Por Cecilia Cechetto
Por más que nos separa un océano de distancia y que Alicia prescinde de las redes sociales, la comunicación fluyó a velocidad supersónica y la entrevista pareció ser en persona. Se asemeja un poco a la capacidad de las brujas de estar en muchos lados a la vez, tejiendo en el viento esa red invisible que se burla del espacio-tiempo. La comparación no es caprichosa porque Dujovne-Ortiz reside en Francia desde 1978 y hace siete años tomó la decisión de instalarse en el Berry- una región conocida por haber sido tierra de brujas: “En un caserío compuesto por tres casas, una de ellas la mía, rodeado por bosques y por campos con vacas cercanas, que me miran. Esto último me convirtió en vegetariana. Si el tiempo lo permite escribo debajo de un sauce que al poeta entrerriano Juanele le habría encantado y si no, arrimada a la chimenea. Vivo sola con una gata vieja y tuerta que pasaba por el camino y se quedó; mi hija, nietas y bisnietos vienen a veces.”
La estigmatización de la brujería, el lugar al que la cultura “docta” relega lo popular, lejos de haber terminado cobra nuevas formas. De aquel estereotipo del Sabbat, nos llega la imagen de mujeres abominables en su fisonomía y sin embargo infinitamente poderosas. En tierra americana el dominio patriarcal creó los mismos espacios. La Salamanca era la cueva de las brujas en nuestros confines y residencia de todo lo diabólico. Es muy fácil encontrar acusaciones del mismo tenor entre los detractores de Milagro Sala: quienes la tratan de “esa asquerosa” al mismo tiempo le temen por haber formado un supuesto estado paralelo.
La autora de “Milagro: Historia urgente” se cargó una mochila al hombro y con la ayuda de un corset para sus vértebras (que en el libro toma cierto protagonismo), voló a Jujuy para recrear la polifonía de voces que por ahora trasciende el estado policial instalado en los últimos años.
Por lo que contás en tu libro, ¿viajar a Jujuy te reconectó con escenas de tu infancia?
De mi infancia, por la cárcel: cuando tenía cinco años fui a visitar a mi padre, Carlos Dujovne (NdR, uno de los fundadores del Partido Comunista en el país), preso en Neuquén de 1943 a l945 con todo el comité central del PC. La escena fundamental, que conté en “El camarada Carlos”, es la del preso tratando de convencerme inútilmente de que el cinturón del policía no contenía balas sino caramelos. Y de mi adolescencia porque en los ‘50 viví en La Paz, donde el camarada trabajaba con la revolución del MNR, y Jujuy es visiblemente boliviana.
El hilo rojo del feminismo recorre tus libros. Reconocés mujeres talentosas avasalladas por sus compañeros masculinos como el caso de Evita y Dora Maar, pero hablamos ahora desde esa conciencia de género en el presente y con Milagro el verdugo pasa a ser el Estado a través de la figura de Gerardo Morales, ¿cuántos velos van cayendo en toda esta trama?
Para seguir rindiendo justicia a unos padres militantes demasiado olvidados, el feminismo se lo debo a mi madre, Alicia Ortiz, escritora. Luego, el hilo rojo vino solo. Los compañeros masculinos de Evita o Dora Maar trataron de avasallarlas, pero si lo hubieran logrado no estaríamos hablando de ellas. Algunos de los personajes femeninos en mis novelas, Anita Garibaldi, la espía soviética África de Las Heras, las dos prostitutas Mireya y Myriam logran triunfos sui generis, cada una dentro de lo suyo, pero triunfos al fin, avasallada no termina ninguna. En el caso de Milagro, Gerardo Morales, el enemigo masculino, consiguió ponerla presa pero no hacerla callar.
Otro de los puntos clave que escandaliza a la sociedad jujeña sobre Milagro Sala es que detenta ciertos grados de violencia: violencia anti-machista cuando organiza los escuadrones de mujeres que enfrentan a sus maridos golpeadores y desde el discurso del poder se la presenta como una mujer verdugo irredimible. Otras imágenes surgen en esta misma época de mujeres ejerciendo la violencia, por ejemplo, las guerrilleras kurdas. ¿Crees que la novedad de esta nueva ola feminista es disputar la potestad del ejercicio físico de la violencia?
Si no hay más remedio… Si se trata de que el marido no golpee o de que EI (Estado Islámico) no decapite… Los grupos de choque de Milagro compuestos por ocho mujeronas que trabajan de albañilas- por eso la musculatura bien desarrollada- y que agarran a piñas a los pegadores para que entiendan en carne propia lo que se siente, o las guerrilleras kurdas que han jugado un papel decisivo en la caída de un grupo fanático medieval caracterizado ante todo por su misoginia, son ejemplos mundiales a seguir.
Surge la analogía de la Evita negra y en el libro se enfatiza que el mayor pecado de la Tupac Amaru no parece ser la corrupción, sino que sectores históricamente marginados pasaron a disputar los bienes de consumo que tradicionalmente determinaron el estatus de la clase media.
El pecado de Milagro fue llevar a la negrada al centro, a comer en el restaurant donde hasta entonces sólo habían comido el médico y el notario. Una negrada con moto, o con auto, dónde se ha visto. Milagro hizo su revolución en la urgencia, una revolución a los ponchazos, llena de errores y sin “construcción ideológica”, como me dijeron los intelectuales jujeños de izquierda a quienes entrevisté, pero profundamente original porque se apoyaba en el pueblo que estaba ahí, no en el pueblo soñado: marginales a los que ella sacó de la droga, no los obreros de película soviética con la camiseta impecable. En Jujuy no había más lumpen proletariat, como decía Marx con cierto desprecio porque en su tiempo el proletariat todavía estaba. Como ahora ya no existe, Milagro se apoyó en lo que había, el lumpen. Y en las mujeres.
Cuentan quienes vieron de cerca la obra de Milagro Sala en Jujuy que también es muy fuerte la iconografía reivindicativa que dejó su huella en el paisaje: las caras del Che en los tanques de agua de las casas del “cantri” o la estatua de Bartolina Sisa, aborigen revolucionaria esposa de Tupac Katari, en la réplica del Templo de Kalasasaya que mandó a construir. Así como Aleksandr Ródchenko inmortalizó el entusiasmo soviético desde perspectivas extremas, las fotografías de Sebastián Miquel captaron ese mismo optimismo en las caras de un pueblo que no había sonreído durante 500 años. En contra del consejo del artista ruso, sus fotos salen del “ombligo”, es decir de la plena emoción.
Surge en tu relato el anarco-peronismo como posibilidad política. ¿Cómo zanjamos el oxímoron?
El que se definió como anarco-peronista fue el sindicalista Nando Acosta, el maestro de Milagro, pero cuando le pregunté si la cúpula peronista lo aceptaba me contestó: “¡Por supuesto que no!”. Sin embargo, Evita era bastante anarca. Mientras desarrollaba la investigación para su biografía, en los noventa, tuve la suerte de encontrar vivos a unos cuantos anarquistas que me confirmaron mi intuición: Evita los había contactado, su idea de la distribución directa de la riqueza venía de ellos. Y cuando Milagro reniega del papeleo burocrático y hace las cosas a su manera, también es anarquista. Entre otras cosas es por eso por lo que la acusan de robo, porque faltan papeles.
Se filtra en el libro que Milagro recibe mucho más apoyo del pueblo guaraní que del pueblo coya, aunque están conectados. Se me ocurre pensar que el intercambio con los jesuitas potenció a un pueblo como el guaraní y por eso empatizan más con la obra de Milagro.
No sé si va por ahí. Lo que entendí en el caso de la familia guaraní a la que visité en Las Yungas es que los guaraníes jujeños están con Milagro porque son marginales, condición fundamental para estar con ella. Los coyas han conservado una estructura social donde quién más quién menos tiene una cabra, en cambio estos guaraníes no tienen ni tierra, ni una gallina. En ese sentido son como los lumpen de las villas, con la diferencia de que ellxs siempre supieron quiénes eran y respetaron sus tradiciones. Por otra parte, los coyas que todo lo deciden en forma horizontal rechazaron la verticalidad, real, de Milagro, mientras los guaraníes no.
En los últimos capítulos seguís los avatares de las causas contra Milagro Sala y también le dedicás un apartado al fenómeno de Ni Una Menos, ¿qué rol jugamos las mujeres como colectivo social en este momento de combate hegemónico?
Lo que me impresionó en la manifestación de Ni Una Menos a la que pude asistir, es que ya no se trata del feminismo universitario que habíamos conocido, sino del pueblo de las mujeres que ocupa la calle. Mujeres migrantes, madres de chicas secuestradas por la trata, lesbianas, trans, chicas con el pañuelo verde, todas. Y lo que pasó con el pañuelazo es una revolución imparable, ya no estamos hablando de movimientos ni de partidos políticos sino de otra cosa, tan otra que todavía no hay definición, ni falta que hace. O a lo mejor ésta: hoy la izquierda son las mujeres, mal que les pese a lxs senadorxs misóginxs que se van a ver arrastradxs por… ¿cómo se le decía en otros tiempos? … el viento de la Historia.