El extenuante trabajo de rememoración al que nunca renunció Primo Levi, autor de una trilogía decisiva sobre los campos de exterminio nazis, se combinaba con su temor a convertirse en un profesional del recuerdo. Alguien que llegara al punto de automatizar las historias y reflexiones sobre su experiencia como sobreviviente de Auschwitz, un experto en fechas infelices. Una preocupación similar se percibe en algunos pasajes de los relatos que Emilce Moler reúne en La larga noche de los lápices.
Sustraída de la casa familiar a los 17 años por la represión ilegal, recluida en varios centros clandestinos de la última dictadura, sometida a tormentos e interrogatorios, “blanqueada” como presa legal en la cárcel de Villa Devoto, de donde fue liberada a los 19, Moler es una de las sobrevivientes de “La noche los lápices”.
En un operativo que comenzó el 16 de septiembre de 1976, diez estudiantes de secundario de La Plata fueron detenidos (seis de ellos permanecen desaparecidos). Acaban de conmemorarse 44 años de esos hechos, que adquirieron notoriedad tras el testimonio de Pablo Díaz, uno de los sobrevivientes, durante el Juicio a las Juntas Militares en 1985. Poco tiempo después, el libro que escribieron María Seoane y Héctor Ruiz Núñez fue la base del guion del filme homónimo La noche de los lápices, de Héctor Olivera, que se convirtió en un persitente artefacto de transmisión de memoria, pese a sus deficiencias históricas.
Aunque aparece en forma de filamentos, el desacuerdo de Moler con esa especie de “historia oficial” late en su libro. La larga noche los lápices es una manera de contar su versión. Es también una manera de decir que desde hace décadas está atrapada en una serie de eventos a los que ella procura darles otra textura, otra perspectiva, otra memoria.
Un dato icónico, repetido hasta el hartazgo, es que los estudiantes desaparecidos habían participado un año antes de su secuestro en una marcha por el boleto estudiantil. Como si eso pudiera explicar la brutal represión y el destino de horror que sufrieron. Moler pone en dudas ese mito con un “No me acuerdo”, que tiene además la fuerza de poner los hechos en un plano que no oculta la filiación política de muchas de las víctimas: formaban parte de la Unión de Estudiantes Secundarios (UES), una organización de base peronista que militaba en contra de la dictadura. Ella participó en la famosa marcha, pero (al igual que otros) no recuerda que se cantara “Tomala vos, dámela a mí por el boleto estudiantil”.
La larga noche de los lápices cose distintos tiempos y traza líneas que van armando un retrato. Emilce se cuenta en relatos fragmentarios que van desde las emociones juveniles o las preocupaciones domésticas como tomar sol hasta las primeras infiltraciones de la política en la vida cotidiana, las estrategias para sobrevivir en cautiverio, postales familiares y vivencias forjadas en la militancia por los derechos humanos. Una forma, por momentos conmovedora, de recuperarse a sí misma.