Al leer las crónicas de ‘Criaturas fenomenales’ me pasaba algo que no sé si a sus editoras les gustaría: sentía esa emoción, esa curiosidad, de cuando le das al play a un documental de asesinatos de Netflix.
Quizás es morbo, del malo, del que nos atrapa, pero empezaba cada crónica deseando saber cuál será el giro de guion, qué clase de rotura mental me provocará cada texto. Lees cada crónica como si fuera un relato de ficción y cuando acabas te das cuenta de que todo lo que has leído es verdad, le ha pasado a alguien o peor, le está pasando a alguien.
Algunas con dulzura, otras con dureza, pero todas te dejan con la sensación de ser consciente de la importancia de cada detalle, de que pese a ser historias locales tienen un impacto global.
María Angulo Egea y Marcela Aguilar Guzmán han escogido a 21 cronistas nacidas después de 1980 de Latinoamérica y del Estado español (Euskal Herria para ser más exactas) que como explica Gabriela Wiener en su prólogo son “las indias de la crónica”, es decir, periodistas y escritoras que son “nuevas”, recién sacadas del horno y que pretendiéndolo o no, están revolucionando la manera de acercarse a la realidad.
Una genealogía propia
Cuando me llegó el libro a casa un pensamiento se cruzó en mi mente como tantas otras veces en decenas de situaciones diferentes, ¿estas mujeres saldrían en una antología si no fuera exclusivamente de mujeres?
Wiener, brillante como siempre, responde de alguna forma a esta pregunta o, si acaso, a la ausencia de las mujeres cronistas allá donde un señor mande y también explica lo malditamente necesarias que son estas antologías. Siempre es la misma problemática, tenemos que hacer genealogía nosotras porque está claro que ellOs (sí, los hombres cis) no lo van a hacer por las demás personas.
Además, hay un punto que me chifla de esta antología y es que queda muy clarito que la selección no pasa por tener un género común, por tener ese apellido que nos acompaña a todas cada vez que participamos en algo, por ser esa cosa tan espantosa, monolítica y esencialista que es “ser mujer”. No, esta antología no reúne a 21 mujeres, reúne a 21 personas que tienen una opresión común y otras dieciocho mil que las diferencia.
Y aquí está la magia, a lo largo de 20 relatos recorremos lugares diferentes pero también formatos que van desde lo más cercano a un reportaje periodístico hasta las antípodas de la crónica donde la creatividad borra la frontera entre el periodismo y el arte.
Desde La Caimana hasta Nordelta
Cada una tiene su propia mirada, su propia ventana a la que acercarse para ver qué está pasando ahí fuera o para salir de lo que sucede dentro. Puedes pasar de reírte con Amelia del Cid y su biografía de La Caimana, una persona trans que montó un imperio de los fuegos artificiales en Nicaragua a sufrir con el secuestro en primera persona de Luisa Salomón en Venezuela.
Otra cosa que pasa con estas crónicas es que pese a contarte en unas páginas una cultura distinta y brillante, tan local que a veces echas mano de Google para entender dónde demonios está esta mujer de la que me hablan, lo cierto, es que son relatos que te conectan con anécdotas, luchas y personas que quieres y admiras.
No siempre pasa, con la crudeza de los secuestros, el miedo de las detenciones ilegales o la frustración de los asesinatos sin justicia por pura burocracia entre fronteras no conectas desde Europa. Obviamente.
[Portad de 'Criaturas fenomenales' , el libro de cronistas]
Portad de 'Criaturas fenomenales' | Foto: Rocío Durán.
Pasa allí y pasa aquí
Pero sí cuando leía ‘Las chicas de Nordelta’ de Ana Fornaro pensaba que el mismo orgullo que sienten ellas, lo sentirán las trabajadoras del hogar y los cuidados de Zaragoza. También me gustó ver en ‘La vejez desde la ventana’ de Daniela Rea cómo habían vivido el COVID-19 las personas mayores de Michoacán después de haber sufrido por las que teníamos aquí.
Leer en ‘Rapto de locura’ de Margarita García Robayo como había gestionado los problemas psicológicos de su madre, es simplemente curativo y reconciliador con lo que sea que te ocurra a ti o alguien al que quieres.
‘Totonicapán, un bosque’ de Andrea Ixchíu te presenta una crónica de una marcha hacia las raíces de una cultura, una espiritualidad y una comunidad difícil de entender para quienes hemos crecido en una sociedad que se dice científica pero destruye la tierra en un sinsentido capitalista.
Y aunque los rituales, las tradiciones y sus creencias nos pueden ser ajenos, yo mientras leía no podía más que acordarme de las miles de personas que también marchan y se manifiestan en pueblos y ciudades de Aragón, que con su trabajo mantienen tradiciones y lenguas propias de su valle o que sienten sus campos y sus montes de una manera que jamás entenderíamos quienes crecimos en el cemento de la urbe.
Veinte son pocas, hay centenares de criaturas fenomenales. Por eso, María Angulo y Marcela Aguilar no se resisten a dedicar las últimas páginas a enumerar algunas otras cronistas actuales que también merece la pena seguir. Entre ellas se encuentran muchas que no conocerás que trabajan en tantísimas ciudades y pueblos. Me quedo con las aragonesas como nuestra colaboradora Berta Jiménez Luesma, o Tamara Marbán Gil, Ana Muñoz Padrós y Elisa Navarro Sánchez.
Sí, hay mucha intensidad en estas crónicas pero también hay humor y acercamientos a realidades que, por ejemplo, desde la banalidad te desmontan el capitalismo a golpe de secador con ‘El imperio del falso lacio’ de Irlanda Sotillo o de clic con la surrealista historia de ‘La cazadora de Facebook’ de Arelis Uribe.
También sus personajes son infinitamente distintos unos de otros, con historias que te atrapan y devoras hasta que te das cuenta de que lo que te están contando es una historia real. Entonces paras, terminas de desayunar y piensas en la maldita buena suerte que tenemos de contar con la voz de estas cronistas y de editoras como María y Marcela. Gracias por reunir estos textos, gracias por las miles de horas de trabajo para que las demás solo tengamos que pasar la página en negro para seguir con la siguiente historia.