por Agustina Larrea
Para Carlos Ulanovsky son días agitados. Pese a que ya tiene una larga experiencia en el rubro –lleva editados más de 20– por estas horas está presentando tres libros muy diversos que escribió y llegaron a las librerías casi en simultáneo durante los últimos meses.
Por un lado, acaba de salir una reedición de su clásico libro de crónicas Seamos felices mientras estamos aquí (Editorial Marea). Por otro, editó una meticulosa investigación sobre el habla y las palabras que más usan los argentinos llamada Mi congreso de la lengua (GES Comunicación) y una novela -es la segunda vez que incursiona en la ficción-, que se llamaNada más aburrido que ver filmar (Grupo Editorial Sur).
Aunque se trata de géneros y de textos bien heterogéneos, hay algo en común, que resalta en Ulanovsky, un periodista y escritor con 55 años de trayectoria en gráfica, televisión y radio. Además de su gran destreza para comunicar, se destaca por ser un gran oyente, una suerte de enorme radar para pescar palabras, formas de hablar, latiguillos, curiosidades de la lengua que luego plasma en sus distintos trabajos.
-¿Cuándo empezó esta fascinación tuya por las palabras?
-Mi libro Los argentinos por la boca mueren tuvo tres ediciones. En el '93 fue la primera. En ese momento yo tenía una caja llena de papeles manuscritos que iba juntando. De repente estaba en un colectivo o en la calle y escuchaba una palabra y decía "esto". Yo creo que la fascinación tiene que ver con eso, con que laburo con las palabras. Soy periodista y desde siempre laburo con las palabras. Es cierto que a partir de un momento me empecé a fijar mucho cómo habla la gente. Y eso me divierte todavía. De hecho, desde que terminé el libro en febrero o marzo de este año y hasta ahora ya junté un montón de nuevas palabras.
-En esta ocasión elegiste términos curiosos o destacados de los últimos años. ¿Qué método usaste?
-Traté de hacer primero que nada un libro diferente a Los argentinos. Entonces me ayudó el hecho de tener que cubrir 18 años, del 2000 a hoy. Traté de pensar cuáles eran esas palabras de cada año. Obviamente las elegí de un modo arbitrario, para qué mentir. Pero creo que tiene algún asidero esa selección. Me di cuenta de que tenía demasiadas palabras. Entonces hice una división: elegí palabras que me parecía que inequívocamente correspondían a cada año y otros textos. Por eso el libro tiene tres bonus. Uno es el de la desregulación de las malas palabras, otro es el de la palabra "soltar" y el otro que se llama "a estas frases no se las llevó el viento".
-Las palabras que elegís van tocando momentos sociales bien distintos. ¿Aparecen términos nuevos en tiempos de crisis?
-Sí, yo creo que sí. En este momento todas las palabras que generó (Mauricio) Macri, por ejemplo. Esa fascinación por la meteorología. "Lluvia de inversiones" o "tormenta" para hablar de la economía.
-¿Tenés algo pensado sobre el lenguaje inclusivo? ¿Te interesa, lo escuchás?
-Me parece interesantísimo. Entre que terminé el libro y ahora hay un montón de palabras nuevas que anoté. La mayor parte tiene que ver con eso, con el lenguaje inclusivo o con el lenguaje de las mujeres. La primera que anoté fue la palabra "sororidad", que tuve que averiguar de qué se trataba, porque no lo sabía. Y me pareció interesante esa palabra. Interesante y muy pertinente, muy adecuada.
-Hablando de términos, la palabra "exilio" te acompaña invariablemente desde hace muchos años por tu experiencia personal en los '70. Y, aunque de formas distintas, aparece en dos de los libros recientes: las crónicas de Seamos felices… y la novela Nada más aburrido que ver filmar.
-Sí. A mí me parece que son dos libros totalmente distintos. Seamos felices es un ensayo, son crónicas. Y son crónicas además escritas en el fragor de ese momento. Porque yo lo empiezo a hacer en Acapulco. Era la época del "deme dos" para los argentinos. Entonces viajaban centenares de familias y con quien era mi mujer nos dedicábamos a descubrir argentinos un fin de semana que estuvimos ahí cuando tuvimos que irnos a vivir a México. Era poner la oreja y decir "ese es argentino". Muchas veces nos dábamos cuenta porque usaban mocasines y medias, con shorts. Lo empecé a escribir en unos cuadernos, a mano. Y terminé de escribirlo acá. Pero el otro libro, la novela, aunque tiene una situación de exilio, me parece que está más cruzada por el disparate, por el humor.
-¿Te costó volver a la ficción?
-La novela me permitió una cosa extraordinaria que es poder inventar todo. Uno como periodista está acostumbrado y de alguna manera está comprometido a decir la verdad en sus notas. No mentir, no falsear datos, no disfrazar. Bueno, yo en la novela inventé días, inventé noches, inventé personas, inventé personajes. Inventé una ciudad. En la ficción decidís vidas.
-¿Entonces te gustó eso de tener que inventar?
-¡Me sentí bárbaro! En mi novela anterior (Nunca bailes en dos bodas a la vez, Emecé, 2013), también inventé muchísimas cosas pero tuve más miedo, más cuidado.
-¿Por qué en esta novela elegiste el mundo del cine y a un cineasta como protagonista?
-La novela tiene que ver con la censura. En el año '76 tuve un breve retorno de México, que duró un año y pico. Ese año Andrés Cascioli armó una nueva publicación con muchos de los que trabajábamos en Satiricón. La revista se llamaba Perdón, era una revista de espectáculos. No era mala, pero fue un fracaso terrible, salió apenas cuatro números. En esos cuatro números le hice entrevistas a Sergio Renán, que estaba filmando Crecer de golpe, en base al libro Alrededor de la jaula de Haroldo Conti, ya en ese momento desaparecido. Le hice a David José Kohon, que estaba filmando ¿Qué es el otoño? Fuimos una vez en patota a ver la última película de Isabel Sarli, dirigida por Armando Bó, que fue el tipo más censurado de la historia del cine argentino. Y, fundamentalmente, entonces le hice una entrevista a Leopoldo Torre Nilsson sobre Piedra libre, que fue su última película y la más censurada por Miguel Tato. Yo creo que mucho de lo que pasó por mi cabeza al escribir la novela tiene que ver con ese momento. Y también, algunos de los textos de amenaza que recibe Pablo Bernard (el protagonista del libro) lo saqué de las propias amenazas que me llegaban a mí y que tengo guardadas.
-Retomás tu experiencia con la censura, pero el libro no es solemne. ¿Buscaste eso?
-Yo pienso que la novela es una novela de humor. Tiene el aditamento o el disparate de que el protagonista está acompañado por un perro que se llama Fellini. El perro es una especie de confidente, casi de secretario. Y que cuando le toca de algún modo rehacer su vida profesional irónicamente le toca filmar perros. Me parece que eso le da un cierto carácter humorístico a todo. También tiene que ver con algo que me pasó a mí. Cuando yo viví en México no hice exactamente lo que yo quería hacer sino lo que pude. Y lo mismo le pasa a este tipo. Finalmente reconvierte su vida con mucha dignidad y con mucha gracia.
-Se podría hablar casi como de un género, de la novela de aprendizaje. ¿Creés que en la censura o en la experiencia del exilio, como ocurre en el libro, puede haber algo de aprendizaje pese a todo?
-Yo siempre digo que, sin haber hecho un tratamiento láser, México me cambió la cabeza. El exilio me cambió la cabeza. Por eso le estoy muy agradecido a México, realmente.Me parece que me convertí en una persona adulta: me fui siendo un chico y volví siendo un adulto. Un adulto, no porque fuera más serio, sino porque hice mis elecciones definitivas. Dije "¿en qué parte del mundo quiero estar?, "¿en qué parte de la mesa de la inteligencia me quiero sentar?". Bueno, en este lugar y no en este otro. Cuando me fui, todavía tenía el aura del periodista agresivo, del periodista que había sido parte en Confirmado, parte en La Opinión. De repente no tuve más necesidad de eso. Sí tuve necesidad de hacer un periodismo más pensado, más reflexivo, más tranquilo, menos para joder a los demás.Ahí en Confirmado yo hacía una cosa que me encargaron, que ni siquiera inventé yo, aunque acepté de buen grado. Era una sección que se llamaba Reportajes insolentes. Hice más de 20 de esos y en esos reportajes iba para provocar, para hacer Intratables (risas). Un día le fui a hacer una entrevista sobre chismes de sus pacientes a un psicoanalista de moda que se llamaba Alberto Fontana, que hacía tratamiento con LSD. Y buena parte del ambiente artístico se analizaba con Fontana. Llega la tercera o cuarta pregunta, que era "¿es cierto que usted se come las uñas?". Entonces el tipo montó en cólera y nos echó a patadas junto al fotógrafo Eduardo Comesaña. Volví a la redacción y le dije a mi jefe: "Che, no quiero seguir haciendo esta sección". ¡Y me cagaron a pedos! Me dijeron: "Vos estás en un error muy grave, te estás haciendo cargo de todas las contradicciones del mundo y del periodismo todo junto".
-Entonces al volver a la Argentina, tu estilo y tu forma de trabajar cambian.
-Sí, creo que sí. La prueba son todos los años que estuve en Clarín haciendo esas charlas de los domingos, que se publicaban una vez cada quince días y que eran realmente para que brillara el entrevistado. Eso todavía lo tengo como norma: a mí me parece que en las entrevistas tiene que brillar el entrevistado y no el entrevistador. Y eso me gusta que ocurra, me gusta hacerlo.
-Hablando de periodistas, estás trabajando en un libro nuevo, que involucra al mundo del periodismo pero en este caso el que hacen los jóvenes. ¿Cómo surgió la idea?
-Estoy trabajando en un libro que nadie me pidió, salvo mi deseo, con entrevistas a periodistas jóvenes que están en los medios hoy. Tengo varias teorías en relación a eso. Una es que el periodismo argentino en todos sus géneros está atravesando un momento de baja calidad. Segundo, que influye muchísimo el cambio de paradigma tecnológico, este paso dramático entre el modelo analógico y el modelo digital. Porque todavía hoy el analógico es el único que da dinero y el digital es fabuloso, cada día es mejor, cada día es sorprendente pero todavía no es del todo sustentable. Esto que le llena la cabeza a todos los grandes editores del mundo acá toma una característica más salvaje, como pasa con casi todas las cosas. Lo salvaje de acá es la precarización. Una precarización muy severa, que afecta gravemente a todos los que hacemos periodismo. Me parece que la falta de recursos es generalizada.
-¿Y en ese sentido cómo ves el trabajo de los jóvenes?
-Tengo la hipótesis de que si los jóvenes no se ponen al frente de este momento raro, extraño, de este entre paréntesis, por así decir, el periodismo va a seguir en ese rumbo mediocre. Tengo numerosos ejemplos como para pensar que en medios digitales y en papel hay un montón de jóvenes que me permiten tener esperanzas. Tengo la esperanza de que los jóvenes se hagan cargo de eso. Me esperanza mucho lo que hizo Juan Amorín (el periodista que investigó este año irregularidades en los aportes de la campaña de Cambiemos en la provincia de Buenos Aires), que en medio de una situación de precarización a partir de su voluntad logró hacer una investigación que en otro país hubiera conmovido al poder. Diversas circunstancias hicieron que eso se fuera para un costado o que se aliviara. También aprecio mucho notas que salen en Crisis, en Mu, en Sudestada, en Anfibia, en Cosecha Roja, en El cohete a la luna, en Infobae. Me parece que hay una generalización de la crónica que es muy interesante. Creo realmente que éste no es el momento para nosotros, los periodistas veteranos. Nosotros lo que podemos hacer es apoyar desde afuera, alentar, estimular, reconocer.
*Carlos Ulanovsky presenta hoy lunes 10 de septiembre su libro Seamos felices mientras estamos aquí a las 19 en el Café Cultural Caras y Caretas, Venezuela 330. Acompañarán al autor las periodistas Ana Cecilia Pujals, Cecilia González y Bernarda Llorente.