El segundo sexo en el Río de la Plata, compilado por Mabel Bellucci y Mariana Smaldone, editado por Marea (Colección Historia Urgente, 2021) recupera textos y testimonios, desde fines de la década del noventa hasta este presente, del mundo de la cultura, el pensamiento, la política, las minorías sexuales y los feminismos sobre el clásico de Simone de Beauvoir. A continuación, compartimos un extracto del ensayo -que es parte del libro- escrito en 1999 por la doctora en Letras María Magdalena Uzín para las Jornadas en Homenaje a Simone de Beauvoir en el Cincuentenario de El segundo sexo, organizadas por el Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE) de la Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires (UBA).
Simone de Beauvoir y Victoria Ocampo transitaron reiteradamente el discurso autobiográfico, con distintos matices e inflexiones propias. En ambos casos, el gesto mismo de exponer y explorar la vida propia, significó una transgresión a los rigurosos límites impuestos por la modernidad para el acceso de las mujeres a la esfera de lo público. No sólo por el ejercicio de la palabra, el conocimiento y la reflexión que tradicionalmente se entendían como masculinos, sino también por poner la vida y los asuntos femeninos como objeto valioso, digno de ser objeto de esa palabra, ese conocimiento y esa reflexión.
La revista Sur, que Ocampo creó y dirigió entre 1931 y 1970, presentó a los lectores argentinos, a partir del fin de la Segunda Guerra Mundial, a los principales representantes del existencialismo francés: Camus, Sartre, Merleau-Ponty y también, Simone de Beauvoir. El número de junio de 1950 incluye una extensa reseña del libro de Beauvoir, incluido como nota central, separada de la sección habitual de comentarios de libros, y ofrece una lectura atenta, detallada y profunda[1]. Más tarde, en 1951, Ocampo y de Beauvoir se encontraron personalmente. No conocemos la visión de la francesa sobre ese encuentro, pero sí la de la argentina, y es el relato de uno de esos malentendidos que, como señala Beatriz Sarlo[2], marcaban la relación de Victoria con sus amigos europeos. En una especie de reconocimiento, se interrogan mutuamente sobre la obra de Virginia Woolf; Ocampo, traductora y editora de la inglesa, responde molesta cuando Simone de Beauvoir le pregunta si conoce Un cuarto propio, y subraya la falta de lecturas de su interlocutora, en especial de aquellas obras de Woolf que resultan “importantes desde el punto de vista feminista” (Tres guineas y un prólogo a testimonios de obreras). Pero también encuentra un gesto solidario, que sus amigos varones no pueden brindarle, cuando de Beauvoir le ofrece las páginas de Les Temps Modernes para aclarar un equívoco (un caso de acoso sexual, diríamos hoy) con el conde de Keyserling. Entre el malentendido y la solidaridad femenina, ambas compartían quizás más que una actitud desafiante ante las leyes y convenciones que regulaban al cuerpo y la vida de las mujeres en la primera mitad del siglo XX, incluso más que una vocación por la literatura y la lectura. La acaudalada infancia parisina de Victoria Ocampo y sus sucesivas institutrices europeas las dotaban de una curiosa serie de recuerdos infantiles en común. Cuando cada una de ellas cuenta su infancia, esos recuerdos se entrecruzan con la trama de una experiencia propia y dan cuenta, más que de la manera en que se vivió el pasado, de la configuración de una posición y una trayectoria vital e intelectual desde la cual se narra.
Tal como el título de sus Memorias de una joven formal indica, Simone de Beauvoir[3] analiza detalladamente su educación en los requisitos femeninos tradicionales. Simone, adulta, al recordar esos momentos, analiza en clave autobiográfica, lo que en otra parte analiza en clave filosófica: los procesos por los que se instruye a las niñas y jovencitas en su lugar subalterno y de alteridad frente al hombre dotado de una superioridad naturalizada. Lejos de contradecir los postulados de El segundo sexo, esta adecuación temprana al rol femenino tradicional tal vez sea su condición de posibilidad: es una experiencia profundamente incorporada la que se revisa y somete al escrutinio crítico, aunque el registro filosófico de esta última obra excluya en principio la primera persona.
Muy diferente es el relato, más fragmentario, de Victoria Ocampo[4]. Desde sus primeros años, insiste en destacar sus rebeldías, con anécdotas que establecen en la infancia el mito de origen de sus transgresiones adultas a la moral burguesa y sus hipocresías. Como lo hará la mujer, la niña y la adolescente elige, al comienzo en gestos plenos de ingenuidad, seguir los dictados de sus pasiones y obviar los dictados de sus mayores. La rebeldía ante los adultos está también en la base de la vocación de escritura de Victoria Ocampo. La vocación literaria es una búsqueda de libertad y autonomía, la posibilidad de pensar y vivir bajo sus propios criterios y no bajo las normas morales convencionales.
También para Simone de Beauvoir, al acercarse a la adolescencia, los libros (en especial aquellos “prohibidos" por los adultos) se convierten en sinónimo de libertad. El relato insiste desde la primera infancia en su rechazo del destino de matrimonio y maternidad, en el deseo de convertirse en un ser independiente a través del trabajo. Si la búsqueda del saber conduce al descubrimiento de la filosofía y de allí a una trayectoria intelectual, la escritura es no sólo una actividad creativa o recreativa, sino una posibilidad de actuar sobre la propia vida.
La escritura es para Ocampo instrumento de expresión artística, testimonio de la propia vida, herramienta de polémica y de posicionamiento intelectual. De esta manera había abordado, entre 1935 y 1936, el tema de la “emancipación femenina”, en tres artículos publicados en sus Testimonios (1941)[5], en los que acude a experiencias propias y de quienes la rodean tanto como a lecturas diversas para expresar sus opiniones y situarse decididamente del lado de la “liberación de las mujeres”, término que ella prefiere. Quizás esta temprana adhesión a una actitud feminista esté también en la raíz del malentendido que atravesó el encuentro con Simone de Beauvoir en 1951. Desde su propia posición feminista, Ocampo entiende que la autora de El segundo sexo comparte esa adhesión: lo ha leído tal vez desde sus propias preocupaciones, que la llevaban a incluir en Sur artículos sobre la situación de la mujer, aunque se trataba en primer lugar de una revista literaria. Por eso se decepciona cuando la francesa no colma sus expectativas en torno a lecturas que son para ella importantes desde el punto de vista feminista. Pero de Beauvoir no ha sido una “feminista innata” como la argentina; su análisis y crítica de la subordinación femenina no se enmarca en una rebeldía constante, en un desafío temprano a las convenciones. Su vocación y su trayectoria están marcadas tanto por la voluntad de testimonio personal como por el anhelo de conocimiento riguroso, de un saber fundamentado. El segundo sexo no es producto de una adhesión al feminismo (su autora lo negó durante mucho tiempo) sino del proyecto filosófico con el que de Beauvoir estaba comprometida junto a otros como Sartre y Merleau-Ponty: es su contribución al existencialismo desde su propia experiencia personal, en la que su género la distingue de sus compañeros de pensamiento.