Marea Editorial

Desaparecer en democracia

En el país de los 30.000 desaparecidos de la dictadura llevamos más de 200 desapariciones en democracia. ¿Qué sabemos de ellas? No hay registros oficiales, aparecen junto a personas extraviadas y poco conocemos de sus historias. En "Desaparecer en democracia" (Marea Editorial, 2021), la periodista Adriana Meyer realiza un ejercicio de memoria para reunir por primera vez en este libro las desapariciones forzadas a lo largo de cuatro décadas. Además analiza la trama de complicidades de policiales, estatales y judiciales que las recorren. Aquí, un fragmento del caso de Facundo Astudillo Castro.

Hasta el 30 de abril de 2020 Facundo Astudillo Castro era uno de los jóvenes de Pedro Luro, un pequeño pueblo del sur de la provincia de Buenos Aires, a 800 kilómetros de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, de los que hacen de sus calles el patio de su casa. Nacido el 23 de agosto de 1997, fue un chico inquieto y alegre. Amigo incondicional y solidario, creció cobijado por su mamá Cristina, sus hermanos Alejandro (mayor) y Lautaro (menor) y sus abuelos maternos.

El semillero

“Kufa”, como le decían, empezó a llevarse mal con el estudio y dejó la secundaria. Se puso a hacer changas de albañilería, atendió un lavadero y hasta se anotó en “los galpones” para trabajar en la temporada de la cebolla de exportación. Junto a otros pibes, todos de no más de 15 años, conoció el Semillero Cultural que funcionaba en las instalaciones de la vieja estación ferroviaria. Era un espacio gestionado por una ONG de militantes de La Cámpora, que convocaron a gente sin filiación política para dar talleres y capacitaciones. Cada tarde, cuando Mercedes “Mechi” Hollmann llegaba para abrir el local, Facundo ya estaba esperándola en la puerta para arrancar con el mate. Mechi era del sector “no militante” de Semillero, había armado la biblioteca y, a poco de ponerla en pie, los pibes ya se habían apropiado del lugar. Mechi recuerda que eran “chicos buenísimos, que han sufrido mucho rechazo social, Facundo iba al taller de murga y batucada, se sentía como en su casa; yo estaba en la biblioteca casi seis horas por día. Era un refugio para ellos”. ¿Refugio de qué? Del rechazo social. Y de la policía. “A veces estábamos tomando mate a la tardecita y se metía el patrullero en el andén, agarraban a ‘los pibes de la estación’, los ponían contra la pared, los empezaban a empujar, a revisar, una vez les pisaron la huerta que habían plantado”, dice. Por eso, cuando Facundo empezó a participar del programa Jóvenes y Memoria –organizado por la Comisión Provincial por la Memoria–, no paró de informarse de todo lo que la Bonaerense había hecho en el pasado y seguía haciendo. En 2013 un grupo de chicas y chicos hicieron una movida para dar a conocer lo que hacían y para invitar al pueblo a visitar Semillero Cultural. Incluso fueron a radios del pueblo. En una de esas charlas al aire, Facundo tomó el micrófono: “Cuando recién empezaba a ir al Semillero muchos me decían ‘no tenés que ir ahí porque ellos se drogan, ellos son chorros’. Y yo me animé a ir, para ver si era cierto. Y me di cuenta que todo lo que está diciendo la sociedad, no tiene nada que ver. Es más, yo también me sentía muy excluido por la sociedad, por mi forma de ser, porque soy rapero. Hago rap y me visto como una persona que hace rap”. Mechi describe que “el pueblo está dividido por las vías, y la mirada del pueblo era que los chicos de la estación iban a drogarse. Tratábamos de mostrar lo que producíamos, pero era un rechazo constante. Cuando el actual intendente cerró el espacio nadie salió a apoyarnos. En los pueblos cuando no tenés un apellido fuerte de una familia ‘de bien’, es muy difícil”. En 2016, cuando asumieron las nuevas autoridades en el municipio de Villarino, de un partido vinculado al Frente Renovador de Sergio Massa, las pibas y los pibes se quedaron sin Semillero, pero siguieron conectados con las luchas por Memoria, Verdad y Justicia.

La Turmalina

En febrero de 2020 Facundo volvió a Pedro Luro tras dos años de convivencia con Daiana González, en Bahía Blanca. Buscó olvidarse de ella y encaró nuevos proyectos. La propuesta de su amigo Juan Cardona para que se sumara a la cervecería que estaba por inaugurar le vino muy bien, en lo anímico y en lo económico. El 22 de febrero finalmente Turmalina abrió sus puertas y Facundo estaba feliz. La espuma del exitoso arranque de Turmalina bajaría abruptamente antes de cumplir un mes, la noche del jueves 19 de marzo. Con el covid-19 declarado pandemia por la ONU y los primeros casos registrados en Argentina, esa noche Alberto Fernández habló por cadena nacional y anunció el Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio en todo el país.

Era en abril

Aunque su caso se instaló en la agenda pública a principios de julio, Facundo fue uno de los primeros en sufrir las consecuencias mortales del proceder de los uniformados en la pandemia. Como la Bonaerense no pudo inventar un robo o un enfrentamiento en la ruta, la acción coordinada de la jerarquía de la fuerza y del ministro de Seguridad Sergio Berni convirtió al caso en un decálogo de encubrimiento. Durante marzo y abril, con la cervecería cerrada, Facundo se había quedado casi a vivir en la casa de Juan. De vez en cuando iba a su casa por ropa o a tomar unos mates con la familia. El 27 de abril Juan se vio obligado a decirle que necesitaba el espacio porque debía alojar a su hermana. Él entendió. Al mismo tiempo iba madurando en su cabeza la idea de volver a Bahía para intentar recomponer la relación con Daiana. El miércoles 29 fue a la casa de su amigo Daniel Gaite, quien con su madre Virginia Góngora lo invitaron a cenar. Esa tarde Facundo pasó por su casa, conversó con su hermano Lautaro, cargó el teléfono y metió algo de ropa en la mochila. En la cena les dijo a Daniel y Virginia que al otro día se iría a dedo a Bahía. El jueves, cuando Daniel y Virginia se despertaron, Facundo ya se había ido. Durante horas Daniel intentó hablar con él por teléfono, sin éxito. Al notar que Kufa no recibía los mensajes, Gaite empezó a preguntar a los más cercanos y también al grupo de WhatsApp de la cervecería si sabían algo. Nada. Virginia se preocupó y llamó a la comisaría de Pedro Luro, quizás lo habían detenido al violar la cuarentena. Tampoco sabían nada. Llamó a Cristina, quien le contó que minutos antes, a las 10.30, la había contactado un policía de Mayor Buratovich para corroborar el domicilio, porque en la ruta le habían labrado un acta a Facundo. Cristina confirmó la dirección y dijo que podrían ir a su casa para verificarlo cuando regresara del trabajo. Esa llamada policial y la de Virginia la hicieron enojar. Intentó comunicarse varias veces con su hijo, pero no pudo. Al anochecer la policía tocó el timbre de la casa para hacerle firmar la certificación del domicilio. Ahí se convenció de que Facundo había decidido seguir viaje a Bahía Blanca. La investigación judicial fue reconstruyendo sus pasos. Alrededor de las 5 de la mañana Facundo salió de la casa de su amigo y se fue a hacer dedo a la ruta 3. Probablemente no consiguió quien lo levantara y emprendió viaje a pie. Cuando Nancy Moncada, vecina de la localidad de Hilario Ascasubi, se ofreció a llevarlo en su auto hasta Mayor Buratovich ya eran casi las 9 y estaban a más de 20 kilómetros de Pedro Luro. Moncada aseguró en sede judicial que el joven le dijo que debía llegar a Bahía Blanca “urgente”, que estaba sin trabajo y le quedaban apenas 50 pesos en el bolsillo. Facundo se bajó en el ingreso a Buratovich y volvió a hacer dedo. En el kilómetro 779 de la ruta 3, en el cruce con la calle San José Obrero, fue abordado por Mario Sosa y Jana Curuhinca, oficiales de la Bonaerense que estaban de servicio, que se comunicaron con la subcomisaría del pueblo para pedir directivas. El oficial subayudante Andrés Gerbatin les dijo que le enviaran los datos completos y una foto de Facundo, y les sugirió que “si se hacía el pajero lo bajaran”, según la jerga policial significaba que lo llevaran a la comisaría. Curuhinca fotografió el DNI de Facundo, del derecho y del revés, y le sacó una foto en la que aparece de espaldas, junto a Sosa, con la manos por delante (no se ve si estaba esposado) y de frente al patrullero registrado con el número 23 360. Al momento de la publicación de este libro no se había determinado si en ese momento Facundo fue “bajado” a la sede policial o bien siguió viaje hacia su destino. Sí está comprobado, a través del seguimiento de la georreferenciación del patrullero, que ese móvil fue hasta la sede policial. Sosa y Curuhinca aseguraron que, tras labrarle el acta de infracción, le dijeron que volviera a su casa. Ni ellos, ni Gerbatin, ni nadie de la subcomisaría se comunicó con el juzgado federal de turno para informar de la infracción aplicada. La sospecha es que no lo dejaron ir tan rápido. A las 13.33, tras recibir varias llamadas perdidas de su madre, Facundo llamó a Cristina desde Buratovich. La conversación no fue en los mejores términos, ella de entrada le transmitió su enojo. “Mamá, vos no tenés una idea de dónde estoy”, le respondió Facundo. Ella lo siguió retando, asegurándole que si lo seguían parando le iban a poner un montón de multas. “Mamá, no me vas a ver más”, agregó Facundo. Cristina no salía del enojo. La comunicación terminó abruptamente, como si el celular de Facundo se hubiera caído o alguien se lo hubiera sacado. Tiempo después Cristina interpretó que en ese llamado su hijo le pedía ayuda. “Me estaba diciendo ‘mamá’ y él nunca me decía ‘mamá’, él siempre me decía ‘bruja’... con ese ‘mamá’ quizás me estaba pidiendo auxilio y yo no me di cuenta”, reflexionaba mientras lo buscaba intensamente. Según registros de la empresa Claro, la antena que activó el teléfono al momento de la llamada está en Buratovich.

Testigos y ¿testigos? 

Tampoco fue determinado qué pasó con Facundo entre esa llamada y las 15 horas, cuando dos personas aseguran haberlo visto “recostado” al costado de la ruta 3, ya no en Buratovich sino en Teniente Origone, a unos 24 kilómetros. Dijeron que pasaban con su auto y, al verlo tan menudo físicamente, creyeron que era un niño. Llamaron a un amigo de la zona, quien a su vez llamó al puesto de vigilancia de Origone. Media hora después el teniente primero Alberto González arribó al lugar a bordo del patrullero 27 788. Según declaró González, al encontrarlo le hizo las preguntas de rigor y le pidió el DNI, a lo que Facundo le habría respondido que no lo tenía, lo que contrasta con las fotos captadas por Curuhinca cinco horas antes. Siempre según el relato de González, le tomó una foto al carnet de conducir y llamó a la comisaría de Médanos, sede regional de Villarino, para preguntar qué hacer. El jefe Juan Carlos Reynoso le dijo que lo dejara seguir. González dijo que lo vio subirse a una camioneta Renault Duster u Oroch, en dirección a Bahía Blanca. El mismo teniente anotó la secuencia en una libreta que guardó hasta octubre, cuando le fue secuestrada por orden judicial. Al igual que la Bonaerense de Buratovich, ni González ni su jefe Reynoso se comunicaron con el juzgado federal de Bahía Blanca para informar del encuentro con Facundo. La versión de González choca con varias pruebas y testimonios que obran en la causa judicial. Y, además, en algunos aspectos, resulta incoherente y contradictoria. El 19 de junio –cuando en el fuero provincial ya estaba abierta una causa por averiguación de paradero, en medio de un rastrillaje en Mayor Buratovich–, González se presentó ante Cristina y le dijo que, tras dejar seguir a su hijo en la ruta, lo vio alejarse caminando, sin subirse a ningún vehículo. Es decir que le mintió a Cristina o mintió en sede judicial. Pero González queda más expuesto aún ante los testimonios de otras tres personas, que declararon espontáneamente y tras vencer la resistencia de la Bonaerense y de funcionarios de la Ayudantía Fiscal de Médanos. Se trata de una pareja y el hermano de uno de ellos, los tres de Pedro Luro, que el jueves 30 salieron en su auto hacia Bahía Blanca por una mudanza. Alrededor de las 15 cargaron combustible en la Shell y emprendieron viaje, tal como se pudo verificar por mensajes que están en sus teléfonos. Cerca de las 15.30, apenas pasaron Buratovich, vieron que “un nene de unos 13 años” (así lo creyeron) era abordado por dos policías mientras caminaba casi pegado al alambrado (“hacia abajo de la banquina, no haciendo dedo”). Al ver al patrullero frenar delante suyo bajaron la velocidad. Entonces vieron a los efectivos llamar al joven mientras abrían la puerta trasera derecha del móvil. Apenas pasaron frente al patrullero, comenzaron a acelerar mientras uno de ellos se dio vuelta. “Lo último que vi, antes de que agarremos la curva, fue que el chico estaba por subirse a la Toyota Hilux”, relató. Los tres coinciden en que el hecho se produjo aún lejos de Teniente Origone. A fines de junio, luego de que la policía ignorara su intención de denunciar lo que habían visto, los tres testigos se contactaron con Cristina y su abogado y al declarar judicialmente corroboraron que el conductor del patrullero era el oficial Sosa. Si bien los testimonios más serios (cuentan con la credibilidad de la fiscalía a pesar de la operación mediática de encubrimiento que busca ensuciarlos) volcados en el expediente llegan hasta ese momento y lugar, hay otros dos testigos aportados por la policía que buscaron “trasladar” a Facundo casi hasta Bahía Blanca, alejándolo de la zona que él no habría traspasado nunca. El primero de esos testimonios es el de Siomara Flores, quien apareció “espontáneamente” a mediados de junio a declarar en la causa por averiguación de paradero. Dijo que al ver a Facundo haciendo dedo en Buratovich le ofreció llevarlo hasta Origone, donde lo dejó a las 13.00 aproximadamente. Lo que no dijo Flores es que ella es oficial de la Bonaerense, hermana de Jana Curuhinca y pareja del oficial Sosa. Los dichos de Flores se caen ante dos evidencias. La llamada de Facundo a Cristina desde Buratovich fue a las 13.33, media hora después de que Flores asegura haber dejado a Facundo en Origone, en un sitio donde no hay señal para el celular. A su vez, el 8 de mayo, cuando Facundo llevaba una semana desaparecido, Flores desinstaló su aplicación de WhatsApp, pero al volverla a instalar en otro teléfono decidió no recuperar su historial de chats. Borró para siempre mensajes, fotos y videos. Para Cristina, sus abogados y los fiscales de la causa, Flores no es una “testigo” cualquiera, sino parte central del plan de encubrimiento. La segunda testigo aportada por la Bonaerense no es policía, sino una longeva productora agropecuaria de Villarino. Como se encuentra amparada bajo la figura de testigo de identidad reservada, se la conoce como testigo “H” o “E.H.R.” (por sus iniciales). Ella nunca había declarado en la causa del fuero provincial. Recién el 13 de julio, ya con la investigación en el fuero federal bajo la carátula de desaparición forzada, fue “metida” en la causa nada menos que por los policías Sosa y Flores. A las 18.40 de ese día la pareja fue a la subestación de Mayor Buratovich 338 para “avisar” que un hombre se acercó a la casa de Sosa y dijo conocer a alguien del pueblo que “habría llevado a Facundo a Bahía Blanca” y no se habría presentado a declarar antes “por temor”. Cuando el fiscal federal Santiago Ulpiano Martínez la llamó a declarar el martes 14 de julio, H aseguró que “una tarde de fines de abril” viajaba en su Honda HRV a Bahía Blanca y, a la altura de Origone, levantó a un chico que hacía dedo. Aseguró que “se trataba de Facundo” y dijo que el joven le pidió dejarlo en el primer cruce ferroviario antes de Bahía, a la altura de General Cerri, porque pasaría a visitar a un amigo que vive allí. Además, le habría dicho que quería evitar el paso por el control fitosanitario del kilómetro 714, así que seguiría desviándose por las vías que cruzan la ruta y se meten en la zona del estuario de Villarino Viejo. Detrás de la presentación de la testigo estuvieron la Bonaerense y su jefe político Sergio Berni, ayudados por La Brújula y La Nueva (Provincia) de Bahía Blanca más algunos medios porteños, así como un par de funcionarios del Gobierno nacional, porque fueron ellos quienes difundieron sus dichos.