"’Son las cinco de la tarde’”, me dijo Ana, casi susurrando. ¿Cómo sabés?, le pregunté desde la celda de al lado. ‘Por la proyección del sol en la pared, se forma un ángulo y por trigonometría, mido el seno y el coseno. Así lo puedo calcular. Estudio Astronomía’. Seguimos hablando un rato, de celda a celda, en el Pozo de Quilmes. Nos habíamos levantado las vendas y mirábamos por las ventanitas de las puertas de los calabozos que daban a un paredón. Un día se la llevaron, no supe más de ella. Siempre transmití a mis alumnos, que la trigonometría es muy importante para resolver problemas cotidianos de nuestras vidas. Un homenaje a vos, Ana, que me pudiste decir la hora cuando había perdido todas las coordenadas".
Emilce Moler, sobreviviente de La Noche de los Lápices, recuerda a Ana Teresa Diego, militante de la FJC y estudiante de Astronomía con quien compartió cautiverio. Ana permaneció desaparecida hasta que en el 2012 el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó sus restos. La Unión Astronómica Internacional decidió que el Asteroide 11441 lleve su nombre.
El 16 de septiembre de 1976 un grupo de estudiantes secundarios de la ciudad de La Plata fue secuestrado por las Fuerzas Armadas. Ahí estaban María Clara Ciocchini, Francisco López Muntaner, Patricia Miranda, Claudio de Acha, Horacio Ángel Ungaro, Daniel Alberto Racero, Pablo Díaz, María Claudia Falcone, Gustavo Calotti y Emilce Moler.
Durante su secuestro, los adolescentes fueron sometidos a torturas y vejámenes y pasaron por los centros clandestinos de detención conocidos como el Pozo de Arana, el Pozo de Banfield, la Brigada de Investigaciones de Quilmes y la Brigada de Avellaneda. De los diez jóvenes detenidos de forma ilegal, seis siguen desaparecidos: Francisco, María Claudia, Claudio, Horacio Daniel y María Clara. Este hecho siniestro, uno de los tantos que se cometieron durante la dictadura cívico, militar y eclesiástica (1976-1983) quedó grabado en la memoria como “La Noche de los Lápices”.
La mayoría de los jóvenes tenían militancia política -integraban la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) y la Juventud Guevarista, entre otras organizaciones- y habían participado durante la primavera del año anterior de distintas movilizaciones en reclamo del Boleto Estudiantil Secundario.
Emilce Moler recuerda todo. “Estaba en mi casa durmiendo cuando, en plena madrugada, un grupo de hombres fuertemente armados y encapuchados, entraron, se identificaron como integrantes del Ejército Argentino y dijeron que buscaban a un estudiante del bachillerato de Bellas Artes. Y eso yo siempre lo remarco: ni siquiera buscaban mi nombre, buscaban un estudiante. Es decir, la edad no era una traba sino por el contrario, un motivo de detención. Me levantaron y dudaron porque yo era muy chiquita de contextura pero me llevaron igual. Me dejaron ponerme algo de ropa y me metieron en un auto. Así comenzó todo el periplo desgarrador para cualquier ser humano en donde se deja ser ser humano”, relata hoy, 45 años después, una de las cuatro sobrevivientes de “La Noche de los Lápices”. Tenía apenas 17 años.
Moler fue trasladada al centro clandestino de Arana y allí se reencontró con los jóvenes que aún permanecen desaparecidos. Hasta que los obligaron a subir a todos a un camión y sólo siguieron camino ella, Gustavo Calotti, Patricia Miranda. “Pablo Díaz hizo otro circuito similar. Creo que cuando los bajaron de esos camiones, sus destinos ya estaban signados”, sostiene sobre la suerte de sus compañeros de militancia.
Seis meses más tarde, luego de pasar por el Pozo de Quilmes y la Brigada de Valentín Alsina, fue ingresada al penal de Villa de Devoto. "Entré a una cárcel siendo menor de edad, sin abogado, sin defensa, sin nada; siempre esperando que un día abran la puerta de Devoto y encontrarme con María Claudia, María Clara... El concepto de 'desaparecidos' no existía para nosotros. Nosotros decíamos: 'o está preso o está muerto'. Lamentablemente el concepto de 'desaparecidos' es algo que tuvimos que acuñar después de esto”, dice.
“Con el tiempo, cuando nos fuimos dando cuenta que no iban a aparecer... Tengo decenas de amigos desaparecidos. Es una herida abierta y es lo que da la fuerza para hablar porque somos la voz de los que no están. Eso me lo planteé, no como culpa de sobreviviente, sino como responsabilidad de contar lo que pasó en nuestro país y creo que traté de hacerlo con todo lo que pude", agrega en diálogo con 0223. Tras salir de la cárcel, estuvo bajo libertad vigilada, hasta los veinte años. Luego, se radicó en Mar del Plata e inició su formación académica: es doctora en Bioingeniería, magíster en Epistemología y profesora en Matemática.
En 2020, publicó La larga Noche de los Lápices. Relatos de una sobreviviente (Marea Editorial), su primer libro, que reúne una serie de relatos breves sobre el tiempo que pasó detenida-desaparecida. “Cuando uno dice 45 años, es un montón. Y sin embargo, muestra lo relativo que es para un proceso histórico y político, que está a la vuelta de la esquina. Ahí se dan las contradicciones, porque lo difícil es tender ese puente desde nuestro presente hacia ese pasado que, por un lado, parece lejano pero sin embargo está tan presente en la vida cotidiana desde distintas formas. ¿Por qué hay que hablar después de tantos años? Porque es la única manera que los jóvenes puedan entender por qué es nuestro presente, porqué estamos como estamos, porqué tenemos la democracia, porque ellos gozan de libertad, de un proceso de justicia -con errores o no- pero viven un presente muy bueno comparando con lo que nos tocó. Y, sobre todo, tienen que saber que eso costó muchas luchas. Los derechos no son dados porque sí, sino que son producto de luchas. Y luchas que, como en este caso, costaron vidas de jóvenes, de chicos, y eso hay que ponerlo en valor. No para que se paralicen, sino para que tomen consciencia de lo que es la construcción de la ciudadanía y de la democracia”, analiza.
Según dice, tiempo después recién tomó dimensión del horror que le tocó vivir, tanto a ella como a sus compañeros de militante y estudios. “Creo que me fui dando cuenta de la atrocidad de la dictadura militar respecto a los jóvenes que no les dieron la posibilidad de vivir cuando fui más grande, cuando mis hijos empezaron a tener la edad de los chicos desaparecidos y veía los rostros en las marchas de los pibes…Por eso siempre tenemos que estar alertas y mantener el recuerdo y el homenaje a los chicos y chicas que no están pero, sobre todo, comprender los procesos políticos que se vivieron que nos permiten entender qué fue lo que pasó”, remarca.
En esa línea, Moler hace hincapié en que “lo que vivimos fue una dictadura, la quita total de libertades, en donde uno no podía hacer nada, en donde ellos eran amos y señores de nuestras vidas y nuestros destinos. Hoy vivimos en una democracia en construcción y con montones de errores, perfectible, pero en una democracia en donde estas cosas no pasan y nadie va preso por expresar sus ideas”. “En mi caso, en primera persona los puedo mirar a los ojos y decirles ‘esto fue lo que pasó, esto me pasó, esto nos pasó como sociedad’. A partir de ahí empecemos a hablar con propiedad y construir términos que ayuden a la construcción de la ciudadanía”, consideró.
Por último, consideró que los actos culturales como las películas, los murales y las señalizaciones permitirán mantener la memoria siempre presente y llegar, principalmente, a los jóvenes. "Yo creo que se sabe bastante de la dictadura, de las desapariciones, de la apropiación de los nietos, de la lucha de las Madres... Lo que está faltando es la conexión de ese pasado con nuestro presente. O sea, todavía no queda tan en claro que no eran 'unos hombres malos' que vinieron, sino que eran luchas, disputas políticas y de intereses y de un modelo económico que se trataba de imponer. Es fundamental ver ese pasado para poder resignificarlo en el presente", definió.