La frase de Perón “Basta, Evita, hasta acá llegamos” me fue transmitida por un ministro del presidente Cámpora, que la oyó en el palco de la avenida 9 de Julio el 22 de agosto de 1951, cuando el pueblo le rogaba a Evita que aceptara la vicepresidencia de la nación.
Zumba como una zeta, zzz zzz, bzzz bzzz, un bichito atrapado entre el vidrio y el marco de la ventana, una abeja perdida. Descarriada. Esa palabra la usan para otra cosa, a mí unas veces me lo decían con Magdalena arrepentida y otras con oveja nomás, descarriada, ni con libreta y anillo al dedo iban a considerarme encarrilada, mujer de presidente, pero fuera del cerco. ¿No suenan parecido, abeja y oveja? Ya lo sé que una es con be y otra con ve y además al padre Benítez maldita la gracia que le hace que a mí se me trabuque todo, él me quiere con las cosas en su lugar. Como mi peluquero. Los dos me hacen rodetes, uno adentro y otro afuera, ¿y no parece un rodete de trenza, el cerebro? Ahora que lo pienso descarriarse y descarrilarse no es lo mismo, lo que se rieron de mí cuando decía los discursos y a las palabras les pegaba de refilón, lo que se rieron siempre de mí. Es que hay suertudos que las traen de nacimiento, las palabras, como si ya nacieran hablados, yo en vez tuve que domar la lengua y nunca la terminé de amansar, nunca.
Pobre abejita, ¿qué andará haciendo más perdida que turco en la neblina por estos lados tan tristes?
¿Querrá libarme a mí, justo a mí? A lo mejor se piensa que mis llagas son flores. O a lo mejor ya no se cree nada porque se está muriendo, lo que hay es que la ventana me la cierran de golpe sin fijarse si no están apretando alguna criaturita de Dios. Algo quieren dejar afuera, algo que no se apaga tan fácil. Penetra, viborea. No estoy loca, lo oigo. El viento también chasquea contra el vidrio, pero esto no es viento. A menos que sea un viento de garganta, uno de esos que explotan, largan una escupidita y se vuelven a meter por la boca silbando al revés, como cuando de chicos jugábamos mi hermano Juancito y mis tres hermanas a llorar para adentro, puchereando. Un sollozo. Eso es, un sollozo, si lo conoceré. Lo que estoy oyendo no es ningún bicho, es un sollozo, y no uno, muchos, cientos, miles de sollozos porque miren que para retumbar en las 283 ventanas de las 283 habitaciones del Palacio tienen que ser montones. Y si son montones, si por tantas gargantas sopla una ventolina tan tremenda como para repiquetear hasta en la última de las piezas, esta piecita de porquería donde me meten para que a Perón no le molesten mis gritos, ni me sienta el olor, si todos los que recién ahora me avivo que están afuera sollozan juntos, por mí, por qué otra cosa van a sollozar si ya estoy en las últimas, entonces queda claro que me muero. Yo, no la abeja. Lo sabía, una cosa es enfermarse y otra volverse opa, lo único que en este momento lo sé de veras. Los que me lloran quieren que yo entienda que están en la vereda pechando por mí, para darme suerte, zzz zzz, bzzz bzzz quiere decir eso, suerte, buen viaje. Cualquier cosa darían por acercarse hasta los pies de esta cama de mala muerte, hecha para morirse mal, pero Perón no quiere que mi pieza se convierta en una romería. Con lo que a mí me gustaría que me agarrasen la mano, que me llorasen a moco tendido, sin un vidrio entre medio. Nunca me aguanté estar sola. Pobres, para alcanzarme tenían que inventarse un idioma secreto.
Un zumbidito. Qué cosa, la zeta en el abecedario viene última. Una letra final, igual que este momento que estoy pasando. Momento crucial. Bueno, ya está, ya me agarró el radioteatro, hasta yo me doy cuenta, ¡también, con las cargadas que me aguanté en la vida! Y no de los contreras solamente, vez que me sale alguna frase linda, emocionante, Perón me la desinfla, él dice que yo repito los libretos de la radio, los de Blomberg, los de Muñoz Azpiri. Menos mal que no está metido en mi mente para oírme este discurso que mejor me lo llevo puesto para allá donde voy, ¿se imaginan un esqueleto afónico asomado a la ventana tratando de gritarles a los de afuera despiértense, muchachos, sáquense las lagañas de los ojos que esto se viene feo?
Aparte es tarde. Ahora lo que importa es el mensaje que los de afuera me mandan en morse y que yo lo recibo en el fondo de este catre de hierro, entre estas sábanas baratas manchadas de rojo inmundo. Un mensaje ceceoso. ¿Puedo irme?, les pregunto en ceceoso, es una lengua que me aprendí enseguida, no por nada fui actriz. Andate y con buen viento me contestan ellos haciendo zzz zzz, bzzz bzzz, entonces yo agradezco sacándome el sombrero con la pluma y me voy. Morir no viene solo, antes hay que ponerse de acuerdo con uno y con los demás y hacer examen de conciencia como dice el curita babieca y después ya se puede llamar a la muerte como a un gato, así, con el dedo, dale, negra, vení. Estoy lista como los boiescáu, esperame hasta el sábado que termino de arreglar unas cositas y enseguida caete nomás por acá, negra sotreta. Sábado 26, no me fallés. Lo de la pluma y el sábado es por Cyrano de Bergerac. Días pasados me levanté para ver la película en la salita del cine. Quisieron sostenerme, pero yo de porfiada me emperré en caminar sobre mis propios pies, ¿yo qué soy?, ¿una nena?, a mí ni de cadáver me cargan upa, les hago.
Antes patié debajo de la cama las chancletas con la pielcita que me ponía para asomarme al balcón, así el pueblo la veía a Evita por arriba y los ministros, los embajadores, los milicos que estaban alrededor mío veían a una señora de su casa con los tobillos como dos bolas. Qué chancletas ni chancletas, zapatones abotinados para correrme esta carrera contra… el tiempo.
Si suena el silbato hay que mover las tabas, eso no se los digo porque no entienden, o hacen que no entienden, cuando uno se muere los que se ponen opa son los demás. ¡Pero qué maravilla de película, Cyrano, eso sí que es morir!
Básico
Alicia Dujovne Ortiz nació en Buenos Aires en 1939 y vive en Francia desde 1978. En castellano ha publicado tres libros de poesía; las biografías María Elena Walsh, Maradona soy yo, Eva Perón. La biografía (best seller internacional), El camarada Carlos y Dora Maar. Prisionera de la mirada; las novelas El buzón de la esquina, El agujero en la tierra, El árbol de la gitana, Anita cubierta de arena, Mireya, Las perlas rojas, La muñeca rusa, Un corazón tan recio, La Madama, La más agraciada y Transformaciones de un sauce francés; y las crónicas Al que se va, ¿Quién mató a Diego Duarte? Crónicas de la basura y Milagro (Marea, 2017). Varios de sus libros han sido traducidos a más de veinte idiomas. Femme couleur tango (Mireya) fue finalista del Prix Médicis Étranger.
Obtuvo la beca Guggenheim, la Mission Stendhal del gobierno de Francia y el premio Konex de Platino por su obra biográfica. Actualmente prepara Cincuenta años de periodismo, una antología de sus artículos publicados a partir de 1960 en diarios de la Argentina, Francia, México o España, y una novela autobiográfica titulada Aguardiente. la procesión va por dentro (editorial Marea) es su última novela publicada.
VA