Venganza, codicia, maldad, sangre, traiciones, conspiraciones, aniquilación, guerras civiles y más definían el clima en el que se disputaba un modelo de país. La Historia argentina es fascinante y tiene de todo, incluido el trágico desenlace de uno de sus protagonistas, el mítico caudillo -y gobernador- riojano, Facundo Quiroga.
Ese que Domingo Faustino Sarmiento identificó con la idea de barbarie en su libro fundacional y best-seller literario argentino, Facundo. Pocos saben que ambos contendientes han sido parientes, exactamente primos. Un día como hoy, hace 189 años, el brigadier general Juan Facundo Quiroga fue emboscado y asesinado. Un héroe justiciero para algunos, tildado de tirano sanguinario por otros, es reconstruido biográficamente en Facundo. El Tigre de los federales, editado por Editorial Marea, del historiador, profesor y exsecretario de Cultura riojano Víctor Hugo Robledo.
En las páginas del libro, por ejemplo, postula que su caballo tenía poderes extraordinarios e influía en las decisiones de su amo. Y que la discusión entre Sarmiento y Facundo aún no ha finalizado sino que es releída desde distintas visiones. ¿Habrá comenzado entonces la grieta que llega hasta el presente?
Quiroga luchaba por una patria federal, en contraposición a un centralismo unitario al cual combatiría hasta el final. Robledo recupera así vida, obra e hitos del caudillo riojano -al que califica de “indomable” e “imbatible”- mediante una línea de tiempo con una cronología prolija. Un personaje controvertido, que forma parte de la Historia pero, quizá, no tanto por sus hazañas o legado, sino por las abundantes críticas y su enemistad declarada a través del clásico, Facundo o civilización y barbarie.
¿Lo sabían?
Que Sarmiento y Facundo hayan sido parientes es una gran paradoja. Fueron primos directos en cuarta línea de descendencia; siendo su familiar en común -quien inicia su genealogía- el sanjuanino Don Baltasar de Quiroga y Lemos, nacido en el siglo XVII. En consecuencia, el apellido original del prócer Sarmiento es Quiroga, aunque no se sabe con certeza si ellos tuvieron conocimiento sobre su lazo sanguíneo y aquellas raíces en común.
Esa historia tiene su origen al arribar los Quiroga en plena conquista de Chile, en 1536. Este apellido ya existía y el primer portador fue Jacinto, casado en Cuyo (jurisdicción de la Capitanía chilena) con Micaela de la Vega Sarmiento, prolongando en sus hijos el apellido compuesto Quiroga-Sarmiento. Por entonces quedaban algunas tierras para poblar en Los Llanos de La Rioja y así es cómo los habitantes de la Capitanía se asientan allí.
Hay un nutrido anecdotario, que por momentos parece algo surrealista pero el siguiente episodio figura bien documentado, por tanto, es factible que sucediera. Robledo toma esta leyenda de la oralidad de la población regional de Cuyo y de La Rioja, pues a Facundo ya lo llamaban “Tigre” mucho antes de su muerte.
El apodo se originó durante juventud de Quiroga y Sarmiento la refiere desde su libro. Un tigre (jaguar) cebado, es decir, inclinado a consumir carne humana, persigue a Quiroga, quien marcha a pie con la montura al hombro de su caballo que ha quedado muerto de regreso a La Rioja por los desérticos territorios que median entre San Luis y San Juan.
Ante los rugidos próximos del felino, tira su montura y se trepa al único árbol de pequeña altura que sobrevivía a la sequía en varios kilómetros a la redonda. Desde allí ve llegar velozmente a la fiera con la nariz pegada al suelo siguiendo el rastro de su presa. al tiempo, providencialmente, aparecen los amigos de Quiroga que, preocupados, habían apresurado su paso al encontrar el caballo muerto de su jefe y detectar las huellas del tigre que lo seguía. Ellos logran enlazar a la fiera que esperaba su comida al pie del pequeño árbol.
Facundo aprovecha y baja para matar al felino a puñaladas en singular combate. Desde ahí, pasaría a ser un mítico personaje al que llamarían el “Tigre de los Llanos”. El relato original habría nacido del propio caudillo, que contaría los hechos en reuniones entre sus camaradas militares. “Fue la única vez que sentí miedo”, habría expresado el riojano.
En 23 capítulos -poco más de 300 páginas- Robledo narra las andanzas, virtudes y defectos de Quiroga trazando un retrato coral. Sin romantizarlo ni demonizarlo, expone en su ensayo el lado más humano, un Facundo real y por tanto, genuino. Reúne datos y cifras concretas: ataques del riojano con 1.800 hombres; 12.000 cartuchos y batallas célebres, donde destacan referencias como unas tres columnas de las fuerzas del general Paz que hacían movimientos como “figuras de contradanza”, según cita al propio Quiroga.
Mediante un lenguaje sencillo, el libro de Robledo no escatima datos curiosos. Un caso: “Según comenta el general José María Paz en sus Memorias, para los milicianos, los capiangos eran hombres que tenían la sobrehumana facultad de convertirse, cuando querían, en ferocísimos tigres. Y ya ve usted, añadía el candoroso comandante, que cuatrocientas fieras lanzadas de noche a un campamento acabarían con él, irremediablemente. Más allá del mito popular, lo cierto es que Facundo llevaba en su ejército un batallón vestido con corazas de pieles de esos animales, lo que alimentaba esa creencia de los capiangos u hombres tigres en manada, cuyo color y olor desorganizaban los batallones contrarios y producían su desbande. Era costumbre, además, que sus principales usaran chaquetas y chiripá de piel de tigre”.
Si de animales se trata, suele decirse que el perro es el mejor amigo del hombre pero en el caso de Quiroga lo fue su caballo Moro: fiel escudero de Facundo, merece una mención aparte. Robledo, escribe: “Su dueño lo había bautizado cariñosamente como ‘Piojo’. Se comentaba que tenía poderes extraordinarios e influencia en las decisiones de su amo, quien a su vez lo consultaba cual su mejor asesor. El llanista, especialista en caballos, había criado al animal desde potrillo con la dedicación y el amor que profesa todo habitante rural por los animales con los cuales convive desde su nacimiento, pero además él tenía la capacidad de elegir a las bestias que les avizoraba dotes especiales, ya fuera para la monta u otras tareas, más todavía en la época en que el traslado y el transporte dependían de la monta”.
Compañero de batallas más que de aventuras, se decía que Moro lo “aconsejaba” en combate, cual confidente y adivino. “La fama de su caballo llegó hasta el siglo XX y fue tenido en cuenta por quienes lo expresaron en la poesía: ‘Quiroga tenía un moro / animal de linda estampa / fortachón de pecho abierto / y de sangre vivaracha. Era de virtudes raras / y medio facultativo / en cuestión de adivinanzas. Unos lo tenían por brujo / y otros por pingo de cábala / desde que en toda ocasión / Quiroga lo consultaba. No había caso ni suceso / que el moro no adivinara: / lo mismo anunciaba triunfos / que otra suerte de las armas’, dice en sus versos el famoso escritor León Benarós” y cita Robledo.
El asesinato
La escena del asesinato -previa emboscada y producto del complot entre sus rivales, los Reynafé- fue sanguinaria y cruenta. “Cuando estaban listos y formados para reiniciar el viaje, Pérez se dirigió a sus hombres y les comunicó la misión que iban a cumplir, y que, por disposición de su jefe, Guillermo Reynafé, debían atacar la galera donde viajaba el general Facundo Quiroga y pelear hasta matarlo junto a todos los que lo acompañaban. Nadie debía quedar con vida”.
Las órdenes se cumplieron: “Esa medianoche la partida acampó en las inmediaciones de Barranca Yaco en medio de un denso monte. Con las primeras horas del alba el campamento despertó. Era el 16 de febrero y debían cometer el magnicidio. (...) Al frente venían cuatro peones montados y dos postillones. Por delante había un recodo que impedía mirar la continuidad del camino. La galera empezó a tomar la curva cuando se oyeron los ruidos inconfundibles de las armas de fuego y el griterío de muerte de los atacantes”.
Pero Quiroga era Quiroga: “Se levantó de su asiento mientras el bólido se detenía bruscamente y sacando la cabeza por la ventanilla exclamó: ‘¿Quién manda esta partida?’. Tomó sus pistolas, abrió la puerta de la galera y se asomó al grito de ‘No maten a un General’, mientras recibía un disparo en el ojo izquierdo que salió del arma empuñada por Santos Pérez. La jauría de asesinos cargó contra los acompañantes y mató a casi todos los integrantes”.
Con un prólogo titulado Facundo o la grieta más dolorosa, el periodista e historiador Hernán Brienza introduce a la lectura: “Domingo Faustino Sarmiento tuvo razón. De una manera irónica, retorcida, contradictoria e incluso perversa. La “sombra terrible de Facundo”, su figura, su signo, no solo ‘tenía el secreto’, sino que constituía el verdadero secreto de ‘las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo’. De su intervención en el libro, sobresale también lo siguiente: En él se asume América con su condición barbárica, su exuberancia, su salvajismo, su condición de ‘antinación’. Es encarnación y asunción, no originaria sino política. Facundo no es indio, no es hijo natural de estas tierras desde antes de la llegada de los europeos, no es un buen salvaje, sino el producto complejo del cruce de líneas entre lo originario y lo civilizatorio. De modo que Facundo es resultado y emergente. Pero por sobre todas las cosas, y he allí el horror de Sarmiento y su legión de seguidores hasta nuestros días, Facundo es un proyecto político (...)3.
Este libro lleva a pensar los rastros de Quiroga y Sarmiento en el presente argentino. Ambas figuras fueron recuperadas, homenajeadas y discutidas en los últimos años, los de la grieta que padecemos. ¿Acaso habría que remitirse al siglo XIX y sus sangrientas resoluciones para encontrar el origen de las disputas actuales? La respuesta, seguramente, si es que la encontráramos, daría muchas sorpresas.