Bruno Bimbi (Avellaneda, Argentina, 1978) sabe lo que implica la extrema derecha en el poder porque lo ha vivido en primera persona. Hace algo más de un año que este periodista y activista LGTBI tuvo que abandonar Brasil tras el ascenso de Bolsonaro, país en el que vivió diez años. Ahora relata su experiencia en El fin del armario (Editorial Anaconda), que tres años después de la edición argentina, ha reeditado y ampliado para España, donde vio la luz poco antes de que estallara la pandemia de coronavirus.
Mano derecha de Jean Wyllys, el único diputado gay del Congreso brasileño, Bimbi hace en esta crónica global un repaso por los derechos LGTBI logrados y aún pendientes. El periodista fue uno de los coordinadores de las campañas por el matrimonio igualitario en Argentina y Brasil, que en España cumple esta semana 15 años.
¿Qué es el fin del armario? ¿Un deseo o una evidencia de que avanzan los derechos LGTBI?
Son las dos cosas. Creo que vivimos por primera vez un cambio que nunca antes se había dado, pero el armario tampoco ha terminado, todavía tenemos que conquistarlo porque es obvio que miles de personas están obligadas a vivir en él. Y el cambio no es igual en todo el mundo, en algunos países la situación es catastrófica. En lo que llamaríamos a grandes rasgos Occidente ese cambio se está produciendo mucho más rápido y si un joven homosexual del Siglo XVII fuera llevado con una máquina del tiempo al XIX, habrían pasado dos siglos y lo que notaría al llegar serían cambios en la moda, en la música, en las costumbres…pero el armario continuaría siendo absolutamente obligatorio y la represión muy fuerte. Pero si a un joven de los 70 del siglo XX le trajéramos a nuestros días, habría pasado apenas medio siglo y los cambios serían brutales. Hablo de un armario a nivel individual, pero también colectivo, como sistema político. No solo las personas salen del armario, sino también las sociedades.
Esta semana se han cumplido 15 años desde que España aprobara el matrimonio igualitario. En el libro recuerda a Pedro Zerolo y cómo ayudó para que se aprobara también en Argentina en 2010. ¿Qué cree que ha supuesto?
A mi el matrimonio me parece fundamental. En todos los países donde se aprobó hubo un antes y un después y transformó la cuestión de los derechos LGTBI. Brasil es un ejemplo de esto, pero al contrario. Allí el matrimonio lo logramos por decisiones judiciales, pero nunca conseguimos que se debatiera en el parlamento y esa es la diferencia. Faltó ese debate político y social, transmitido por los medios y reflejado en discusiones en la calle que en otros países como España o Argentina produjo un cambio cultural gigantesco. No subestimaría su potencial de transformación. Ahora, es verdad que nuestra tarea es mostrar que siguen faltando muchas cosas, que hay homofobia, agresiones, bullying en las escuelas, violencia...
Hemos pasado un Orgullo atípico este año, pero aún con muchas reivindicaciones sobre la mesa. ¿Qué diría que falta por lograr en países como España?
Hay tres elementos en los que todavía falta avanzar. El más urgente es la situación de las personas trans, para las que no hay una inclusión real en la sociedad. La ley de identidad de género española quedó atrasada y es patologizante y obliga a las personas a que sean diagnosticadas. En este sentido, la argentina es más avanzada. Pero además, las personas trans siguen enfrentándose a enormes dificultades a nivel familiar, en la educación o para acceder al trabajo. Para las personas que ya pasaron una cierta edad y la discriminación les perjudicó muchísimo en su vida, debería haber políticas de reparación. Poner el foco en la inclusión de las personas trans debería ser la prioridad número uno en países como España.
¿Y qué otras cuestiones están aún pendientes?
La segunda es la educación sexual, que es donde está el gran enfrentamiento y disputa ideológica con la extrema derecha española, que viene con el 'pin parental' y se inventa esta fantasía cospiranoica de la ideología de género. Lo que trata es de generar miedo en la sociedad y de convencer a la gente de que a tu hijo le van a enseñar a ser homosexual. Lo primero, la orientación sexual no se elige y por más que haya talleres o cursos LGTBI en las aulas, no le va a cambiar la orientación, lo que sí va a hacer es que esté más informado, tenga menos prejuicios y, en el caso de los varones, una masculinidad menos tóxica. Y si tu hijo es homosexual, puedes mandarlo a un psicólogo, pero va a seguir siéndolo. Si en algún momento de la vida toda esa presión para cambiarlo no lo lleva al suicidio, y lo digo porque es una realidad, lo que va a hacer es arruinarle la adolescencia y en algún momento terminará saliendo del armario, transformando la vergüenza en orgullo, teniendo una vida mejor y a ti no te va a perdonar nunca.
Y la tercera es el ámbito internacional. Los países que avanzaron tienen que arreglar las políticas de asilo y tener políticas activas de protección hacia las personas que buscan refugio en España de países que consideran la homosexualidad un crimen. También poner este tema en la agenda de las relaciones internacionales. Si España va a firmar un tratado comercial con un país que tiene pena de muerte para los homosexuales, a lo mejor no debería firmarlo.
Hay un apartado en un capítulo de libro que llama 'Proletarios y maricones, uníos'. ¿Crees que la intersección de las luchas debería darse más?
Sí, totalmente. En la vida real todos estamos atravesados por diferentes posiciones, algunas de privilegio y otras no, pero no somos una sola cosa. Es absurdo que encapsulemos nuestras luchas en cajones porque cuando salimos a la calle, salimos con todo eso junto. En una parte de la izquierda en todo el mundo hay una visión dogmática de que la tarea prioritaria y lo único que importa es la lucha de clases y del otro lado hay una visión extrema del identitarismo, de gente que solo lucha por los derechos LGTBI, pero no podemos luchar solo por eso y mientras que no nos importe la precariedad del rider de Deliveroo al que explotan, al que obligan a facturar como falso autónomo. Creo que es una visión errónea y que tiene que haber una articulación porque las injusticias a la hora de oprimirnos, se articulan entre ellas.
También dedica parte del libro a relatar lo que ocurrió en Brasil con el ascenso de Bolsonaro al poder y su conexión con Vox. ¿Qué semejanzas ve?
Brasil está viviendo una situación catastrófica en manos de un Gobierno machista, homófobo y racista. Eso es la extrema derecha en el poder, eso es Vox en la práctica. Si lo sacamos de Twitter y lo ponemos en la Moncloa, es la barbaridad que estamos viendo en Brasil. Y uno de los ejes discursivos y simbólicos más importante es el odio a la población LGTBI. Al principio Bolsonaro era una figura marginal de la política brasileña, pero el elemento que le transformó en líder fue este discurso. Hacia el año 2011, cuando empiezan a avanzar estos derechos, dedica los siguientes ocho años de su vida a afirmarse en ese lugar de diputado anti gay y una de sus acciones políticas de alto impacto fue el llamado 'kit gay', que fue una campaña para arremeter contra la educación sexual en las escuelas, algo como el 'pin parental' que propone Vox aquí. De hecho, Vox utilizó algunos de los bulos e informaciones falsas de Brasil.
¿Cree que hay riesgo de que en España sigamos el mismo camino?
Si hay que pensar en paralelo, un año antes de que ganara Bolsonaron nos dicen que lo iba a hacer y nos hubiéramos reído. Era una figura muy subestimada. También porque un año antes tenía muchísima menos fuerza política de la que hoy tiene Vox en España. Pero lo que pasó fue que la derecha tradicional en Brasil, el que sería el PP de España, quiso dar un golpe para sacar a Dilma Rouseff del poder, así que para articular los apoyos necesitaba primero crear caos, odio y polarización extrema. Para eso necesitaron figuras con discursos extremos. ¿Y qué hicieron? Empezaron a naturalizar el fascismo, a sacarse fotos con Bolsonaro y sus amigos y a hacer alianzas con ellos. La idea era supuestamente usarlos para llegar al poder, pero pasó al revés. El partido que sería el PP sacó algo más del 4% de los votos y Bolsonaro ganó las elecciones. Casado debería mirarse al espejo y preguntarse si quiere terminar igual.
En Brasil fue mano derecha de Jean Wyllys, el único diputado gay del Congreso, que vivió con escolta tras elasesinato de su compañera de partido Marielle Franco hasta se vio obligado a huir del país. ¿Cómo vivieron aquello?
Vivimos momentos muy difíciles. Jean fue víctima de una campaña de persecución y difamación por parte de Bolsonaro y la extrema derecha. Le acusaron hasta de pedófilo. Hubo un momento de nuestras vidas en el que nos pasábamos más tiempo desmintiendo bulos que transmitiendo nuestras ideas. Fue brutal. La consecuencia fue que comenzó a recibir un volumen gigantesco de amenazas de muerte porque lo que hace el discurso de la extrema derecha es también empoderar a gente que odia y antes se sentía inhibida. Tras el asesinato de Marielle, la situación se puso mucho más pesada y cuando Bolsonaro empezó a crecer en las encuestas, las amenazas ya venían en otro tono. Yo me fui un par de meses después, pero tomamos la decisión al mismo tiempo. El mismo día que mataron a Marielle lo empecé a pensar, pero en las últimas semanas hubo algo que me terminó de convencer, que el discurso de odio empezaba a surgir en la vida cotidiana.