Sobre el libro
«¿Dónde está mi papá? El que era bueno, el que me hacía cosquillas (…). Me dice que fue una guerra, que no son treinta mil. Me habla de subversivos, de montoneros y de guerra sucia. Habla de defender a la patria. No es mi papá. No entiendo. (…) ¿Qué hiciste, pa? ¿Cómo pudiste? ¿Por qué? ¿Dónde están? No hay respuesta, sólo pregunta. Silencio atroz y testimonio desgarrador. Un juicio. Un papá condenado a cadena perpetua por crímenes de lesa humanidad. Año 2010. Justicia».
El fragmento anterior pertenece al libro Llevaré su nombre. La hija desobediente de un genocida (Marea Editorial).
Durante la presentación del libro, Taty Almeida expresó que este es un libro valiente y que tanto Analía como el colectivo cuentan con el apoyo de las Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora.
Lo personal es político
¿Cuándo se dio cuenta de que su historia personal era también de índole social y que necesitaba ser contada?
El pasaje de lo privado a lo público fue natural, este concepto tan trillado de que lo personal es político me atraviesa de manera contundente. Yo viví mucho tiempo en una burbuja de Familia Ingalls, totalmente ajena a lo que pasaba socialmente.
Como cuando Néstor Kirchner declaró a la ESMA como Espacio para la Memoria y pidió perdón en nombre del Estado, justo estaba naciendo mi primer hijo, y yo me enteré mucho después. Como de tantas otras cosas que sucedieron en el país. Entonces, me empecé a preguntar ¿dónde estaba yo cuando pasó esto?
Después de que Néstor Kirchner promulga la Ley que anulaba las leyes de impunidad, Eduardo Kalinec, su padre, queda detenido. ¿Qué le pasó a usted?
Pasé de pensar que no tenía nada que ver con lo que estaba pasando, a dimensionar la gravedad de los crímenes cometidos por mi papá. A conocer la existencia de esos crímenes durante la dictadura. Y descubrí que todo eso va más allá de la vida intrafamiliar y que tiene una afectación a nivel social.
¿Por eso decide publicar el libro?
Ya en 2008, sin saber todo lo que iba a venir después, yo tenía una necesidad de poner en palabras, de sacar eso que se pudre, de exteriorizar, hacerlo parte de una memoria colectiva. Esto es algo que pasa en la sociedad. También estamos implicadas las familias de los genocidas y tenemos algo para decir. Esto también es un testimonio.
¿A qué alude el nombre del libro?
Hay toda una disputa ahí y aparece de nuevo esto de lo personal y lo público. Cuando empiezo a entender la condición de mi papá, empiezo a ubicarme yo en esta familia y en esta transmisión generacional.
Cuando asumo la condición de genocida de mi papá estaba naciendo mi segundo hijo, y sentía susto de estar transmitiendo algo malo de esta historia en lo genético, en lo biológico, y me preguntaba: ¿Cómo hago para darme cuenta de lo que estoy transmitiendo? ¿Cómo hago para renegar?
Mandatos y decisiones
¿Qué pasó entonces?
Yo había leído el caso de Rita Vagliati (hija del represor Valentín Milton Pretti), quien se había cambiado el apellido, y pensé en ir por ese lado, pero me daba cuenta de que no modificaba nada. No podía despojarme de los recuerdos ni del afecto que una vez sentí.
Y entendí que asumir esta cuestión de hija era el lugar donde me podía parar, desde donde podía enfrentarlo, confrontarlo, y tratar de hacer algo a contrapelo de esa historia. También entendí que si hay alguien que deshonró a la familia fue él y es quien tendría que sacarse el apellido.
En el libro habla de mandatos.
Claro, hay también una cuestión de empoderamiento por parte mía a la luz del feminismo, de los derechos humanos, de tener otras herramientas que me fue dando el contexto, donde hay un posicionamiento fuerte y de reafirmación incluso en contra de los mandatos sociales.
Es una cuestión de decir yo no voy a honrar a este padre. Esos mandatos que dicen que hay que honrar a la familia, que hay que ser leal, me niego a cumplirlos.
Su padre le inicia juicio, ¿por qué?
La demanda redactada por mi papá en primera persona y firmada por él y por mis dos hermanas menores, también policías, está incorporada al libro, es un registro de cómo piensan estas personas.
Hoy estoy en dos causas, en la sucesión de mi mamá (su madre, Ángela Fava, murió en septiembre de 2015) y en paralelo, en un juicio que me están haciendo para declararme «indigna» con el objetivo de excluirme de esa sucesión.
¿Qué representa heredar a su madre?
Más allá de lo que dice mi padre genocida, más allá de lo que piensan las hijas de un padre genocida, es buscar justicia. Y es, además, discutirle a mi papá, decirle «vos en esto tampoco tenés razón».
Yo voy a heredar a mi mamá porque es lo que corresponde. Y también es sacar de ese lugar de sometida a mi mamá, donde otros le dicen lo que tiene que hacer.
Imaginario y realidad
¿Cree que su historia puede interpelar a otras personas?
En Historias Desobedientes lo vemos recurrentemente. A partir de que se conocen estas historias, otros hijos, otros familiares de genocidas, son interpelados y muchas veces aliviados de saber que existe este lugar, en el que dejan de sentirse solos. Porque es un lugar muy de paria el nuestro.
¿Cómo cree que se construye ese lugar de paria?
Dentro del imaginario social uno queda indefectiblemente del lado de esa lógica de pensamiento, aparece per se esa creencia que «de tal palo tal astilla», y romper con esa lógica tiene un costo.
Una tiene que estar explicando a todo el mundo que no es lo que todos piensan que es y, además, en el interior mismo de la familia, donde una es señalada como desagradecida, mala hija. El indigno, el traidor, la traidora.
¿Qué representa Historias Desobedientes?
Historias Desobedientes habilita un lugar de encuentro para empezar a transitar colectiva y socialmente; es un espacio inédito y necesario porque es mucha la población de familiares de genocidas.
Fueron muchos los genocidas que operaron durante la dictadura y somos muchos los hijos, las hijas, los nietos, que queremos interpelar a esa población que prefiere mirar para otro lado y hacer de cuenta que no pasó nada.
Eso remite a los pactos de silencio. ¿Cree que dentro de las fuerzas armadas algo cambió?
No. Y es algo que venimos denunciando en Historias Desobedientes y lo hacemos con conocimiento de causa. No es casual que justo esas dos hermanas que están en las fuerzas -porque tengo otra hermana más grande, pero está en otra línea de pensamiento-, sean las que acompañan el escrito de mi papá.
¿Esto qué significa?
Que existe una lógica de pensamiento de eliminación al que piensa diferente y que eso sigue vigente. Esta estructura coercitiva puede verse, en este caso, con la hija que no piensa como su padre, entonces se la excluye de la familia.
Esto es literal, ellos están convencidos de que es así. Si no pensás como ellos tienen que eliminarte, que excluirte, no pueden contemplar otras lógicas.
¿Y en lo colectivo cómo se aplica?
En relación a eso está el tema de las exoneraciones; es una vergüenza. No puede ser que las personas que fueron juzgadas y condenadas y que está probado que cometieron estos crímenes, sigan formando parte de estas instituciones.
Mi padre, con su firma de puño y letra, se reivindica como personal retirado de la Policía Federal. Nunca lo separaron, él lo dice con orgullo y la institución acompaña ese orgullo porque lo sigue teniendo en sus filas con todos los beneficios que eso implica.
¿Qué cree que se debe hacer?
Tenemos que pensar en orientar ahí, porque son políticas públicas que después inciden en la familia. El genocida quedó preso y uno como familiar no tuvo más remedio que hacerse preguntas.
Una exoneración, una sanción disciplinaria, una baja deshonrosa, todo tiene que interpelar. Si nada puede interpelar a los genocidas, porque nada los interpela, tal vez podamos interpelar a algún hijo, esposa, sobrina, nietos. Pero son lógicas muy endogámicas, cerradas, impenetrables.
¿A qué apuntan como colectivo?
Queremos conseguir que se implementen políticas públicas en virtud de seguir alimentando esta construcción de una sociedad más sana, más justa, más solidaria, que pueda asumir sus errores y trabajar en pos de ser mejor.