Marea Editorial

Daniel Feierstein: «Hay prácticas sociales fascistas en el presente argentino»

por Lucas Crisafulli El sociólogo y doctor en Ciencias Sociales, Daniel Feierstein, visitó Córdoba y dio una conferencia sobre memoria y fascismo en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. En esta entrega, la primera parte de la entrevista en exclusiva para La tinta, de la mano de Lucas Crisafulli.

Daniel Feierstein es sociólogo y doctor en Ciencias Sociales, especialista en el estudio de las prácticas genocidas, los procesos de memoria y las representaciones. Es investigador del CONICET y docente de grado y posgrado en la UNTREF y la UBA, donde también dirige el Observatorio de Crímenes de Estado (OCE). Además, está al frente del Centro de Estudios sobre Genocidio de la UNTREF. Ha publicado una decena de libros, entre los que se destacan Introducción a los estudios sobre genocidio (Fondo de Cultura Económica, 2016), Los dos demonios (recargados) (Marea Editorial, 2018) y La construcción del enano fascista (Capital Intelectual, 2019), en el que analiza las condiciones que podrían propiciar el surgimiento de un nuevo fascismo en el país. Conversé con él, en ocasión de su visita para una conferencia en la Facultad de Ciencias Sociales.

―A nivel global, la derecha está avanzando. Donald Trump en Estados Unidos, Giorgia Meloni en Italia y Javier Milei en Argentina son ejemplos de ello. En el caso de las derechas latinoamericanas actuales —y podemos incluir también la experiencia brasileña con Jair Bolsonaro—, no se trata de movimientos nacionalistas. ¿Podemos decir que estamos ante gobiernos fascistas? ¿Existe miedo o una excesiva cautela a la hora de hablar de fascismo o neofascismo?

―Creo que estos gobiernos son complejos, por eso me enfocaría en los casos de Bolsonaro y Milei. Más que analizar los gobiernos en sí, me parece más interesante reflexionar sobre lo que está ocurriendo a nivel social. Comenzaría por un punto anterior en el tiempo, porque, de hecho, empecé a notar este proceso, incluso, antes de que Milei fuera candidato. Tanto en la sociedad argentina como en la brasileña, por primera vez en su historia, surge la posibilidad de que prácticas sociales y movimientos fascistas tengan un impacto real en la sociedad. No es que nunca haya habido fascistas, pero, a lo largo de la historia, su presencia fue bastante marginal. Yo creo que, por primera vez, los fascistas asumen una capacidad de impacto importante. Y es necesario separar lo que está pasando socialmente de los gobiernos, porque hay una articulación de fuerzas distintas. En el caso de Milei, su partido político surge de la nada, llega al poder de manera muy rápida y articula ciertos elementos fascistas. Eso no significa que sea lo único presente en su gobierno, ya que todo proceso histórico es, por naturaleza, heterogéneo. 

¿Existen elementos fascistas tanto previos a Milei como en su gobierno? Sí. ¿Puede caracterizarse su gobierno como fascista? Eso es más discutible y depende del peso que le asignemos a esos elementos. Sin embargo, cada vez adquieren mayor relevancia, especialmente, después de la crisis de $Libra, que evidenció una fractura entre estos elementos fascistas y la otra gran corriente que Milei encarna con más fuerza: el minarquismo. Esta vertiente, asociada a un neoliberalismo extremo, es una de las más influyentes dentro del movimiento de Milei. A su vez, existe otra corriente, representada con mayor claridad por la vicepresidenta y también por uno de sus asesores estrella, Agustín Laje, que me parece más propiamente fascista en sus intenciones y en la lógica de su funcionamiento social.

Es cierto que existe una gran reticencia a utilizar la categoría fascismo, pero sucede con cualquier concepto. Si para emplear una categoría tuviéramos que esperar a que la experiencia se complete y demuestre de manera definitiva su carácter fascista, entonces, la utilidad política de los conceptos sería nula. He escuchado a Roy Hora, entre muchos otros, plantear: ¿cómo vamos a hablar de fascismo si no hay campos de concentración? Esto plantea dos cuestiones. Primero, no es cierto que todos los fascismos hayan tenido campos de concentración. Pero, incluso si aceptáramos esa premisa, hay algo que mencionaba Pablo Avelluto y que me parece interesante: «El fascismo termina en Auschwitz, no empieza con Auschwitz”. No es cierto que se necesiten campos de concentración para afirmar que hay fascismo. Más bien, es posible identificar una serie de problemas en el desarrollo de ciertas prácticas que pueden conducir a ese proceso. Esperar hasta que esas manifestaciones sean evidentes implica correr el riesgo de que, cuando finalmente ocurran, ya sea demasiado tarde para advertirlo.

La categoría de fascismo ha sido muy vapuleada y nunca ha tenido una definición del todo clara. Por eso, es fundamental precisar a qué nos referimos cuando la utilizamos. En mi análisis, entiendo el fascismo como una práctica social y, en ese sentido, veo manifestaciones fascistas en el presente. Sin embargo, si hablamos del fascismo como sistema de gobierno, creo que no. Las nuevas derechas contemporáneas —no solo Milei, sino a nivel global—, por ahora, no están implementando el sistema de gobierno que caracterizó al fascismo histórico, especialmente en lo que respecta al corporativismo. 

Si consideramos el fascismo desde una perspectiva ideológica, que es la tercera gran línea de análisis, quizás sería más preciso hablar de neofascismo, ya que estas derechas incorporan ciertos elementos fascistas en su discurso. En particular, la estigmatización de migrantes, de determinadas minorías y de grupos con identidades sexuales no hegemónicas, rasgos centrales de la ideología fascista. Como mencionabas, en muchos de estos casos, no está presente el nacionalismo expansionista, un componente clave del fascismo tradicional. Pero la realidad es variable, se va transformando. El Trump recargado incorpora el nacionalismo expansionista que no estaba en el primer Trump. Todo esto se va moviendo. En Milei y en Bolsonaro, como en todas las derechas del Cono Sur de América Latina, el elemento nacionalista no solo no está, sino que es casi absolutamente contrario. Son gobiernos totalmente alineados con los Estados Unidos y, desde ese lugar, profundamente antinacionales. Nada impide que ese proceso cambie. Si quitamos a Milei y Bolsonaro de la ecuación, y observamos el fenómeno en términos de prácticas sociales, es posible que, en el futuro, surja otra figura dentro de estas fuerzas que asuma un carácter nacionalista. 

―Como, por ejemplo, ¿la vicepresidenta? 

―Claro, podría serlo perfectamente, tiene rasgos mucho más nacionalistas.

―Sos un gran estudioso de la obra de Raphael Lemkin, quien acuñó el término genocidio. Lemkin sostenía que lo fundamental en el proceso genocida no es la cantidad de muertes, sino la finalidad del genocidio, que es la destrucción de la identidad del grupo oprimido y su reemplazo por la identidad del opresor.

―Exactamente, esa es la esencia de su categoría.

―¿Creés que, dadas las circunstancias políticas y sociales en Argentina, estamos ante una situación previa a un genocidio debido al avance de los discursos de odio?

―No, no por ahora. Por eso, es importante diferenciar entre fascismo y genocidio, que son cosas distintas, aunque a veces se articulan. El nazismo combinó ambos, pero no son lo mismo. Percibo, en este momento, la urgencia de prácticas sociales fascistas, su crecimiento y el apoyo que reciben. Sin embargo, no veo, por ahora, que eso implique el riesgo de la implementación de un proceso genocida. Pero, como siempre, la historia está en constante transformación. No veo las condiciones ni la intencionalidad, ni la direccionalidad para que esto ocurra, a diferencia de lo que observo con el fascismo. No obstante, no sabemos cómo va a evolucionar. Crear un nivel tan alto de irradiación y uso político del odio y del resentimiento pavimenta las condiciones para que, en el mediano o largo plazo, de ser necesario, se implemente un genocidio. Pero no veo que haya una necesidad para el régimen de dominación, como sí la había en los 70, de llevar a cabo semejante nivel de destrucción para producir su victoria política. Básicamente, porque a esa victoria política ya la han alcanzado.

No creo que la sociedad argentina tenga la capacidad de organización necesaria para resistir los cambios que se quieren implementar en el patrón de acumulación, y, por lo tanto, el genocidio sería absolutamente innecesario. Eso no quita que, si hubiera una recomposición real del movimiento popular con capacidad de resistir este proyecto, el genocidio no se transforme en una herramienta. El proyecto que se está imponiendo, para decirlo de manera sencilla, es transformar a la Argentina en Perú. Implica transformar la lógica de distribución del ingreso y del patrón de acumulación, y convertirnos en una sociedad mucho más extractivista de lo que ya somos; donde el eje del patrón de acumulación sea el extractivismo, incluso, que pueda disputar el rol de de la primarización agrícola ganadera, que fue el patrón histórico de acumulación en el caso argentino.

En el presente, no veo el riesgo de un genocidio, pero no necesariamente por buenas noticias, sino porque no veo que haya una necesidad de implementarlo. Esto no quiere decir que no pueda ser una carta que un régimen de características neofascistas necesite jugar en un contexto de una resistencia mucho mayor a la que podemos imaginarlo. 

―Tu hipótesis es, entonces, que a mayor resistencia, mayor violencia estatal.

―Exacto. Lo que marca la magnitud de los procesos genocidas en el mundo, pero, sobre todo, en América Latina, es la resistencia. ¿Cuál es la hipótesis que planteamos para entender por qué Guatemala tiene 250.000 muertos, Argentina 30.000, Chile 7.000 y Uruguay y Brasil menos de 500? Lo que permite entender esto es la capacidad de resistencia de cada uno de esos pueblos. Es decir, cuanto más consistentes son los lazos sociales, mayor es la magnitud del genocidio que se debe implementar. Yo creo que, en Argentina, en este momento, hay una profunda derrota política del campo popular y eso hace que, bajo estas condiciones, un genocidio no sea necesario.

*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Imagen de portada: Periferia.