Pura cordialidad, Caetano Veloso sonríe, agacha levemente la cabeza y junta las manos en un gesto que parece el de un rezo, pero enseguida se convierte en una amabilísima disculpa por haber llegado tarde al momento pactado para la entrevista.
Acaba de llegar a su oficina, ubicada en el séptimo piso de un edificio de la avenida Vizconde de Pirajá, apenas separado por dos cuadras de las playas de Ipanema, que no pierden su fascinante belleza de arenas blancas, pese a un cielo lleno de nubes que le ganaban fácilmente la batalla al sol tapando la cumbre de los morros vecinos y dejando caer, con breves interrupciones, una incómoda lluvia empeñada en desmentir la fama de ciudad luminosa que Río ostenta desde siempre.
Protagonista de tantos prodigios musicales, Caetano Veloso será poco después el artífice de una suerte de milagro de la naturaleza, cuando acepta la propuesta del fotógrafo de LA NACION y se desplaza hasta la playa para ser retratado por la cámara. El rato que el creador bahiano, cómodo y descalzo, pasa en la arena será el único en todo el día en que deje de llover.
Caetano disfruta de ese raro momento de paz y de silencio. Sabe que en pocos minutos volverá a sonar la hora de las palabras, de los compromisos, de las exigencias artísticas. Vuelve a sonreír, pero las huellas de esta actividad casi sin descanso son claras en su rostro moreno.
Se comprende. Al borde de los 55 años sigue inquieto y lleno de proyectos. Acaba de publicar un libro [Verdad tropical, reeditado a fines del año pasado por Marea Editorial], que confiesa haber escrito en los pocos ratos libres que tenía entre shows, giras, entrevistas y grabaciones de un disco tan flamante como ambicioso, no por casualidad llamado Livro.
Como si esto fuera poco, acaba de volver de Italia, donde fue protagonista de un tributo en Rimini a Federico Fellini. En el libro, Caetano afirma que haber visto La strada, de adolescente, en su pueblo natal de Santo Amaro, Bahía, fue uno de los hechos que más marcó su formación personal.
Dispuesto a espantar el cansancio con buen humor, el creador de Circulado se toma el abdomen con las dos manos y ríe con ganas. "Italia le regala a uno cosas maravillosas, como la buena mesa. Mire el resultado", exclama mientras se acomoda en un sillón, dándole la espalda a una pared llena de discos de oro. En un castellano perfecto, Caetano habla con énfasis y entusiasmo. Sobre todo cuando el arte se cruza con los temas sociales.
-El título de su libro es Verdad tropical. ¿Es algo así como una respuesta a algunas mentiras que se han dicho sobre el tropicalismo?
-No, no es algo tan serio. En principio lo llamé así por usar un juego de palabras con el título del bolero Vereda tropical, algo que me parece muy divertido. Pero también tenía interés en utilizar la palabra "verdad", aunque mis editores no lo querían. Yo tenía otro título en mente para el libro, Meu tropico (Mi trópico), pero me pareció que Verdad tropical era más arriesgado, porque la palabra "verdad" provoca miedo en mucha gente.
-¿Qué clase de temor puede llegar a provocar una palabra tan usada como ésta?
-Muchos piensan aquí que uno no puede ni siquiera pronunciarla. Y mucho menos que se asocie a la palabra "tropical". El filosofo alemán Kant dice que la capacidad que tiene un individuo de llegar a la excelencia y de conocer la verdad es inversamente proporcional a la proximidad de su casa respecto del sol" (risas). Al hombre tropical no le estaba permitido el acceso a la verdad. Poner entonces las dos palabras juntas, verdad y tropical, además del juego de palabras con el bolero, es casi una desobediencia a este orden... europeo.
-Existe la sensación de que, sobre todo en este lado del mundo, a muchos les cuesta decir la verdad. Sobre todo a los hombres públicos.
-Los políticos siempre tienen que hacer cosas así. En un momento de crisis, como el que vive hoy Brasil, se ven obligados a decir la verdad. La verdad de la política incluye este tipo de mentiras (risas). A mí no me sorprende que tengamos este tipo de crisis. Tenemos muchísimos problemas, como siempre tuvimos y siempre tendremos. Esto no quiere decir que no sea válido que intentemos defender un futuro que nos parece posible.
-En su libro aparece una mirada recuperadora de varias de las utopías políticas y sociales que caracterizaron a los años 60.
-Quizá sea así. Hay, por ejemplo, cosas de la teoría de la dependencia que están desmentidas por la historia, pero hay otras que no pueden morir así nomás. Hay una especie de consenso para justificar la caricatura que se ha hecho sobre nosotros en el Manual del perfecto idiota latinoamericano, un libro interesante y clarificador en muchos aspectos, pero también muy pobre como intento de retrato definitivo de lo que somos y significamos.
-¿Cuál fue el aporte más importante del tropicalismo? Treinta años después, ¿qué tiene este movimiento para decir?
-Nosotros nos identificábamos con una postura izquierdista que era mayoritaria en la gente joven de todo el mundo en aquel momento. El tropicalismoera como un primo hermano brasileño, tropical, del Mayo francés, del New Rock and Roll británico, de los hippies, de los movimientos estudiantiles californianos. Muchos de los temas de ese tiempo son vistos hoy como superados, pero no para mí. Creo que todo sigue en discusión, como la idea del arte modernista que sale a las calles. Los tropicalistas avanzamos con la discusión de estas cuestiones políticas, culturales, estéticas, musicales, muy temprano, en 1966, y de una manera explícita. Hoy me considero un artista que está dispuesto a seguir con el debate, para clarificarlo.
-¿Tiene herederos este movimiento?
-Muchos, y en toda América latina. En la música, no es necesario que la gente de Café Tacuba o muchos músicos argentinos modernos hayan tenido contacto directo con la producción tropicalista para que sean, en algún punto, herederos de aquellas intuiciones.
-Entonces, usted cree que ese espíritu sesentista se conserva vivo.
-Quiero aclarar algo. Los estados de espíritu de los años 60 no están hoy aquí, y no es tan malo que no estén. En ese momento se vivían muchas ilusiones a partir de una ola que quizás era resultado de una verdad demográfica: en aquel tiempo, el número de gente joven en el mundo occidental se había multiplicado a partir de un bienestar que se interrumpió en 1973, con la crisis del petróleo. Esa verdad demográfica y esa verdad económica posibilitaron la aparición de una ideología de juventud, de una idea de poder joven que terminó abruptamente. Todo se basaba en ilusiones, pero así es la vida. Aunque se borren, las ilusiones llegan para traer más riqueza a la vida.
-¿Por qué afirma en el prólogo de su libro que Brasil hoy encuentra razones fundadas para avergonzarse de haber sido llamado alguna vez el país del futuro?
-Porque los niños están en las calles sin educación, sin comida, sin vivienda. Porque hay hambre y una disparidad de condiciones sociales increíble y porque es un país que no encuentra un mínimo de justicia para organizar su población o pensarla. La referencia que usted hace viene de una frase de Stefan Zweig, que llamó a Brasil alguna vez "el país del futuro", que además es el título de un libro extraordinario y todavía actual. Brasil tiene una gran deuda con esta intuición genial de Zweig.
-¿Qué clase de deuda?
-No es casual que Zweig haya escrito eso, porque Brasil tiene un destino original e inexorable en materia histórica. Somos un gigante de habla portuguesa, de población mestiza en América, en el hemisferio sur (repite tres veces esta última palabra). Así es difícil que no tengamos un deber y un destino de originalidad. Nosotros lo sentimos, pero siempre estamos mal. Así que esta tensión es la verdad tropical de Brasil (risas).
-Hay, entonces, una especie de verdad original, pero también habría una suerte de pecado original, porque los problemas no pueden resolverse.
-Quizá sea el precio que hay que pagar en esta parte del mundo. A veces es demasiado caro, porque se cometen errores. Fíjese lo que pasó en Cuba, que también tiene un destino original, una vocación histórica marcada mundialmente y ya visible cuando yo era chico por las canciones y todo lo que venía de allí. La revolución cubana es solo una expresión de ese estado de cosas, y la tragedia actual de Cuba, con gente que se odia a muerte entre La Habana y Miami, es un precio demasiado pesado. Si se hubiesen tomado actitudes más inteligentes en los momentos oportunos, todo esto no tendría valor, pero contar con inteligencia y sentido de la oportunidad también es una cuestión de suerte.
-A lo largo de su vida, sus planteos artísticos y políticos lo llevaron a tener gran cantidad de controversias. Una de las más fuertes fue con los partidos de la izquierda tradicional.
-Yo fui hostilizado en su momento por la izquierda porque estaba demasiado interesado por lo que pasaba en los Estados Unidos y también por tener una visión de la vitalidad y la salud del mercado que no era aceptable por los pensadores de la izquierda en general. Así fue y así es. Hoy, los partidos de izquierda en Brasil, en América latina y en el mundo hacen más cosas para ratificar la caricatura que el hijo de Vargas Llosa y sus amigos hicieron en ese inteligente libro, Manual del perfecto idiota latinoamericano.
-Así como dijo antes que hay miedo ante la verdad, ¿también habría un miedo similar ante la palabra libertad?
-Nosotros fuimos los primeros en reconocer que la música popular es un hecho mercadológico y sabíamos que el mercado y la libertad económica quieren decir mucho. Y que las ideas liberales son ideas iluministas que todavía provocan miedo a todos los que se oponen a que cada individuo tenga su propia dignidad. El problema es que muchos de los que defienden el mercado y la libertad económica tienen un miedo muy grande ante el ejercicio de las libertades individuales y los derechos básicos de las personas.
-¿Cómo se ubica hoy, pues, ideológicamente hablando?
-En las últimas páginas de mi libro digo que hoy me siento más a la izquierda de lo que me sentía entonces. Hoy veo todas estas posturas políticas de mera adaptación a las intenciones de los países centrales como única salida inteligente, y no estoy para nada identificado con ellos. Tampoco comparto las ideas de los que piensan que, por ejemplo, la aventura cubana fue solo un error y una ausencia de visión clara. La vida es más compleja, y yo me siento más a la izquierda de esa gente que dice que el mercado es todo.
-Usted escribió este libro robándole tiempo a sus giras y grabaciones. Parece que el libro y el disco que acaba de lanzar son hijos del mismo esfuerzo creativo. No por casualidad se llama Livro (libro).
-Por eso lo llamé así. Y para responder con otra broma a esos intelectuales que se molestan porque los músicos populares son reverenciados en Brasil. Se molestan porque Chico Buarque escribió dos libros, muy buenos, y recibió elogios de algunos críticos. Esa gente que se enoja dice que las letras de las canciones no son como la poesía. Que esa gente no vale nada, porque la música popular no vale nada y lo serio está en los libros. Por eso el disco se llama Livro.
-¿Habrá otro libro en su futuro?
-Creo que sí. Pero más quisiera que hubiera otras películas. Yo dirigí una hace algunos años, pero es algo mucho más difícil que la música. Escribir es más fácil y uno no tiene que sacar dinero para hacerlo. No tiene que endeudarse o hipotecar su casa, como le pasa a la gente que hace cine de este lado del mundo.