¿Cómo contar una historia de amor trágico en la Argentina de fines de la década del veinte del siglo pasado que a la vez se convirtió en un arquetipo del amor pasional? Porque así puede ser definido el romance entre Severino de Giovanni y América Scarfó, Una historia que condensa pasión, política, violencia, anarquía y clandestinidad en las primeras décadas del siglo XX en Buenos Aires.
Es una historia que ya contó Osvaldo Bayer en su gran biografía del militante anarquista Di Giovanni -subtitulada El idealista de la violencia- y que también fue ficcionalizada en los años 90 como novela por María Luisa Magagnoli en Un café muy dulce, editada por Alfaguara. Esta obra contaba con la aprobación y prólogo de una anciana Scarfó que no olvidaba su pasado de amour fou, como demandaban los surrealistas.
Luis Puenzo había intentado llevar el romance al cine a partir de la biografía escrita por Bayer pero el proyecto tuvo la oposición tanto del escritor como de América, quizás porque en búsqueda de una película más edulcorada se permitía distanciarse demasiado de los hechos de la realidad y suplantar, según reprochaba América en una carta abierta publicada en Página 12, el concepto del anarquismo por “los tiros y el sexo”. Hoy América, un nuevo libro sobre Scarfó escrito por Ariel Wainer y publicado por Marea Editorial aporta algunos nuevos datos a la historia y se centra en qué pasó antes y qué pasó después de ese episodio apasionado en la vida de Scarfó. Wainer es nieto de América Scarfó, que falleció en 2006, a los 93 años.
El romance fue así. Severino Di Giovanni había llegado a la Argentina escapando de la represión de los camisas negras del Duce Benito Mussolini, que expresaban el ascenso del fascismo en Italia y su orden armado. Grupos paramilitares atacaban a los movimientos de lucha de los sectores laboriosos y a los referentes obreros y de la izquierda, en la que se incluye al anarquismo, cuya influencia continuaba orbitando en las clases populares. En 1925, Di Giovanni se radicó definitivamente en Buenos Aires junto a su esposa Teresa y una hija (tendrían tres hijos en total).
Ese mismo año, un acto en el Teatro Colón en homenaje al rey Víctor Manuel de Saboya fue interrumpido por gritos y panfletos que caían desde las plateas más altas denunciando al fascismo. Entre el grupo de agitadores se encontraba Severino Di Giovanni, quien esa noche fue arrestado y calificado por la policía como “temible agitador anarquista”. Era su debut.
Obrero gráfico, también imprimiría su propia publicación, Cúlmine, con la que intervendría en los debates del movimiento anarquista (el sector más conservador, en La Protesta; el más combativo, en La Antorcha). En la revista La Antorcha escribía Paulino Scarfó, que vivía junto a la familia paterna en una casa de Floresta. Su hermana menor era América, de 16 años.
Con el tiempo, el matrimonio de Severino y Teresa se convertiría en una formalidad. De cualquier modo, ante la necesidad de mudarse, lo hicieron juntos a la casa del fondo de los Scarfó.
Ante la constatación de que la antigua pareja Di Giovanni ya no era tal, la chispa del romance entre Severino, de 25 años, y América se encendió. Y fue fuego.
Así lo demuestran las cartas que le enviaba Severino, en las que le escribía así: “Tengo fiebre en todo el cuerpo. El contacto contigo me ha inundado de todas las dulzuras. Jamás como en estos larguísimos días he ido bebiendo a sorbos los elixires de la vida”.
Mientras tanto había estallidos a veces de carácter mundial, como las protestas ante las condenas a muerte en Estados Unidos a los anarquistas Sacco y Vanzetti. El grupo de Di Giovanni, al que ya se había integrado Paulino Scarfó, puso unas bombas en el frontón de la embajada norteamericana.
Di Giovanni era el enemigo público número uno: la amenaza anarquista. Cuando el militar Félix Uriburu derrocó a Hipólito Yrigoyen, uno de sus objetivos principales fue atraparlo.
Mientras, el amor de Severino y América era vivido en la clandestinidad.
A los 16 años, Scarfó había escrito una carta a Emile Armand, el director de la revista L’en Dehors, la más leída dentro del anarquismo individualista. Allí exponía sus planteos respecto a su amor con Di Giovanni, claro que sin exponer sus nombres verdaderos:
“Mi caso, camarada, pertenece al orden amoroso. Soy una joven estudiante que cree en la vida nueva. Creo que, gracias a nuestra libre acción, individual o colectiva, podremos llegar a un futuro de amor, de fraternidad y de igualdad. Deseo para todos lo que deseo para mí: la libertad de actuar, de amar, de pensar. Es decir, deseo la anarquía para toda la humanidad. Creo que para alcanzarla debemos hacer la revolución social. Pero también soy de la opinión de que para llegar a esa revolución es necesario liberarse de toda clase de prejuicios, convencionalismos, falsedades morales y códigos absurdos. Y, en espera de que estalle la gran revolución, debemos cumplir esa obra en todas las acciones de nuestra existencia. Para que esa revolución llegue, por otra parte, no hay que contentarse con esperar sino que se hace necesaria nuestra acción cotidiana. Allí donde sea posible, debemos interpretar el punto de vista anarquista y, consecuentemente, humano.
En el amor, por ejemplo, no aguardaremos la revolución. Y nos uniremos libremente, despreciando los prejuicios, las barreras, las innumerables mentiras que se nos oponen como obstáculos”.
El frenesí de las actividades de financiamiento (atracos y robos) y de propaganda armada de Di Giovanni crecía en ritmo y frecuencia. La policía estaba tras él.
Finalmente fue detenido. Luego Paulino, hermano de América. Ambos fueron torturados. Juzgados sumariamente, fueron condenados al paredón. Se le concedió a América ver a su amado. Así describió cómo lo encontró. “Cuando yo lo vi Severino tenía las marcas claras de la soga de estrangular; en las muñecas, sangre coagulada, las encías sangrantes, el rostro con contusiones. Con las tenazas de madera les habían aplastado y tirado de la lengua y se las habían quemado con cigarrillos encendidos. Durante el interrogatorio les introdujeron cigarrillos encendidos en las cavidades nasales y en los oídos, les habían retorcido los testículos, les hicieron incisiones en las uñas, los golpearon. Todo esto bajo la dirección del doctor Viñas, director de la prisión”.
Pudieron despedirse. Brevemente.
Luego, Severino a un tiempo y Paulino a otro fueron fusilados. “Viva la anarquía”, fueron las últimas palabras de los dos hombres.
Para América Scarfó comenzó la que sería su segunda larga vida sin Severino. Una vida que duraría muchas décadas más sin que el rastro de aquella pasión se le olvidara.
-¿Qué aportes considera que hace su libro a la historia de amor de su abuela y sobre su abuela misma?
-Cuento en el libro la vida de América de la que se conocen los dos años de relación con Severino. Incluyo la historia previa más pormenorizada, incluso la de sus padres y sus abuelos, y especialmente toda la historia posterior a los fusilamientos de Severino y de su hermano Paulino. El libro de Bayer, que es una gran obra y la fuente más importante en la que todos abrevan, no se ha escrito más allá del momento de los fusilamientos. Hace una breve referencia que se casó, tuvo hijos y fundó una editorial y ahí se terminó, digamos.
Como soy su nieto, he tenido la posibilidad de conocerla, pero más que por el conocimiento porque ella no habló conmigo de su historia, sino por las charlas con mi madre, las charlas con una amiga de ella, materiales, grabaciones y otros documentos que me permitieron reconstruir su historia posterior a los fusilamientos. Ella vivió 93 años, o sea que son un montón de años. Fundó la editorial America Lee junto a mi abuelo Domingo, antes había sido secretaria de Salvadora Onrubia, la pareja de Natalio Botana y por eso conoció la redacción del diario Crítica y pudo relacionarse con periodistas y conocer a quien fuera el defensor de Severino, que se tuvo que exiliar en Paraguay por haber pedido que se le conmute la pena capital.
-¿América no contaba su historia?
-Espontáneamente no hablaba de su historia anterior a conocer a mi abuelo. No era una historia que circulara en la familia. Tampoco mi madre hablaba espontáneamente de esa parte de la historia. Hubo mucho silencio, pero no solamente en el caso de mi abuela, sino en sus hermanos. Hace poco por el libro tuve contacto con parientes que yo no conocía y el hermano mayor de América tuvo un exilio interno en la ciudad de Pergamino porque lo echaron del trabajo por tener el apellido. Él les tenía prohibido a sus hijos, que se enteraron bastante tardíamente de esta historia, hablar de ella porque le había generado un problema serio.
¿Quién era Severino di Giovanni cuando conoció a América?
¿Qué recorrido ya había hecho el tren de alta velocidad al que se subió mi abuela cuando se enamoró de él?
Di Giovanni nació en Villamagna, un pequeño pueblo de la provincia de Chieti, en la región de los Abruzos, una zona de montañas al este de Roma.
La vida con sus padres fue breve porque ellos murieron jóvenes.
En la adolescencia trabajó de maestro y aprendió el oficio de tipógrafo. Es probable que haya tenido su primer contacto con las ideas anarquistas a través de sus compañeros del gremio gráfico.
Su prima, Teresa Masciulli, cuatro años mayor, lo visitaba con regularidad. En una ocasión, una tormenta le impidió regresar a su casa. Lo que ocurrió esa noche entre ellos fue motivo de casamiento.
En Italia el ambiente se fue enrareciendo. La crisis económica dejaba a muchos en la miseria. Los que soñaban con un cambio, como Severino, la pasaban mal. La Squadra d’Azione, el movimiento paramilitar del fascismo, perseguía a socialistas y anarquistas. La llegada de Mussolini al poder terminó de empujar a Severino al exilio.
Con Teresa viajaron a Brasil y se instalaron en Santa Ana, en el estado de San Pablo. Allí nació Laura, la primera hija del matrimonio. Al poco tiempo regresaron a Italia y finalmente, en 1923, viajaron a la Argentina, donde vivía un hermano de Teresa.
Al comienzo, Severino se dedicó al cultivo de flores que vendía en el Mercado de Abasto. Un tiempo después, en una pequeña imprenta, consiguió trabajo en su oficio. En realidad, lo que más lo urgía no era asegurar el sustento de su familia, sino poder retomar la lucha contra el fascismo, aunque fuera a la distancia.
♦ Nació en 1966 en Buenos Aires.
♦ Es doctor en Psicología y psicoanalista.
♦ Es docente de grado y posgrado en diferentes universidades (UBA, UCES, UAI).
♦ Es uno de los miembros fundadores del Grupo Psicoanalítico David Maldavsky y de Giro Salud Mental.
♦ Publicó trabajos en revistas especializadas y el libro Yo soy así. Teoría y clínica de las caracteropatías (2021).
♦ Su madre, Paulina Vanda Landolfi, fue la hija mayor de América Scarfó.