El período comprendido entre la última década del siglo XIX y el inicio de la Primera Guerra Mundial estuvo caracterizado por la apertura de un proceso de modernización industrial de la Argentina, su progresivo ingreso en la división internacional del trabajo y la consolidación del Estado burgués. La incorporación subordinada del país a un mercado mundial entonces dominado por Gran Bretaña definió un nuevo rostro para su estructura económico-social.
Estas décadas representaron el punto de partida para una incipiente inserción femenina en el mundo laboral, sindical y, con ellos, en las luchas sociales, proceso acicateado por la expansión de los sectores obreros criollos, súbitamente incrementados a partir de las corrientes migratorias de ultramar, y la aparición de las primeras organizaciones sindicales y políticas propias de la clase obrera.
Carolina Muzzilli nació en Buenos Aires en 1889. Creció en un hogar proletario de inmigrantes italianos, familia numerosa que vivía en un conventillo de Constitución. Con apenas 13 años intervino en la apertura del Centro Socialista Femenino (CSF) mientras comenzaba a cursar sus estudios en una institución de prestigio como es la Escuela Normal del Profesorado de Lenguas Vivas, ingreso vedado a las personas de su clase, quienes una vez finalizada la instrucción primaria debían abandonar toda perspectiva educativa a futuro. Por esa razón, debió trabajar de costurera para costear su formación. Ya siendo una adolescente integró ese mundo militante que privilegiaba la participación sindical, la escritura y la lectura como foco de luz y bandera de combate que intentaba transmitir el optimismo revolucionario por medio de diversos canales. En la mayoría de las entrevistas, ella declaraba que su vocación socialista se originó al frecuentar como oyente a las conferencias de Gabriela de L. de Coni- escritora, periodista, activista de la salud pública, feminista clasista- quien la instó a estudiar la prensa y la literatura socialista1. Poco tiempo después, ambas eran reconocidas a partir de sus intervenciones públicas.
Al cumplir 18 años, en 1907, Carolina se afilió al Partido Socialista2 el que promovía campañas a favor del sufragio femenino, la igualdad de derechos laborales, civiles y jurídicos entre el hombre y la mujer, el divorcio vincular, la supresión de la discriminación de los hijos naturales y la educación laica.
Presta manejaba con destreza la oratoria que cautivaba a las masas solo con su presencia y con su palabra conmovía, levantaba y arrastraba a su auditorio. Era vista como la más vehemente, la más revolucionaria3. Se destacaba la gran repercusión que generaban sus intervenciones en las concentraciones, en aulas universitarias, salones de ateneos, cafés, plazas, locales partidarios, asociaciones gremiales y de mujeres, así como en las bibliotecas públicas y populares. Por otra parte, irradiaba clamor por su conciencia política incitando a la lucha de clase en un entorno hegemonizado por señores y, en simultáneo, por mujeres ilustradas de sectores medios, universitarias porteñas y platenses, que conformaban la élite intelectual dentro o en las cercanías del Partido Socialista Argentino.
Mientras tanto, escribía mucho, muchísimo, en torno a una variedad heterogéneas de campos: las cooperativas obreras, la guerra, el higienismo, la emancipación y la discriminación de las mujeres (sufragio, divorcio vincular, sindicalismo, maternidad quehaceres domésticos) como de las infancias (educación básica, trabajo en las fábricas, los hijos naturales). En simultáneo, denunciaba la dramática situación de explotación, insalubridad y violencia en los distintos oficios femeninos y de las niñeces: costureras a domicilio, lavanderas, maestras, empleadas, obreras de las fábricas de tabaco, de flores artificiales, chalequeras, pantaloneras, alpargateras, camiseras, fosforeras, tejedoras. En 1912 se empleó sin sueldo en el Departamento Nacional del Trabajo, en tareas de inspección laboral que le permitía consagrarse a la solución de múltiples conflictos. Visitaba establecimientos industriales y comerciales para efectuar encuestas que le permitieron realizar, finalmente, un informe sobre dichas realidades. De esa práctica derivó un interés particular por la construcción de estadísticas sociales, sobre lo que escribió e intervino en grupos técnicos. Incluso, cuando no podía acceder a la información directa para sus publicaciones, se hacía contratar en las industrias a modo de interiorizarse del contexto. Este conocimiento que ella proponía representaba un cúmulo de saberes que circulaban en los circuitos universitarios, en las esferas gubernamentales y entre la militancia socialista. Con una escritura apasionada entre cronista urbana y ensayista, gran parte de la experiencia de Carolina quedó plasmada en una serie de ensayos, artículos gráficos que aparecían tanto en la prensa partidaria como en los diarios de tirada nacional, editoriales, cartas, censos, órganos obreros, documentos, informes militantes, publicaciones periódicas, folletos y revistas.
Editó tres libros: El Divorcio, en 1912 (Imprenta M.S. Noguera), El trabajo femenino (Talleres Grosso), en 1916, y un año más tarde, Por la salud de la raza(Virtus), una recopilación de artículos publicados en La Vanguardia y en otros medios. En 1918, salió su famoso folleto «El divorcio».
Entre 1915 y 1916 lanzó el periódico quincenal Tribuna Femenina sin otra ayuda más que los precarios recursos económicos que obtenía como modista a destajo para cubrir el gasto de impresión y el franqueo de los ejemplares enviados a distintas ciudades del país. Era evidente que sus correligionarias feministas —así como buena parte de la dirigencia socialista— se encontraban en una situación económica más aventajada que ella; sin embargo, nadie se detuvo a ofrecerle algún tipo de ayuda para sustentar Tribuna Femeninay, de ese modo, evitar que ese proyecto consumiera gran parte de sus energías físicas y emocionales. Por lo demás, las agrupaciones feministas socialistas no siempre intervenían con su militancia para visibilizar la presencia colectiva de obreras en el proceso de trabajo industrial de principios del siglo XX.
En un artículo “Emancipación de la mujer”, publicado en el diario La Vanguardia, del 26 de septiembre de 1910, Muzilli recalcaba sus profundas disconformidades con ese feminismo universitario, burgués, reformista tan presente en el mundo socialista de esos años. Es probable que su condición de clase fuera una valla compleja de quebrantar y, a vez, sus insistentes reclamos de involucrarse con los humillados.
En su corto recorrido, murió el 23 de marzo de 1917, siendo una joven de 28 años, su activa intervención dentro y fuera del Partido Socialista, para organizar y concientizar a sus pares, sus textos como su oratoria, proclamaban un compromiso incondicional con la causa proletaria, sin mediaciones. En potencia, fue inadvertida quizás, por desconocimiento u omisión ya que, con sus fricciones, avances y retrocesos, quedó ausente en el devenir genealógico de las corrientes de cuño socialistas y, a la vez, feministas. Al fin, volver sobre sus pasos es fortalecernos con un legado que hoy tiene más vigencia que nunca, es fuerza feminista clasista, anticapitalista e internacionalista de esta obrera militante que hizo camino al andar y que aún nos sigue convocando.