la mujer que llegó a la agrupación porque uno de sus hijos le envió el enlace a una nota firmada por la hija de un represor.
Bibiana dice que se pasó la vida sintiendo que debía pedir perdón por los crímenes de su padre. “Sabiendo que no había sido yo la responsable, pero me daba tanta vergüenza y un miedo profundo al rechazo”, dice la mujer que, el 3 de junio de 2017, en una marcha del colectivo Ni Una Menos, se paró adelante a sostener la bandera de la agrupación a la que sigue perteneciendo. “Esa primera bandera de Historias Desobedientes era muy pesada, era de ese material de los banners. Era enorme y la sosteníamos con unos caños de hierro. Era tan pesada que mi sensación fue que esas cinco mujeres estábamos cargando una cruz desde el Congreso hasta la plaza de Mayo. Y todo se llenó más de sentido cuando, juntas e identificadas, pudimos poner el pie en la plaza”.
“La primera bandera de Historias Desobedientes era muy pesada, la sosteníamos con unos caños de hierro. Parecía que cargábamos una cruz desde el Congreso hasta la plaza de Mayo. Y todo se llenó de sentido cuando pisamos la plaza”, dice Bibiana Ribaldi.
Ya pasaron más de cinco años desde el nacimiento de Historias Desobedientes. La organización sigue creciendo y, como ocurre en todo colectivo, las personas entran, salen, regresan o se van a construir en otros lugares. Pero ninguna vuelve a ser quien era. “Sabemos quiénes somos. Tenemos proyectos por los que estamos trabajando. Algunos más cercanos que otros, como la digitalización de todos los legajos del personal civil de inteligencia del país. La pandemia fue difícil, nos encontramos por Meet o por Zoom. Seguimos sumando Desobedientes por el mundo. Seguimos viajando por el país, a todo lugar que nos invitan a dar charlas, especialmente en ámbitos educativos. Seguimos repudiando a los cobardes que fueron capaces de secuestrar, torturar, hacer desaparecer personas, robar bebés y no se arrepienten de sus crímenes aberrantes. Seguimos así rompiendo el silencio porque sabemos que algo podemos hacer, a pesar de donde venimos”.