Todo comenzó hace dos años, en una mesa de “Rock y Mujeres” en el Di Tella de la que Romina Zanellato participó por invitación del periodista Pablo Schanton. Durante ese encuentro, Juana Molina, integrante del panel, mencionó varias veces a Gabriela. Zanellato recuerda que en ese momento dio por sentado que la artista se refería a María Gabriela Epumer. Pero no: Molina hablaba de Gabriela Parodi, la primera mujer que grabó un disco de rock en la Argentina. “Fue un momento terrible para mí. Sabía que existía una Gabriela, pero la realidad es que no la tenía en mi radar. Volví a casa súper acongojada, me sentí humillada, irresponsable en mi rol. No puedo ser una periodista feminista y no conocer la historia de las mujeres en el rock”. Así fue que nació Brilla la luz para ellas, libro recientemente editado por Marea Editorial que recoge la exhaustiva investigación de la periodista, escritora y ensayista sobre el rol de las mujeres dentro de la escena del rock argentino, desde la década del ’60 hasta la actualidad.
Musas, “mujeres de”, coristas, expulsadas del mainstream, habitantes de los bordes, punks, autogestivas, empoderadas. Del imaginario al escenario, las mujeres en el rock de acá fueron ocupando diferentes lugares a través de los años. El libro de Zanellato hace un recorrido puntilloso por la vida y la obra de las protagonistas. Cada capítulo describe una década. Cada década incluye las voces de artistas y trabajadoras de la música a partir de las más de cincuenta entrevistas que hizo la autora, además del material de archivo y bibliográfico. Los feminismos y sus diferentes maneras de vincularse con la sociedad y con la escena del rock son ejes fundamentales en la construcción de este relato que va tomando diferentes enfoques, diferentes lugares de enunciación.
Tener que demostrar siempre que el lugar que ocupan es por capacidad y no por motivos extraprofesionales, la sensación de estar siempre dando examen, la necesidad de validación por parte de un otro, la maternidad y el modo en que influye en el desarrollo profesional, las desigualdades, subestimaciones, violencias y tantos temas que surgen cuando se habla de la realización de las mujeres en el marco de cualquier actividad aparecen recurrentemente en esta primera historia de las argentinas en el rock. Pero por sobre todas las cosas, Brilla la luz para ellas es una traducción cabal de la voluntad de la autora de generar un discurso identitario, un corrimiento de velo, el descubrimiento de una genealogía integrada por aquellas que no están en las historias escritas por los que ganan, una revisión del ayer para intervenir el mañana: “No podemos conocernos si no conocemos nuestro pasado. Creo firmemente en eso y reflexiono sobre eso. Hay que hacer el ejercicio de la memoria feminista”.
—En el prólogo decís que el rock para las mujeres fue una forma de rebelión dentro de la rebelión que implicaba ser rockero. ¿Cómo fue cambiando esa forma de rebelión a través de las décadas?
—La primera rebelión, en los ’60, fue poder tener experiencias que no fueran las que la sociedad le permitía a una mujer. Estar ahí con músicos, en esos roles de musas, de fans, eso era salirse del mandato. En los ’70, llegar a grabar un disco para las pocas que lo lograron fue una rebelión total. La primera canción de un disco rock argentino hecho por una mujer, que grabó Gabriela, dice “me quiero ir de esta casa, papá, me voy con un hombre con quien quiero vivir a pesar de que no estoy casada”. En los ’80 salieron todas las mujeres a hacer lo que querían, desde las Bay Biscuits hasta las Viudas, que en sus canciones con sonido naif tiraban una bajada política sarpada.
—Una cuestión que se repite en el libro es la de la necesidad de hacer las cosas a partir del deseo y con tiempos fuera de la lógica del deber ser de la industria. ¿Cómo pensás que se refleja eso en la producción musical?
—La generación que hoy está encima de los escenarios, que es hija de la generación de mujeres que estaban en los escenarios en los ’90, no sólo aprendió de ellas la autogestión sino también que puede hacer una carrera toda la vida en el under. Ese es el legado más grande que dejó Rosario (Bléfari), por ejemplo: otros tiempos, otra sensibilidad, otra forma de vincularse con los instrumentos y con el sonido, otros discursos. De alguna manera, eso pudo sobrevivir a través de los años como una escena paralela a la mainstream, y todo ese trabajo de esos años está logrando que ahora se genere esa segunda escena: un under que está un escalón más arriba que el under de los ’90 en cuanto a masividad. Hay un trabajo de las mujeres, que va creciendo a espaldas de los medios de comunicación, que produjo el fenómeno de un under que sin embargo es masivo. Es lo más feliz que puede pasar.
—En el apartado sobre el debate por la Ley ILE en 2018, citás una frase de Ofelia Fernández: “Tienen que hacerse cargo de que todo el vacío que se fundó en su desinterés fue reemplazado por autogestión”. Ella habla del aborto, pero podría adaptarse perfectamente a esta reacción de las mujeres en la música que mencionás.
—Es que es la misma situación de imposición. De golpe, se generó una escena de chicas consumiendo, escuchando, haciendo música, y ahora ese espacio que los productores y los sellos y las grandes industrias dejaron fue ocupado. No creo que sea un vacío inocente, ¿eh?: es una decisión que toma el varón que tiene poder cuando dice “mujeres ya tengo”. Ahora las minas les explotan en la cara y de golpe tienen que modificar ellos sus conductas para poder vender. El gesto de darle el Gardel a Marilina (Bertoldi) se debe en gran medida a que ampliaron el jurado y ahora hay un 50% de juradas mujeres, pero también es un gesto para no quedarse afuera de un cambio social. Es una presión que se ejerció desde abajo hacia arriba. Lo mismo va a pasar con el aborto.
—El título del libro retoma el de una canción de Luca Prodan. ¿Es una forma de decir que el cambio de mentalidad que hace falta para revisar y modificar las desigualdades de género debe incluir también a los varones?
—Lo que más me gusta del título es la operación de cambiar la dirección de la luz: antes era a un varón y ahora la luz las enfoca a ellas. Darle la luz de la autorreferencialidad que tiene el rock siempre en el varón y enfocar a las mujeres. Me pareció que era una operación poética y potente. Y sí, sin lugar a dudas, para hacer el cambio que hay que hacer son necesarios los varones. Creo que hay que ocupar todos los espacios posibles y ocupar los espacios significa hacer el rancho propio para estar más cómodas entre nosotras, pero también creo que los varones no son el enemigo. Tienen que ser fuentes de cambio igual que nosotras. Si no, esto se va a perpetuar para siempre.