Vuelvo, volvemos, a Claudia porque me llama esa atmósfera de las redacciones de los 70; para situarnos en contexto y entender cómo cada época construye su gate keeping (la puerta de entrada para las noticias) en relación con una idea de pasado y una posibilidad de futuro. Cada redactora, o la correctora, de Claudia, con las que me junté me transmitió que el período (desde el mes posterior a la muerte de Perón a la previa del Golpe del 76, coincidente con el gobierno de Isabel) es el momento bisagra en el que decayó la posibilidad de una emancipación desde adentro del género “revista femenina”.
La mirada de Claudia Vuelve sobre la revista Claudia –de Editorial Abril (1957-1976)- la concibe como un universo autónomo, trastocado, en el que se alteran las leyes de lo real y de la racionalidad y de pronto en pleno incendio de una Argentina ya catastrófica, todo lo que importa en el país y las obsesiones de la presidente parecerían girar en torno a Claudia. No hay otra cosa que Claudia en las cabezas del ministro de Economía y el capo de las fuerzas parapoliciales, López Rega. Esa fantasía me atrajo: significó abordar la esfera pública argentina completamente volcada en la redacción de una revista femenina –lo central desembocando en lo marginal- y pensar la historia reciente como una ucronía que reconfigura el estatus de lo real en torno a una tonalidad onírica.
Mitos argentinos
Claudia fue completamente insular en el periodismo argentino; toda Editorial Abril lo fue: allí, lo culto se ensambló con lo popular para producir publicaciones de primer nivel internacional (Claudia, Panorama, Siete Días…) muy bien valoradas, en épocas de públicos masivos habituados a la lectura extensa y lineal. Con Claudia, pasa a primer plano un sistema de técnicas y de símbolos que se presenta, dentro de la historia de los medios argentinos, como excepcional en su concepción de medio masivo en diálogo con un concepto idiosincrático de moda y una idea coyuntural de cultura en un sentido amplio no elitista.
Claudia fue –dentro de la Editorial Abril- una continua renovación periodística, un espacio en el que se reformularon concepciones sobre la condición femenina y las propias experiencias de las mujeres a las que se dirige. Recreando en discurso y acción a las grandes figuras de aquella fase final de la revista –con escenas situadas hasta un mes antes del 24/03/1976- Claudia Vuelve imagina el devenir cotidiano de –por ejemplo- Olga Orozco, la redactora de Claudia y poeta que un día toma la palabra y enfrenta a Civita: “Señor, la Cámara de Diputados aprobó el dictamen del ascenso de Massera. Yo le pregunto: ¿Claudia no va a señalar la complicidad de Diputados con el personaje siniestro –por López Rega- que está detrás de los asesinatos de los últimos meses?”.
La que se narra en Claudia Vuelve es una Claudia mitificada: esta redacción toma algunos elementos de la revista de Editorial Abril pero los fusiona con los de otras revistas –con un lugar destacado para Luna, la revista de Editorial Perfil en la que empecé mi carrera dentro del periodismo, presente simbólicamente por sustitución de mis recuerdos sobre acontecimientos del período, para poder plasmar una materia de escritura tangible-, e incluso con la fantasía: Claudia, en la ficción, toma una relevancia impensada con respecto al poder político –a través de las figuras de Gelbard, López Rega e Isabelita-, que tiene que ver con la ficción de una revista femenina incidiendo en la esfera pública, constituyendo un universo autónomo.
Realismo imaginario
En la vida real –si existe instancia semejante-, Claudia estuvo mucho más desligada de la esfera política. Era nuestra Marie Claire; su novedad fue un modelo de mujer no solamente ocupada del cuidado de la casa, de su belleza y de adherir a los cánones de la moda, sino también del consultorio sexológico, la introducción de psicoanálisis las biografías de escritoras y las notas de interés general que la conforman de una manera más amplia y abarcadora.
El horizonte era Europa y los Estados Unidos: en sus páginas, se podía conocer las formas de vivir el amor de las mujeres en Alemania, Italia o Japón, viajar a las grandes capitales, a través de secciones como Larga distancia, Hello New York o Aquí Buenos Aires. Otorgaba la ilusión de estar al día con lo que estaba sucediendo en el mundo, siguiendo la escuela de la otra gran revista modernizadora del periodismo de la época, su vecina de la misma editorial: Panorama, heredera como Claudia, de Primera Plana. Presentada como una de las señales que la novela brinda sobre el estatuto ficcional de sus acciones, Panorama en este libro se llama Caleidoscopio.
La renovación editorial de “la revista para la mujer moderna” se produjo en momentos de autoritarismo, en medio de cruzadas morales (como el gobierno de Onganía o la posterior prohibición de venta de preservativos en farmacias, decretada por Isabelita), de censura y golpes de Estado, siempre operando en reacción, incluso en el período narrado por la novela (1974-1976) de un mayor acercamiento al poder, que efectivamente se produjo. En todos los casos estuvo marcada por una tensión, y esas contradicciones son las que la hicieron viable.
Su tiempo es hoy
Como dijo la escritora Ariana Harwicz, una de las primeras lectoras del libro: “Habíamos visto y leído muchas películas, novelas, ensayos –nunca los suficientes- sobre el período de la dictadura militar que va del 76 al 83. Y sobre el período del regreso de la democracia. Pero no hemos leído ni visto tanto –o en todo caso es importante revisitar- ese momento previo; siempre antes de una guerra, un estallido, una confrontación, el comienzo de una dictadura militar o un genocidio, es importante ir a ver qué piensan el arte y la literatura para saber cómo se gestaba el monstruo; cómo se empezaban a instrumentalizar las mentes para llegar a eso; esa deconstrucción y ese desarmado es lo que logra hacer Claudia Vuelve”.
Diría que mirar de otro modo a Claudia –desacralizándola- es resignificar también a los años 70: significa sustraerlos de la cajita de los recuerdos infelices y rehumanizarlos; introducir el humor, volverlos vívidos y tangibles pero, sobre todo, establecer puentes con el hoy (hacer devenir a la ficción histórica como una vía para contextualizar el presente), mirándolos como el germen y posterior eclosión de una agenda de temas y problemas que se mantienen vigentes, como las noticias falsas, el declive de la prensa gráfica masiva y el creciente acercamiento de los medios al poder político.
Claudia se hace presente, en este libro, también a través de recortes de ejemplares de la revista, sus publicidades, fragmentos de discurso político, partes de la violencia de la época que empezaron a aglutinarse en estas páginas hasta hacerlas devenir en una estructura de fragmentos: la multitud de textos escritos e imágenes recopiladas condujo a la técnica del collage, usado en las vanguardias históricas de principios del siglo XX (el Cubismo, el Dadaísmo, el Surrealismo) para poder ampliar un repertorio nuevo -y diversificar el ya existente- de sentidos sobre los 70, e incitar a una interpretación no lineal, re-creada de lo real.
Ser una novela-collage, tanto por su técnica de composición del texto como, a la vez, por devenir en instrumento para una re-lectura de la Historia, constituye al libro como un conjunto de representaciones de lo nacional, lo popular y lo masivo. ¿Por qué y para qué reescribir y reinterpretar la Historia? Sin duda, para proponer una reconfiguración. Pero, también, porque al poner en función a ese pasado de nuestras vidas presentes lo incorporamos a nuestra agenda, e inscribimos al presente en una agenda del futuro.