Archibo negro (sic) de los años en que uno vivía donde termina la vida y empieza la muerte”. Escrita con lapicera, letra temblorosa por un incipiente Parkinson y faltas de ortografía porque sólo había llegado a segundo grado, la poderosa frase de Julio López grita y se clava en el corazón de quien la lea.
Militante peronista, López –de oficio albañil– fue desaparecido dos veces: la primera durante la dictadura militar y la segunda en septiembre de 2006. El es ahora el tema principal de la exposición que el artista Jorge Caterbetti acaba de inaugurar en el Centro Cultural Recoleta, “Jorge Caterbetti. Obra pública 2000-2012”. Puede verse hasta el 8 de abril.
Así, los documentos de López se hacen masivos por primera vez en esta muestra que hace poner los pelos de punta. Lo recomiendo: vaya con el estómago vacío, y no tome café ni mate antes de ir; le van a caer mal. Porque además de los escritos y dibujos originales de López –describe cómo torturaban a sus compañeros secuestrados en La Plata durante la dictadura militar– se exponen los audios originales con sus declaraciones en el juicio.
Cuelgan del techo, en la muestra del Recoleta, cinco auriculares a través de los que la voz de López desaparecido cuenta: “Esto era todo cáscara, lo que tenía, como una cáscara, se me había hecho, de la mugre. Ya no era ni pelo ni nada.” Otro audio: “‘Bañate bien, que después te traigo comida y cosas calientes’, me dijo el oficial Recalde, que era jovencito. Me ve las zapatillas todas lastimadas con sangre y llenas de hongos. ‘Das asco’, me dice.” Un tercero: “Me dice Gigena: ‘Te salvaste, Gallego’. Y lo miro así y lo conozco. Gigena tenía al hermano a media cuadra de casa, lo conocía.” Todos son testimonios reales, realizados por López en junio de 2006 en el Tribunal Oral de la ciudad de La Plata, durante la audiencia en el Salón Dorado de la Municipalidad, poco antes de su desaparición.
¿Pero por qué a un artista se le ocurre utilizar como material de trabajo los testimonios de un juicio, los dibujos de un desaparecido? “Para construir una memoria, para hacerla indestructible”, contesta Caterbetti, quien no sólo expone los escritos, dibujos y audios de López sino que, además, realizó una animación digital basada en los dibujos del desaparecido, ésos que muestran a “los barbudos mercenarios” agarrando de rodillas a una mujer; o cómo “Nevares se escapó en un traslado”; o esas “seldas (sic) desde donde sentía el olor a sangre y pólvora”.
Todos estos escritos y dibujos –realizados al costado de boletas de impuestos municipales de la Plata y cualquier otro papelito que anduviera dando vueltas por ahí, lo que le da una inmensa cuota de desesperación y ternura– fueron cedidos gentilmente por Jorge Pastor Asuaje, un hombre callado, observador, del barrio de La Loma de La Plata. Compañero de militancia y amigo de más de treinta años de López, él los cedió a Caterbetti para la muestra.
Pasa que, antes del juico al genocida Miguel Etchecolatz en 2006, López le dijo a Pastor: “Pastor: te dejo todo esto para ver si algún día podés hacer justicia. Yo ya me aburrí de hablar de derechos humanos con jueces y con gente de desaparecidos. Me dicen que no pueden hacer nada porque son cosas que dice la gente, pero casi todo lo vi yo. Y deciles a los familiares de todos: estos crímenes no vencen nunca”. Por eso Pastor, cuando conoció al artista Caterbetti, vio la posibilidad de que todo este material saliera con fuerza a la luz.
Pero durante la inauguración también se presenta un libro, editado por Marea Editorial, Jorge Julio López, Memoria escrita . Allí se lee: “Mirta: la llevaron a Las Lilas, 161 y 74 (La Plata). Le pusieron picana y murió con bebé en la panza. En ese lugar inventaron clínica para partos. Los cuerpos de todos están en 72 entre 136 – 137 cementerio. Traidores: Veiga Carlos y Lito Adolfo Castañares.” Esto es parte de la memoria de López. Caterbetti lo acompaña: “Finalmente aquí estamos, compañero albañil, como mezcla, como cuchara, como plomada o como escombro.” Además de estas obras escalofriantes, forman parte de la exposición otros trabajos producidos por el artista durante los últimos diez años, como “Todo lo que reluce es oro” – performances durante las que doró con aerosoles los objetos de la ex fábrica y actual cooperativa IMPA–, “La procesión va por dentro” y “Estado de derecho”.
Muchos se relacionan con las leyes y la cultura del trabajo, como no podía esperarse de otra manera, de un artista ya maduro, nacido en Valentín Alsina, y bien criado en Avellaneda, corazón industrial de la lucha argentina.