En 1926, cuando vio por primera vez a Severino Di Giovanni en su casa de Floresta, Josefa América “Fina” Scarfó tenía 14 años y era la chispa caminando. Hacía rato que fumaba y leía a escondidas a Tolstoi y a Víctor Hugo, y burlaba los férreos controles de su madre y de su abuela catequista ingeniándoselas para participar de las reuniones de poesía y teatro que organizaban sus hermanos Paulino y Alejandro. Severino, 25 años, obrero linotipista, encendido militante ácrata, había alquilado para vivir con su esposa y sus tres hijos una pequeña casa en los fondos del terreno de la familia Scarfó-Romano.
América estudiaba en el Liceo de Señoritas N°2 y despuntaba una curiosidad voraz por la cultura y la política que claramente chocaba con las expectativas de época. Muy lejos había quedado el fervor religioso de su infancia y el coqueteo con ser monjita, instigado por la señora Ferro, su estricta abuela materna. Severino cargaba en sí las injusticias del mundo y el dolor de quien es expulsado a la otra punta del mundo. La relación entre ellos no comenzó enseguida, sino en el invierno del 28. El encuentro se produce en una habitación que alquilaba a pocas cuadras Alejandro, hermano de América. Ella le llevaba comida que hacía la madre y se encontró por casualidad con Severino, quien se ofreció a acompañarla de vuelta a la casa. Ese día conversaron a solas por primera vez. Ahí tenía 15, cumpliría 16 años en noviembre de ese año.
Editorial Marea acaba de publicar“América. Anarquía y tragedia en la familia Scarfó”, un interesantísimo libro donde el psicoanalista Ariel Wainer, nieto de América Scarfó, reconstruye con fotografías y una exhaustiva investigación la biografía de esta mítica referente del anarquismo, al tiempo que emprende una profunda reflexión acerca de cierto sino trágico que pareciera recorrer su familia en las últimas décadas.
-¿Hay caudales de dolor que viajan a través de las generaciones? ¿De alguna manera el dolor de América alcanzó a quienes la sucedieron?
-Creo que algunas de las situaciones que le tocó atravesar a mi abuela sobrepasaron sus posibilidades y probablemente hubieran superado las de cualquiera. Me refiero a la posibilidad de dar cabida a ciertas experiencias y metabolizarlas. Cuando ocurren este tipo de situaciones, la desmesura, lo que no puede ser procesado, suele pasar a las generaciones siguientes y exige a los que vienen después un trabajo que intente transformar eso en algo que, por ejemplo, pueda ser contado, sentido, pensado.
-¿Pudiste transformar algo en vos a partir del proceso de hacer este libro?
-Escribir sobre la historia de América, sobre lo que ocurrió en la generación siguiente y en la mía, tuvo un efecto transformador que es difícil de precisar y que no termina con la finalización de la escritura del libro. El proceso continúa. Sigo pensando y preguntándome cosas nuevas. Y, además, con la publicación del libro se presentan hechos inesperados. Por ejemplo, integrantes de la familia Scarfó que no conocía, parientes no tan lejanos míos, me escribieron y hablamos por primera vez. Y en esas charlas me cuentan cosas que no sabía y que resignifican alguna parte de la historia.
-¿Cómo llega tu abuela a las ideas del anarquismo? ¿Cómo era el vínculo con su hermano Paulino?
-El que introdujo a Paulino y a Alejandro Scarfó, hermanos de mi abuela, en las ideas del anarquismo fue Pablo Romano, un tío materno. La relación con Paulino fue de afecto recíproco. Él le mostró un mundo diferente. América, antes de entrar en el colegio secundario, había tenido un período de fervor religioso. Con su abuela se dedicaban a bautizar, casi clandestinamente, a niñas y niños que no contaban con ese sacramento. En cambio, Paulino formaba parte de un grupo de jóvenes interesados por la literatura, por el teatro. También, a través de él, ella conoció las ideas que planteaba el movimiento anarquista en la década del 20.
-¿Su vegetarianismo tenía conexión con su pensamiento político?
-Sí, algunos anarquistas eran vegetarianos. Paulino, por ejemplo. Muchos años después, en la editorial Americalee, que crearon mis abuelos, América publicó varios libros sobre cocina naturista. Hace años fui a La esquina de las flores y hablamos con Angelita Bianculli, su dueña, sobre mi abuela. Ella conocía esos libros y los consideró pioneros.
-Cuando se enamoraron, América tenía 16 y Severino 27, una esposa e hijos. Y esto no pasó desapercibido al interior del movimiento anarquista que también condenó la relación. Pero América se paró de manos y escribió una carta pública a un diario protestando. ¿Nos podés contar los pormenores, por favor?
-En Francia, la revista L’en Dehors era una referencia para una corriente dentro del anarquismo de ese momento. Su director, Emile Armand, contestaba las consultas de los militantes. América le escribió exponiendo su situación: se había enamorado de un hombre varios años mayor, que se había casado y había tenido hijos. Cuando América lo conoce, él ya estaba separado. Quien había sido la esposa de Severino, sabía de la relación con América y la aceptaba. Los que no aprobaron la relación y los cuestionaron fueron los propios compañeros. La carta de América a Armand tenía la apariencia de una consulta, pero en realidad era una carta en la que denunciaba que los propios militantes anarquistas, que sostenían los ideales de libertad, eran intolerantes y no podían sustraerse de la moral burguesa. Sebastián Plut, uno de mis grandes amigos, cuando leyó esa carta me dijo que ese texto es una versión pionera de la frase, tan actual, “lo personal es político”. Por otro lado, creo que también es un testimonio valioso dentro de la historia de las luchas del feminismo argentino.
-La pareja estuvo junta los tres años siguientes, hasta que a él lo fusilaron en 1931 ¿Qué pasó de allí en más con la vida de América, que vivió 93 años?
-Me parece que en esa mochila no había solo dolor. O, en todo caso, el dolor era la carga más benigna. Cuando América fue a despedirse de su hermano y de su compañero, los vio arrasados, después de las torturas de la policía, unas horas antes de los fusilamientos. Es difícil encontrar una palabra que pueda nombrar lo que debió ser esa experiencia para ella. Y, a partir de ese momento, creo que tuvo que lidiar, además, con un sentimiento de injusticia impotente que llevó en soledad y en silencio. El otro problema probablemente haya sido un sentimiento de culpa bastante complejo. Y no solo por haber sobrevivido a Paulino y a Di Giovanni; José, otro de sus hermanos, que no tenía ninguna relación con la militancia política, fue también torturado por la policía, en un hecho desgraciado, porque era hermano de los Scarfó. Y otro hermano, Antonio, también por esa condición, perdió su trabajo y tuvo un exilio interno en Pergamino, donde se refugió el resto de su vida.
-¿América tenía posición tomada sobre el uso de la violencia en el marco del anarquismo?
-Hasta donde sé, ella no estaba de acuerdo con las acciones con bombas en las que morían personas que no tenían que ver con la lucha de los anarquistas. En cambio, acordaba con lo que ellos llamaban “asaltos expropiadores”. Con el dinero que obtenían en esos asaltos, sostenían a las familias de los compañeros detenidos, financiaban la propaganda, la edición de libros y también la revista que publicaban.
-Durante décadas, tu abuela fue una figura pública. Raúl González Tuñón la menciona en un poema de finales de los 30. ¿Cómo manejaba ella esto en los años siguientes a los fusilamientos, y cómo lo llevaba su familia? ¿De qué trabajó durante su vida?
-Ella fue valorada por un grupo muy reducido. La mirada de la mayoría de la sociedad y la de su familia fue de condena. América se replegó y no volvió a tener intervenciones en la vida pública. Recién en el final de su vida reapareció en ocasiones puntuales, como la solicitada que publicó en Página 12, en la que rechazó el guion que había escrito Luis Puenzo para una película sobre Di Giovanni que no se llegó a filmar. O cuando le devolvieron las cartas de Severino en un acto en la Casa Rosada en 1999. En relación a sus trabajos, el primero fue en la revista Anarchia, revista que hacían con Severino. Después de los fusilamientos del 31, Salvadora Medina Onrubia le ofreció ser su secretaria personal y trabajó durante un corto período con ella. Salvadora era una anarquista muy particular. Cuando la contrató a mi abuela, recién se había separado de Natalio Botana, el dueño del diario Crítica. América renunció a ese trabajo por la presión de mi abuelo. Entonces comenzó un período oscuro. Durante algún tiempo cosió pantalones y, desde que tuvo a su primera hija, mi madre, se ocupó, como pudo, de la casa y de los hijos. Cuando murió mi abuelo, se hizo cargo, junto con Héctor, su hijo, de la editorial Americalee. Y en sus últimos años dio clases de italiano. Creo que su mayor interés no estuvo relacionado con el trabajo sino con el estudio. En la octava década de su vida hizo dos carreras universitarias: el traductorado público de italiano y también el de francés en la Facultad de Derecho de la UBA.
-Tu abuela y el historiador Osvaldo Bayer se conocían, y él la admiraba mucho. Pero ella pasó unos años ofuscada con él. ¿Podés contarnos cuál era el motivo?
-Su primer enojo con Bayer fue en 1970, cuando publicó Severino Di Giovanni. El idealista de la violencia. Ahí estaban las cartas de amor que Severino le había escrito y que Bayer consideraba las más hermosas que había leído. Cuando la detuvieron a América, en 1931, la policía se quedó con varias de sus pertenencias, entre otras, las cartas de Severino. Ella las reclamó, pero nunca se las devolvieron. Cuando las vio publicadas, se enojó con Bayer porque no le había pedido autorización. También la irritaron algunos datos erróneos menores que tenía el libro. Ella había desarrollado una suerte de alergia a las falsedades respecto de su propia historia. Bayer se defendió recordándole que la llamó en varias oportunidades y ella nunca respondió. El tema era que América se había prometido no dar entrevistas. Por eso no le respondió. Afortunadamente para los dos, en los años 90 se reencontraron y Bayer la ayudó a recuperar las cartas de Severino. Se las devolvieron en un acto en la Casa Rosada y ella le agradeció todo lo que había hecho para encontrarlas. Es conmovedora la nota de despedida que Bayer le dedica en Página/12 cuando ella muere, el 12 de agosto de 2006, es muy emotiva y muestra la admiración y el cariño que él le tenía.
-¿Compartiste tiempo con ella? ¿Recordás en qué momento de tu vida te diste cuenta de que tu abuela era una figura admirada por mucha gente?
-Desde mi infancia estuve muy ligado a mi familia paterna y, en particular, a mi otra abuela. Con América no tuve una relación tan cercana. Sé, por mi hermano y por mi prima que, si la buscabas, ella respondía, pero no era de tomar la iniciativa. Diría que recién durante la escritura de este libro pude conocerla mejor y, de algún modo, entenderla. En ese proceso también fui ubicando la importancia que ella tiene para quienes se interesan por la historia del anarquismo y del movimiento feminista en la Argentina.