Este libro apareció en mi cabeza después de una acalorada discusión con mis amigas, en una clásica pizzería porteña de Chacarita. Había muzzarella al molde y cerveza fría en la mesa roja, cerca de un muñeco de Carlitos Balá a tamaño real. Estábamos excitadas y hablábamos a los gritos, recién salíamos de otra asamblea, otra más desde que nos conocimos al calor de #NiUnaMenos. Esa vez se organizaba un paro de mujeres para un 8M, pero la conversación rápidamente giró en torno a la remera que una de ellas tenía puesta. Sobre las curvas de su pecho, en rosado pastel, unas letras decían en inglés: “Las chicas inventaron el punk, no Inglaterra”. La frase disparó teorías y amores por las embajadoras del Riot Grrrl local, y nos preguntamos ¿cuál fue la primera música feminista del país? La pregunta se multiplicó en otras, nos íbamos por las ramas mientras una tapaba a la otra, mientras nos iluminábamos mutuamente en la frenética admiración que solo pueden producir las amigas más genias del mundo. ¿Cómo era la tradición de rockeras nacionales? ¿Quiénes fueron las pioneras en el rock argentino? Aparecían nombres sueltos, pero poco sabíamos del recorrido. El descubrimiento fue revelador: en los feminismos honrábamos a las pioneras en la lucha por el aborto legal, las que abrieron espacios y armaron la red. En la música ni siquiera se sabía quiénes habían sido las primeras rockeras.
Como periodista feminista que intentaba hacerse su camino en los medios musicales, ya sabía lo difícil que era lograr un espacio para colaborar siendo mujer y, sobre todo, tenía experiencia en el rechazo a mis notas: a la mayoría de los editores que me crucé no les interesaba publicar sobre músicas. Eso se confirmaba en mi biblioteca: los libros de rock nacional que tenía –y que son muchos– apenas mencionaban a algunas mujeres o ni siquiera habían sido tenidas en cuenta al construir la historia del rock local.
En 2018 comencé mi investigación con el gesto de alumbrar la historia que permanece oculta en la narración manufacturada por varones. La luz que dispone mi mirada es la de reivindicar a quienes estuvieron ahí y descubrir las opresiones que sufrieron para hacer su música. Como dice la antropóloga Mónica Tarducci “contar una historia de las mujeres es siempre narrar un relato a contrapelo”, y no solo es un acto revolucionario y feminista en sí mismo, también es “producir una historia allí donde el relato oficial no lo anticipaba y lo negaba sosteniendo otro. Supone gestar nuevas cronologías, nuevos hitos, nuevos marcos interpretativos para el pasado”. De mis amigas de la pizzería, esas grandes periodistas y activistas que crearon el medio digital LatFem, aprendí que reconocer las genealogías y la memoria feminista es indispensable para construir futuros más justos.
“Todos creen que algo está en juego cuando cruzás música y género”, dice el crítico Simon Reynolds y la periodista feminista Joy Press en su libro The Sex Revolts. Y así es, muchxs sintieron que este podía ser un libro contra los rockeros, en vez de uno sobre las músicas y las trabajadoras del rock. Entrevisté a casi cincuenta personas para este libro, y no todas creían haber tenido menos oportunidades en la industria de la música por ser feminidades, pero todas reconocían que esta historia merecía ser contada.
Este libro no habla de representaciones de las mujeres en el rock de varones, ese análisis es para otro texto. En las siguientes páginas vas a encontrar la historia de mujeres y feminidades músicas, periodistas de rock, managers, trabajadoras de prensa, fotógrafas, técnicas, todas pelearon por un lugar en la industria. El objetivo de Brilla la luz para ellas es recuperarlas en la historia para que las nuevas generaciones de músicxs y su público sepa de dónde viene, quiénes fueron las pioneras, cómo fue la lucha que se libró para que ellas ahora puedan estar sobre un escenario. Es, también, un homenaje y un agradecimiento.
Este libro tiene una mirada feminista desde su primera línea y hasta la última, porque quien escribe este texto es una periodista feminista. El corte temporal involucra esa premisa. Desde la aparición de las primeras sonoridades que lxs periodistas y críticxs de rock consideran el nacimiento del rock nacional, a fines de los 60, hasta que Marilina Bertoldi ganó el Premio Gardel de Oro en 2019. La historia de las músicas tuvo un devenir que por momentos fue paralelo (y distante) a los feminismos, que luego se fue acercando, se cruzó en espacios marginales, se mezcló, se masificó, hasta esa noche donde ella, al subirse al escenario, dijo: “Este premio lo gana una lesbiana”.
No quise contar esta historia sin dar cuenta, brevemente, de la historia de las luchas feministas en el país. Si bien el texto no ahonda sobre esto, porque hay una amplia bibliografía para profundizar en el tema, sí hace en cada capítulo un resumen del contexto social y político, y de los feminismos. El contexto en el cual se produce la música y la cultura es fundamental para entender las experiencias y los testimonios de esta historia.
En los primeros capítulos se habla de mujeres, en los 80 empiezan a aparecer las lesbianas como una identidad política y en las últimas décadas se nombran algunos proyectos trans o artistas no binaries, y menciono a intersex como expresión de deseo de representación, aunque no haya llegado a mí la noción de algún artista que se autoperciba así.
El libro está estructurado por décadas y dividido en dos partes: la primera consta de tres capítulos, que abarca cada uno los años 60, 70 y 80. En cada capítulo hay una narración en orden cronológico de las primeras mujeres y lesbianas músicas. A medida que avanza la década del 80, tal vez la más rica en cuanto a diversificaciones del género, identidades y escenas, la historia se hace más amplia e inabarcable. Es por eso que la segunda parte del libro, que consta de los capítulos correspondientes a las décadas de los 90, 00 y 10 rompe con el orden cronológico y abandona la intención de abordarlas a todas, para explotar tal como lo hizo la música. A partir de los 90 hay una selección, arbitraria y por lo tanto perfectible, de las músicas y músicxs más relevantes para esta historia. Los formatos también expresan esa atomización de la escena: entra la primera persona de la autora, de las músicas, entrevistas, perfiles periodísticos, diálogos y ensayos.
En todo el texto intenté priorizar las citas académicas producidas por mujeres y feminidades, tanto en libros sobre rock, ensayos, teoría feminista y política como en artículos periodísticos, sin embargo, para la primera parte fue muy difícil encontrarlas, por la escasa publicación de autoras sobre estas temáticas. No hice hincapié en la historia “de los varones” en el rock, pues hay suficiente y accesible bibliografía sobre esto. Quien desee saber sobre los grandes íconos del rock puede encontrar esa información en cualquier librería, revista, diario o portal de internet.
El rock fue una forma de rebelión para estas mujeres, dentro de la rebelión que implica ser rockerx. Discutieron el deber ser, siguieron su deseo, conquistaron espacios, y permitieron que otras creyéramos que era posible ser parte de la música, no solo como escuchas. Todas, desde que se asumieron como rockeras, pusieron en jaque las convenciones tradicionales del género identitario. Es que la música, para nosotras, ejerce un doble efecto: por un lado, nos dispone a ser cuestionadas socialmente en nuestra identidad, por el otro, es una herramienta para expresarla ante la sociedad.
Los micrófonos no son de nadie, aunque durante muchos años estuvieron encendidos para los varones. Que los escenarios sean más diversos es una expresión de deseo, y que cuando eso pase, ya esté instaurada una nueva forma de vincularse, donde el respeto fluya de otra manera. El anhelo es que los mensajes hacia el público sean más liberadores que opresivos.
Desde la destreza técnica, la música puede no ser distinta cuando la compone o ejecuta una mujer o feminidad, pero el punto de vista será determinante para tener otra sensibilidad interpretativa, porque parte con muchos menos privilegios. Lo que está claro es que la mujer, lesbiana, trans, no binarie o intersex tiene que atravesar un camino pantanoso y desigual hasta encontrar su lugar. Este libro es para todas ellas, y las que vendrán.