“El clima político argentino de los años 60 –con la radicalización del peronismo, el crecimiento de los partidos y grupos de izquierda, de las organizaciones estudiantiles y sindicales combativas y hasta de las primeras formaciones armadas– tiñó todas las expresiones artísticas: el teatro, el cine, la literatura, las artes plásticas.Y en el plano de la canción, también aquellas de otras procedencias o identidades”, escribe el autor, como el rock and roll, el folk-rock, el blues, la música beat, que se sumaron a las expresiones locales como parte de una contracultura.
En ese contexto, las músicas populares de la Argentina, con el auge del folklore de la mano del Nuevo Cancionero y el incipiente movimiento rock, tomaron la posta para reclamar justicia, paz, humanidad, en un mundo que se mostraba cada vez más hostil, desigual y beligerante.
Como señala José Tcherkaski en el prólogo, “la canción, en este caso de protesta, nos habla de un tiempo que se presentó sin permiso en la respiración de una generación que compartía movilizaciones sociales conmovedoras. El trabajo de Oche Califa es un aporte fundamental para comprender un tiempo que marcó a fuego una estética que cambió el pensamiento conservador sobre la escritura de lo que llamamos canción popular”.